Migrantes en EE.UU.: ¿Peña Nieto va a ayudar o estorbar?
Cuando Alexander Pope, el gran poeta inglés del siglo XVIII, se
encontraba en su lecho de muerte, su médico le aseguró que su
respiración, pulso y otros signos vitales mejoraban. "Aquí estoy," Pope
le comentó a un amigo, "muriendo de cien buenos síntomas". El
gobierno de México corre un riesgo similar. Cuando un país es chico y se
encuentra cerca de uno grande y poderoso, no tiene más alternativa que
ajustarse cuando aquel le cambia la jugada. El gobierno mexicano no
puede darse el lujo de ignorar lo que pasa en el norte. El tema migratorio ya está en la mesa y el gobierno puede ayudar o estorbar, pero no se puede quedar con los brazos cruzados.
Estados Unidos es una nación que se construyó
por olas sucesivas de migrantes. Por casi un siglo y medio, la
migración era formalmente bienvenida y promovida. Sin embargo, a partir
del inicio del siglo XX, la visión cambió y en 1924 se adoptó un sistema
de cuotas que dio comienzo a un agrio e interminable debate respecto a
su política migratoria.
Ese debate cambia de forma, actores y
características, pero el contenido es similar: quienes la ven como una
amenaza frente a quienes la ven como una oportunidad. Los
"malos" tienden a cambiar en el tiempo: en alguna época eran los
italianos, en otra los judíos, luego los cubanos, ahora son los
mexicanos. No falta quien, en cada era, racionalice su posición
con argumentos relativos al origen específico de los migrantes, pero si
uno observa casi un siglo de debate, lo que queda es esa confrontación
básica: amenaza vs oportunidad.
La reciente elección presidencial, en que
Obama logró un apoyo abrumador por parte de la comunidad hispana,
retrotrajo el tema al frente de la agenda legislativa. Aunque prevalecen
las dos visiones, los legisladores de ambos partidos saben bien que no pueden esquivarlo, así que el debate promete ser rico y trascendente. La pregunta es qué opciones le quedan al gobierno mexicano frente a esta realidad.
De manera similar al debate interno de allá,
tanto en el gobierno como en la sociedad mexicana hay dos posturas
claramente diferenciadas: aquellos que consideran que el tema migratorio
es un asunto interno de EE.UU. y aquellos que consideran que se trata
de un asunto de interés nacional para México. Los primeros preferirían
cerrar los ojos; los segundos pretenden emprender una cruzada. El
problema es que ambos tienen razón en su postura y por ello el gobierno
no puede más que actuar, pero con una estrategia inteligente, apropiada,
activa y discreta.
Por un lado, es evidente que el asunto
migratorio es de carácter interno pues involucra lo más esencial de
cualquier nación: la composición de su sociedad. Además, lo que está en
juego es la facultad de un gobierno soberano de decidir sobre el
tratamiento legal de una población que violó su legislación en el
momento de ingresar al país o cuando se quedó en su territorio más allá
del plazo que le permitía su visa. El gobierno mexicano no tiene nada
que ofrecer en estos campos ni puede correr el riesgo de jugarse el
sexenio en una decisión sobre la que tiene poca o ninguna influencia
directa. Experiencias fallidas previas animan a muchos en el gobierno a
mantenerse ajenos y distantes.
Por otro lado, estamos hablando de más del
10% de la población del país, de un contingente vinculado directamente
con más del 50% de la población (hermanos, padres, hijos) y que, en
algunos estados, representa más de la mitad total de sus habitantes.
Imposible ignorar la trascendencia política interna de la decisión que
eventualmente adopte el gobierno estadounidense. Tampoco es irrelevante
el impresionante impacto de las remesas sobre un enorme número de
familias. Finalmente, aunque improbable, no es inconcebible un escenario
en el cual enormes números de personas que hoy residen allá acabaran
siendo forzadas a retornar. Por más que gobierno quisiera esconderse, en
este debate hay asuntos vitales que no pueden ser desdeñados.
El gobierno mexicano tiene que desarrollar
una estrategia idónea a las circunstancias. Los factores condicionantes
son muy claros: a) se trata de un asunto interno, por lo que la
estrategia debe ser discreta; b) a México le beneficiaría enormemente la
legalización de los mexicanos que hoy viven allá; c) esos mexicanos no
son ni nunca serán "instrumento" político para el gobierno mexicano: son
personas de origen mexicano que aspiran a vivir allá como ciudadanos en
regla; d) existen poderosas fuentes de oposición a cualquier
liberalización migratoria que esgrimen argumentos legítimos y
respetables; e) la sociedad estadounidense es sumamente descentralizada y
las ideas y apoyos o rechazos -y miedos- surgen desde abajo; y f) este
proceso de discusión ofrece oportunidades para el reencuentro entre el
gobierno mexicano y los mexicanos que optaron por migrar, pero también
entre las dos sociedades y sus gobiernos.
Estos factores condicionantes establecen los
parámetros dentro de los cuales es imperativo actuar. Hay dos elementos
clave: uno, definir, en privado, una postura formal frente al gobierno
estadounidense y mantener todos los mecanismos de comunicación con su
ejecutivo y congreso abiertos y fluidos. El gobierno mexicano debe
presentarse como un actor respetuoso de sus procesos, pero interesado en
los resultados y dispuesto a hacer su parte para que estos sean
favorables. El otro elemento, es del de actuar discreta pero
deliberadamente para atender, atenuar o eliminar las fuentes de
oposición desde la base.
Esto último es crucial. Cuando se negoció el
TLC, el gobierno mexicano, directamente y a través de diversos actores
de toda la sociedad, se dedicó a atender las fuentes de oposición, sobre
todo en los estados más vulnerables al acuerdo comercial, como eran
aquellos en que se concentraba la fabricación de textiles, automóviles y
otros productos similares. El objetivo era explicar, buscar opciones y
sumar. Neutralizar a la oposición hasta donde fuese posible.
El asunto migratorio es similar al del TLC
excepto que monumental en tamaño. El gobierno tiene que desarrollar una
estrategia para atender a los quejosos, a la derecha, a los agraviados, a
los empleadores y a las comunidades de mexicanos. El objetivo:
explicar, sumar, mostrar los efectos benignos de los migrantes que hoy
están ilegalmente allá, atenuar los miedos. Un magno esfuerzo que,
paradójicamente, no debe ser muy público, pero sí amplio y en todas
partes. Una gran operación política de bajo perfil: con presupuesto y
redefiniendo el enfoque de los consulados. Sobre todo, yendo más allá de
las estructuras formales e involucrando a la sociedad y a actores
diversos, allá y acá. Poco priista pero indispensable.
Luis Rubio es Presidente del Centro de Investigación
para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la
investigación en temas de economía y política, en México.
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