Colombia: El rey Felipe, que Dios guarde
El Tiempo, Bogota
Como lo he dicho, recordando una traviesa frase de Gabo, en Colombia
no hay opinión pública sino hinchas. Tendemos a polarizarnos. Nadie ve
lo bueno y lo malo de un gobierno. O lo uno o lo otro, como sucede con
santistas y uribistas, que proceden (o procedemos) con la misma pasión
de los hinchas de Santa Fe o Millonarios. Y en medio de este fragor, el
único colombiano con cabeza fría para analizar nuestra realidad parece
ser Felipe López. Siempre he dicho que la suya es una inteligencia
antártica, libre de odios y simpatías. Lo confirmará quien lea la
magnífica entrevista que le hizo Juan Carlos Iragorri, recogida en un
libro bajo el título El hombre detrás de Semana.
Este libro contiene afirmaciones suyas muy sorprendentes. Por
ejemplo, que no hay posibilidad alguna de descartar la reelección de
Santos. Por encima de cualquier contratiempo, con el poder del Estado en
un país donde partidos y caciques para sobrevivir políticamente
necesitan puestos y contratos, Santos tiene todas las de ganar. Luego de
calificarlo de muy competente, muy audaz y muy fregado, Felipe nos
recuerda estos curiosos rasgos del actual presidente: cómo, después de
haber sido visto siempre como un hombre de derecha, acabó siendo de
izquierda; cómo lo eligieron para continuar la guerra y decidió hacer la
paz; y cómo, después de haber sido el mayor enemigo de Chávez, pasó a
ser su nuevo mejor amigo. Y algo sorprendente: aunque considera una
realidad que el gobierno de Santos es más de anuncios que de ejecución,
él, Felipe, no tiene inconveniente en declararse santista.
A propósito de Uribe, dice que "tiene más virtudes y más defectos que
la mayoría de las personas". Y si bien su gobierno lo considera muy
bueno, dice que en dos oportunidades Uribe se medio enloqueció. "La
primera, por cuenta de la adoración nacional que lo llevó a buscar un
tercer período, que no tenía pies ni cabeza". "La segunda, cuando se
retiró de la presidencia como el segundo Bolívar y al poco tiempo empezó
a ser tratado de paramilitar, corrupto, chuzador y megalómano". Pese a
esta injusticia, López opina que "un ex presidente tiene que tragarse
los sapos de todo lo que no le gusta de su sucesor y, en la medida de lo
posible, guardar silencio". ¿Será verdad?
Otras afirmaciones sorprendentes, muy propias de Felipe López: si se
firma la paz, nada ocurrirá el primer año, pero mucho en el quinto;
Samper, en su gobierno, metió la pata pero no la mano; la embarró, pero
no es capaz de robarse un peso; los únicos que hoy quieren casarse son
los gays; en Madrid, ciudad ideal para vivir, está uno en el primer
mundo sin perder la vida social de Bogotá (o de la Brasserie); está de
acuerdo con la legalización de la marihuana y la cocaína, ya que no hay
otro remedio de acabar con el narcotráfico.
Quedan, en esta larga y apasionante entrevista, cosas que uno
comparte con Felipe y otras que cuestiona. De la izquierda se aparta,
porque sus militantes viven en función de cómo debería ser el mundo,
mientras que la derecha ve el mundo como es en realidad. Y al
identificarse más con las imperfecciones del mundo real que con la
ilusión de un mundo perfecto, no tiene inconveniente en definirse como
hombre de centro-derecha. Con la misma lógica, prefiere vivir en un país
gobernado por Álvaro Uribe y no por Hugo Chávez.
¿Cuestionamientos? No son pocos. ¿De dónde saca Felipe, por ejemplo,
que en los libros de historia le terminará yendo mejor a Santos que a
Uribe? De pronto lo afirma pensando en una paz convenida con las Farc,
sin pensar en balances negativos que asedian al gobierno de Santos en el
2013.
Pero diga lo que diga, el hombre detrás de la revista Semana mantiene
en el país un perfil excepcional. De ahí que a él le cuadre bien el
título de esta columna, tomado de un verso de Machado: El rey Felipe,
que Dios guarde.
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