Argentina y un pacto con el diablo
Vivimos días que serán inscriptos en la historia. No como gloriosos, según Cristina Kirchner, sino repugnantes. Se quiere dar fuerza de ley a un infame pacto
que comprometa a la Nación y tenga una vigencia que se extienda en el
tiempo más allá de los actuales gobiernos. La frase "justicia, justicia
perseguirás", quedará en el recuerdo. El próximo 18 de julio,
aniversario del atentado a la AMIA, lloraremos más que nunca, como lo
afirmé hace poco en un artículo.
Hugo Chávez había anunciado el "socialismo del siglo
XXI" antes de construir el Eje Teherán-Caracas, dando una clara
refutación a los valores que se supone caracterizan al socialismo desde
su cuna, porque Irán tiene de todo menos socialismo. El socialismo del
siglo XXI era una forma de reinyectar esperanzas a la mítica palabra,
que fue objeto de corrupciones a través de la realidad. En la centuria
pasada no sólo se trató del nacional-socialismo, sino también de los
otros socialismos que sucesivamente se llamaron leninismo, stalinismo,
maoísmo, titoísmo, castrismo. Ahora es evidente que, en el terreno de la
conducta y los valores, todos ellos tienen más parecidos que
diferencias, porque fueron reaccionarios pese a las vocingleras
proclamas progresistas; sus gestiones llevaron a guerras, decadencia,
hambre y ruina. Se salva la socialdemocracia porque ha evitado muchos de
sus males, pero no ha logrado que su prometido "estado de bienestar"
logre prevalecer. Es dolorosamente cierto, aunque hiera decirlo. El
mérito de la socialdemocracia fue su constante ligadura con las
instituciones constitucionales, el respeto por los derechos humanos y un
límite al culto de la personalidad.
Ahora, en vez de seguirse insistiendo en el vago
"socialismo del siglo XXI" acuñado por Chávez, se avanza con una
palabreja que fue objeto de terribles críticas por la misma izquierda:
"populismo". También se lo llama "bonapartismo" gracias a Marx y
Trotski, que le dieron una convencional fecha de nacimiento en el
régimen de Napoleón III, aunque existen antecedentes previos. El
populismo remite a la magnética palabra "pueblo", cuyos límites son
difusos. Pero se caracteriza por considerar a los ciudadanos una masa
enorme, bella, sumisa y ruidosa que idolatra a un jefe convertido en
dios. Esa masa no piensa: obedece. Esa masa no se beneficia: beneficia
al jefe. Mucho antes de que en la Argentina se votara la ley de
"obediencia debida", en los populismos se ha tendido a imponer esta
norma. Nadie podía cuestionar las órdenes de Stalin, Hitler, Mao o
Fidel. Nadie, ahora, puede desobedecer las órdenes de Cristina Fernández
de Kirchner si pretende continuar recibiendo los óleos de su
protección. No es falso que en su cercanía se haya dicho que "a la
Señora no se le habla: se la escucha".
El culto a su personalidad está en pleno desarrollo. Se
lo considera prioritario, aunque lleve a la destrucción del partido o
los partidos políticos que la encaramaron en el poder. Lo grave de esta
tendencia es que no sólo daña a la política, sino que lastima gravemente
el prestigio y el futuro de nuestro país.
La última manifestación de esta pulsión antipatriótica lo expresa el absurdo acuerdo con Irán. Esta
república islámica representa un elocuente rechazo al progresismo. Está
gobernada por una teocracia severa con insignificantes maquillajes de
democracia electiva. Discrimina a la mujer. Prohíbe la libertad sexual
con castigos que pueden llegar al fusilamiento. Es abiertamente
antisemita. Afirma sin pudor su deseo de borrar del mapa a otro país.
Suministra armas al carnicero de Siria. Nutre grupos terroristas. Quiere
convertirse en el líder de la lucha contra los valores de Occidente.
Es verdad que Occidente no tuvo una inmaculada
concepción y muchas veces fue desleal a sus valores. Pero ha conseguido
consolidarlos en gran parte. A esos valores tienden los países que
marchan con la auténtica locomotora del progreso. No son la mayoría que
integran el mapa político del mundo, pero se destacan países como
Suecia, Alemania, Australia, Canadá, Finlandia, Noruega, etcétera. A ese
tren se han unido o tratan de unirse países latinoamericanos como
Brasil, Perú, Colombia, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Chile. Son los que
de veras han optado por el ascenso. En cambio, los que "hablan" de
progresismo, pero son reaccionarios, optan por el populismo o el
bolivianismo o el socialismo del siglo XXI. Son autoritarios, practican
el culto de la personalidad y conducen por laberintos siniestros hacia
la más honda decadencia. Brillan con sombras mortecinas los casos
ejemplares de Cuba y Venezuela, que tanto júbilo despertaron al
principio y tanta tristeza al final.
Ahora bien, como lo vienen señalando lúcidos y
valientes periodistas, la última "obediencia debida" que ha comenzado a
exigir la Presidenta -pese al absurdaje que la sostiene- es poner "punto
final" a la causa AMIA, para conseguir resonancia internacional y
merecer la confianza de los teócratas iraníes. No es un problema menor.
Devela cómo se alardea de soberanía, cuando al mismo tiempo se la rompe
en pedazos ante uno de los países más detestados del planeta. ¿No se
atentó contra nuestra soberanía cuando estallaron coches bomba en plena
Capital Federal? ¿Para qué este tratado con Irán, entonces? Para que
ella pueda ocupar el liderazgo vacante que hasta ahora correspondía a
Hugo Chávez.
A Cristina más le hubiera gustado la poderosa imagen de
Angela Merkel o la genuina popularidad de Dilma Russeff. Quisiera ser
admirada por Barack Obama. Pero no puede. Ya no le importa cumplir con
las vacías promesas del "modelo", entre las cuales figuraba eliminar la
pobreza: sus esfuerzos sólo apuntan a conseguir alguna fama, cualquiera
que sea, para ganar protagonismo y, merced a éste, conseguir votos.
El Gobierno no logra desmentir que el acuerdo con Irán
es absolutamente inservible para llegar a la verdad. La verdad ya ha
sido develada en gran parte por los magistrados argentinos. Este pacto
sólo sirve para satisfacer los delirios de grandeza que afectan a una
persona. Ni siquiera en las filas de la jefa del Estado se duda de que,
en caso de que la justicia argentina decida condenar a funcionarios
iraníes, estos sólo responderán con carcajadas.
Es muy grave que la Argentina, tras la desaparición de
Chávez del centro de la escena, se convierta ahora en el puente que
necesita Irán para infiltrarse en América latina. Nunca lo conseguiría a
través de Brasil. Pero sí a través de una Argentina decadente y
alienada. El culto a la personalidad está llegando al grotesco de que la
Presidenta determine a qué hora debe cesar una sesión en el Senado.
Sobrarían otros ejemplos.
Quizás ayude a razonar mejor la historia de Fausto. Ese
potente personaje de la ficción revela con precisión afilada hasta
dónde puede llevar la ceguera del apasionamiento. Un pacto con el Diablo
es un pacto con el Diablo. Y las consecuencias no son sino diabólicas.
Fausto lo sabía, pero no le importó. Los legisladores y funcionarios que
ejercen la "obediencia debida" lo saben. Debería importarles, aunque
prefieren obedecer ahora, antes que pensar en los castigos futuros. Han
perdido el interés en el futuro, todas sus acciones se reducen al
cortísimo plazo.
Entre las condenas que recibirán sin duda, habría que
estudiar si no va a calzarles el infame delito de traición a la patria.
Un delito que no prescribe y que no sólo les hará papilla la conciencia,
sino el patrimonio y el afecto de sus amigos y familiares. Es necesario
que ahora, antes de complicarse con un pacto demoníaco, lo piensen del
derecho y del revés. No se trata de un pacto progresista, se trata de
una ostentosa traición al progresismo vanamente invocado. Este pacto,
para colmo, comprometerá a la nación.
© LA NACION.
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