Luchas y caras, peticiones y techos en Europa
Libre Mercado, Madrid
Alejandra
Agudo entrevistó con gran entusiasmo en El País a Asunción
González, "pionera en la lucha por el 0,7 para cooperación", y la
señora González declaró:
Los
políticos que deciden recortes en un gabinete no ven caras, sino números.
Realmente es tremendo eso de reducir a la gente a
números. Lleva
razón doña Asunción. Hay que mirar a la gente a la cara. Siempre. Pero a toda
la gente. Lo que no tiene sentido es mirar sólo unas caras, como las caras de
los que cobran del gasto público, en este caso, el porcentaje del PIB que los
gobiernos dedican a la llamada ayuda
al desarrollo. Por supuesto que la gente que recibe ese dinero
tiene cara, no son números. Pero, llamativamente, Asunción González no ve las
caras de la gente que paga ese dinero, que son los púdica e hipócritamente
llamados contribuyentes.
Esas personas, forzadas a pagar, son seres humanos, doña Asunción, no son
números. ¿Por qué será que nadie, incluida usted, es capaz de ver sus caras?
Hablando
de caras, tituló Expansión:
"Soria pedirá a las petroleras que no suban el precio de los
carburantes", porque ello sería "inasumible". Dijo más el ministro:
(…)
en un momento en el que todos los sectores de la sociedad están haciendo
sacrificios, no puede haber una parte de la sociedad al margen de los ajustes
que, lejos de estar ajustando, esté subiendo los precios (…) no se pueden
incrementar precios en un contexto como el que vive España.
Una joya, este ministro Soria. Primero, habla como si fuera apenas
un modesto moralista o predicador. Segundo, habla como si los precios de los
combustibles no tuvieran relación alguna con él mismo, con la política y los
ministerios, con sus regulaciones, controles e impuestos; habla como si
realmente hubiera un mercado libre en las gasolinas y los gasóleos. Y tercero,
habla de los precios como si se determinaran conforme a la responsabilidad y la
ética individual de los agentes: si son buenos, van y los bajan; si son malos,
van y no los bajan. Se trata, pues, de pedir que no suban.
Hablando
de subir y bajar, de pedir e intervenir, tituló El País: "Romper el techo de cristal a
golpe de ley"; y añadió:
La
Comisión Europea quiere imponer un 40% de mujeres en los consejos pero
encuentra fuertes resistencias. La vía voluntaria se revela insuficiente. ¿Una
rigidez excesiva para las empresas?
La
retórica antiliberal de
este párrafo es muy notable. Ante todo, la propia idea de techo. Un techo
transmite la noción de voluntariedad identificable; los techos no se construyen
solos: son límites que alguien concreto erige, y en este caso lo hace a
propósito muy bajito, para que las mujeres no puedan ponerse de pie. La
conclusión incuestionable es: hay que romperlo. Eso sí, "a golpe de
ley". Ya podemos quedarnos tranquilos: aquí no se trata de salvajes que
van destrozándolo todo con pura violencia arbitraria. No, no. Aquí se destrozan
las cosas pero con leyes, no vaya a ser que a alguien se le ocurra objetar.
Pero
resulta que sí, que a alguien se le ocurre, porque aunque la abnegada y progresista Comisión
Europea quiere imponer por la fuerza (de la ley, estemos todos
tranquilos) un 40% de mujeres, resulta que… ¡encuentra fuertes resistencias!
Otra
vez, el mensaje es claro: hay gente mala que se resiste a una cosa que es
indudablemente buena, y, por serlo, ha de ser impuesta por la fuerza, una
fuerza que está justificada porque, atención, "la vía voluntaria se revela
insuficiente". Extraordinaria forma de indicar que las mujeres y hombres
libres que son propietarios de las empresas no han decidido aún por su propia
voluntad conformar sus consejos de administración de acuerdo con la voluntad de
los políticos y los grupos de presión. En otras palabras, lo que aquí se quiere
transmitir es que la
libertad es insuficiente.
Claro,
una cosa así no se puede decir abiertamente, y de ahí la riqueza de la retórica
antiliberal prevaleciente, y que brilla en este párrafo de principio a fin. De
hecho, en su final, no vaya a ser que el lector se dé cuenta de que es la
libertad lo que está en juego, se plantea la duda, entre signos de
interrogación, sobre
si violar la libertad es "una rigidez excesiva".
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