Los dos legados de Chávez
La muerte del presidente venezolano, Hugo Chávez,
marcará probablemente el principio del fin de la influencia política de
Venezuela en América Latina, pero es probable que su influencia dentro
de Venezuela se mantenga durante décadas.
Contrariamente a la
suposición generalizada en los medios de prensa internacionales de que
Chávez fue el heredero político del otrora líder guerrillero de Cuba,
Fidel Castro, es muy posible que el difunto presidente venezolano pase a
la historia como un fenómeno político más cercano al del hombre fuerte
argentino Juan D. Perón.
Lo mismo que Perón, Chávez fue un
oficial de las fuerzas armadas y un maquinador de golpes de estado que
coqueteó primero con el fascismo, luego se inclinó a la izquierda, y una
vez en el poder dio millones a los pobres gracias a un boom mundial de
los precios de las materias primas, lo cual lo distinguió de presidentes
venezolanos anteriores que solamente habían hecho promesas vacías a las
masas empobrecidas del país.
Y, lo mismo que Perón, Chávez era un
narcisista —en una ocasión usó 489 veces la palabra “yo” en un mismo
discurso, el 15 de enero del 2011— quien creó a su alrededor un culto a
la personalidad y que impulsivamente regaló miles de millones de dólares
en su país y en el extranjero sin rendición de cuentas alguna, a
expensas de destruir las instituciones de su país y gran parte de su
economía.
La influencia de Chávez en Latinoamérica durante sus 13
años en el poder creció en una forma directamente proporcional a los
precios del petróleo en el mundo.
Cuando él subió al poder en
1999, los precios del petróleo rondaban los $9 por galón. Cuando los
precios del petróleo empezaron a subir gradualmente a más de $80 el
barril durante los años siguientes, Chávez empezó a financiar a
políticos leales a su causa en Bolivia, Nicaragua, Ecuador y otros
países latinoamericanos, y acabó creando su bloque de aliados en el
continente, ALBA, que siguieron su modelo narcisista-leninista, que él
llamó Socialismo del Siglo XXI.
Hacia el 2006, Chávez estaba
regalando hasta $3,700 millones al año en América Latina —en comparación
con los $1,200 millones de la administración de Bush— para comprar
influencia política mientras buscaba respaldo a su fracasado intento de
hacer entrar a Venezuela en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Muchas
de sus promesas nunca se materializaron —como en el caso de un
gasoducto que debía ir de Caracas a Buenos Aires, el cual los escépticos
bautizaron como el “Hugoducto”— y algunas de sus promesas de enormes
proyectos de infraestructura en Africa y Asia provocaron críticas en su
propio país, donde las carreteras y los puentes se desmoronaban.
Pero
la influencia de Chávez en el extranjero empezó a menguar después de
que los precios del petróleo alcanzaron una cifra récord de $146 el
barril en el 2008. Desde entonces, y especialmente después de que a
Chávez le fuera diagnosticado un cáncer a mediados del 2011 y los
precios del petróleo bajaron, los petrodólares de Chávez se han
confinado a Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y algunas islas del
Caribe.
Ahora, con la economía de Venezuela casi hundida en el
caos, una tasa de inflación del 30 por ciento y pocas probabilidades de
que los precios del petróleo alcancen las alturas anteriores, Venezuela
tendrá que renunciar a sus ambiciones regionales, por la simple razón de
que se ha quedado sin dinero.
Y, sin importar quién gobierne
Venezuela en el futuro, los días de la megalomanía populista financiada
con el petróleo probablemente han terminado, debido a las tendencias
globales en la industria energética.
Según la mayoría de los
pronósticos, Estados Unidos reemplazará a Arabia Saudita como el mayor
productor de petróleo del mundo en cinco años, lo cual causará una
reducción en las importaciones petroleras de EEUU y una declinación en
los precios mundiales del petróleo. Esto hará difícil a los sucesores de
Chávez seguir financiando a los aliados populistas radicales de
Venezuela en la región.
No obstante, dentro de Venezuela, el
“chavismo” sobrevivirá probablemente como la mayor fuerza política
durante las próximas generaciones. Debido a que los años de Chávez en el
poder coincidieron con el mayor boom petrolero en la historia reciente
de Venezuela, y debido a que Chávez regaló tanto dinero a los pobres, él
tiene más posibilidades de ser recordado como un “campeón de los
pobres” que como el populista que destruyó el sector privado del país,
ahuyentó a los inversionistas e hizo que Venezuela fuera más dependiente
del petróleo que nunca.
De ahora en adelante, de forma muy
parecida a lo que ocurrió en Argentina tras la muerte de Perón, la
mayoría de los candidatos presidenciales se declararán “chavistas”, aún
cuando desprecien al difunto ex oficial golpista que fue electo
presidente.
Y, de forma muy parecida a lo ocurrido en Argentina en
las últimas décadas, veremos políticos “chavistas” de todos los
colores: izquierdistas radicales, moderados, centristas y derechistas.
En los discursos interminables de Chávez, que a veces duraban más de
seis horas, encontrarán suficientes citas memorables para respaldar
cualquier teoría política.
Guillermo Lousteau, profesor de la
Universidad Internacional de la Florida que encabeza el Instituto
Interamericano de Democracia, considera que Chávez pasará a la historia
no tanto como Perón, sino como Ernesto “Ché” Guevara: una figura mítica,
pero cuya influencia hoy en día es más romántica que política.
“Chávez
se convertirá en un ícono cultural: veremos camisetas con el rostro de
Chávez, así como vemos las camisetas con el rostro del Ché Guevara, pero
su influencia no irá más allá de eso”, me dijo Lousteau.
“Chávez
ya no está vivo para mantener unido al movimiento chavista, como lo
estaba Perón después de haber sido derrocado”, indicó Lousteau. “Sin un
líder carismático, y con una economía cuesta abajo, el chavismo hará
implosión”.
Mi opinión: Los ciclos políticos de América Latina
tienden a cambiar cada 12 años, y es probable que la muerte de Chávez
—combinada con los precios estancados de las materias primas— acelere la
decadencia de la “revolución bolivariana” en Latinoamérica.
De la
misma manera que tuvimos dictaduras militares en los años 1970,
socialdemocracias en los 1980, gobiernos neoliberales en los 1990 y
“chavismo” en la primera década del siglo XXI, es posible que estemos
entrando a una nueva década de algo diferente, que ojalá sea de
pragmatismo democrático.
Pero la imagen inmerecida de Chávez como
el mayor adalid de los pobres en la región —de hecho, países como Perú y
Chile redujeron la pobreza más que Venezuela en años recientes, y sin
debilitar sus democracias— tendrá un impacto negativo duradero en
Venezuela. Como sucede a menudo con los países ricos en materias primas,
los líderes populistas florecen durante los booms en los precios
mundiales de las materias primas. Luego, cuando bajan los precios de las
materias primas y ellos dejan sus cargos —ya sea que los derroquen o
que, como en el caso de Chávez, mueran en el cargo—, sus sucesores
tienen que tomar medidas económicas impopulares, y los seguidores de los
antiguos líderes populistas pueden decir: “Estábamos mejor cuando
nosotros estábamos en el poder”.
Venezuela no será una excepción a
la maldición de las materias primas en Latinoamérica. El populismo de
Chávez conservará su popularidad durante décadas. Tomará mucho tiempo, y
mucha educación, convencer a muchos venezolanos de que el chavismo era
“pan para hoy, hambre para mañana”, y que los países de mayor éxito son
aquellos que tienen instituciones fuertes, en lugar de hombres fuertes.
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