El Ministerio de la Verdad
SALAMANCA.
– El ciudadano Winston Smith trabaja en el Ministerio de la Verdad, oficina del
Gobierno que tiene como objetivo escribir, todos los días, la historia pasada
para que ella se ajuste a las decisiones que se toman en la actualidad. De este
modo, todos los actos del poder se ajustan, estrictamente, a los dictados de la
Historia, así, con mayúsculas. Esta es la línea argumental de la novela “1984”,
publicada por George Orwell (1903-1950) en 1949, después de haberle dedicado
los dos años anteriores a su redacción.
Este
Ministerio de la Verdad no es otra cosa que una réplica de los ministerios de
propaganda construidos a imagen y semejanza de aquella oficina siniestra
que manejaba Goebbels como parte del aparato nazi. El objetivo: crear
“verdades” que justifiquen las más extremas atrocidades que se puedan consumar dentro
de aquel o cualquier otro régimen. Ese ministerio, con otros nombres, se
reprodujo en diferentes rincones del planeta persiguiendo los mismos fines:
justificar los abusos de las tiranías.
Con la
muerte de Hugo Chávez comenzaron a aparecer varios hechos dirigidos a la
canonización del “comandante-presidente” y subirlo a los altares del
panteón de los absolutismos. Nada mejor para ello que identificarlo con la
figura de Simón Bolívar de quien Chávez se presentaba como su reencarnación al
querer materializar el sueño del Libertador: hacer de América una sola nación.
Cuando Bolívar dejó el poder el 20 de enero de 1830 lo hacía desencantado por
el ambiente político que se vivía y si alguna vez soñó con hacer del continente
un solo país, entendía que aquello era imposible. Las escisiones del Alto Perú
(luego Bolivia), Perú, Ecuador, Nueva Granada (luego Colombia) y Venezuela, se
lo estaban demostrando. En su mensaje al Congreso Constituyente de Bogotá
dijo: “Disponed de la presidencia que respetuosamente abdico en vuestras manos.
Desde hoy no soy más que un ciudadano armado para defender la patria y obedecer
al gobierno”. ¡Cuánta diferencia con los gobernantes “bolivarianos” de hoy que
se aferran al poder con una ambición desvergonzada y un patriotismo hipócrita.
Se han
echado ya las semillas para aunar las semejanzas entre el Libertador y Chávez:
el primero murió envenenado y el segundo a causa de un cáncer ¡producido
por los imperialistas enemigos de la patria! ¿En qué momento podían haberlo
envenenado cuando enfermo y solo en una casa que ni siquiera era suya, en la
localidad colombiana de Santa Marta, “iba de la cama a la hamaca, tratando de
respirar” (“Simón Bolívar”, John Lynch, ediciones Crítica), hasta que luego de
una penosa agonía murió asistido por el obispo Esteves y un sacerdote de una
comunidad indígena cercana? Fue el 17 de diciembre de 1830. Su cuerpo
embalsamado fue depositado el día 20 en la catedral de Santa Marta y de allí al
Panteón Nacional de Caracas en 1876. Su cuerpo fue exhumado hará un par de años
en un acto al que asistió el propio Chávez con la intención de determinar si
había sido o no envenenado. Se desconocen los resultados ya que nunca se volvió
a hablar del tema.
El actual
Ministerio de la Verdad busca convertir el pensamiento de Bolívar en
socialista. A lo largo de toda su carrera como estadista, Bolívar fue de ideas
liberales contrario de imponer restricciones al comercio. La realidad que
enfrentaba le estaba diciendo que era imposible establecer uniformidades en
materia económica: “Venezuela no debe continuar unida a la Nueva Granada y
Quito, porque las leyes que convienen a esos territorios no son apropósito para
éste, enteramente distinto por costumbres, clima y producciones, y porque en la
grande extensión pierden la fuerza y energía” (Acta del Cantón de Valencia en
“Historia Constitucional de Venezuela”). Fue el argumento decisivo para la
partición de la Gran Colombia.
El fuerte
militarismo de Chávez contrasta también con las ideas de Bolívar, quien en una
carta dirigida a su amigo y consejero Daniel Florencio O’Leary le decía:
“¿Mandarán siempre los militares con su espada? ¿No se quejarán los civiles del
despotismo de los soldados? Yo conozco que la actual república no se puede
gobernar sin una espada y, al mismo tiempo, no puedo dejar de convenir que es
insoportable el espíritu militar en el mando civil” (Carta a O’Leary,
septiembre de 1829). Con la mención rápida nada más de estos pocos puntos (y
los hay en abundancia), pues, menudo trabajo tendrá el Ministerio de la Verdad
para adecuar la Historia al discurso que quieren alimentar los “socialistas del
siglo XXI”.
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