La gran novela del genocidio armenio
Se cumplen ochenta años de la estremecedora novela épica Los cuarenta días de Musa Dagh.
Su denuncia fue un rayo que partió conciencias dormidas y se convirtió
en uno de los libros más frecuentados de la época. En medio de la
ignorancia, la censura y ajenas urgencias, el planificado asesinato de
todo un pueblo había quedado en el más oscuro rincón de las agendas. Con
una prosa restallante, su autor describe las atrocidades cometidas por
el decadente imperio otomano y cómo se construyó una resistencia que
involucró las aldeas que rodean la montaña de Musa Dagh. Aislados, sin
comida y sin recursos, un millar y medio de personas se negaron a
dejarse arrollar. Es interesante el apoyo que durante esa tragedia les
brindó el pastor alemán Lepsius, quien mantuvo un esclarecedor diálogo
con Ever Pashá, comandante turco. Este jefe explicó sin cortapisas las
razones (o sinrazones) de su gobierno para deportar y asesinar a "los
piojos" de su país: el pueblo armenio. La lucha duró cuarenta días,
hasta que acudió a rescatarlos una fracción de la armada francesa. El
escalofriante y largo episodio pasó a transformarse en un símbolo de la
tragedia que quedó inscripta para siempre en el corazón de los armenios.
El autor de esa novela basada en hechos reales fue
Franz Werfel, narrador, dramaturgo y poeta nacido en Praga en 1890.
Integra la vasta lista de los grandes creadores de la Europa central de
aquella época y se lo suele asociar con la corriente expresionista. Su
vida también fue de novela. Sirvió en el ejército austrohúngaro durante
la Primera Guerra Mundial, con tareas militares en el frente ruso y como
agente de prensa. Pero no pudo evitar que se lo condenase por traición a
la patria debido a su provocador pacifismo. Las obras que empezó a
publicar lo bendijeron con una rápida fama y en 1929 se casó con Alma
Schindler, viuda del compositor Gustav Mahler.
Imposible no incorporar un párrafo sobre esa bella,
culta e inteligente mujer, que lo acompañó hasta su muerte y había sido
la joya más codiciada de su tiempo. Dotada de notable sensibilidad
artística y avanzado espíritu rebelde, compositora ella misma e hija de
un celebrado plástico, Alma recibió "el primer beso" del pintor Gustav
Klimt, fue pareja del pianista Zemlinski y tuvo un affaire con el pintor
Oskar Kokoschka. Se enamoró y casó con Mahler, cuyo apellido adoptó
para siempre. Pero luego se entusiasmó con Walter Gropius, quien fundó
la mundialmente aplaudida escuela Bauhaus. Después del fallecimiento de
Mahler y un socialmente correcto intervalo, se casó con Gropius. Pero la
pareja dejó de funcionar al introducirse en la escena el escritor Franz
Werfel. Alma Mahler se divorció de Gropius y se casó con Werfel. Lo
acompañó como una musa mientras redactaba la electrizante gran novela Los cuarenta días de Musa Dagh.
Es curioso que haya sido publicada en el mismo año que
Adolf Hitler tomó el poder en Alemania. También es curioso que, pese a
que la obra alcanzó una acelerada aceptación planetaria, Hitler avanzó
con sus siniestros planes antisemitas repitiendo la frase "¿quién se
acuerda del genocidio armenio?".
Cuando en 1938 se produjo la anexión que incorporó
Austria al Tercer Reich (con el júbilo irresponsable de la inmensa
mayoría del país), Werfel, su esposa y sus hijos -lo mismo que Freud y
otras celebridades- tuvieron que dejar Viena. Se dirigieron a Francia,
donde fueron testigos de la invasión nazi. Entonces Werfel con su
familia se desplazó hacia el Sur, hacia Lourdes, que había quedado bajo
el gobierno cómplice de Vichy. Parecía que la furia genocida inaugurada
en el siglo XX con los armenios no llegaría tan lejos. Fue acogido por
los monjes del santuario, pero llegó el momento en que ningún judío se
podía considerar a salvo dentro de la Francia ocupada ni de la Francia
sometida. Consiguieron embarcarse a los Estados Unidos, donde compuso la
famosa "Canción de Bernadette", donde narra los milagros de la Virgen,
obra que pronto fue llevada al cine y obtuvo un Oscar. Corresponde, por
lo tanto, señalar que fue un judío quien compuso la primera y
electrizante novela sobre el genocidio armenio y que fue ese mismo judío
quien dotó de verosimilitud, ternura y espiritualidad al milagro de
Lourdes.
También fue judío quien acuñó la palabra genocidio. Se
trata del abogado polaco Rafael Lemkin, que la propuso en 1944, antes de
acabar la Segunda Guerra Mundial y cuando aún no se tenían claras
noticias sobre los horrores del Holocausto. Lemkin se refería a las
matanzas cometidas por motivos raciales, nacionales y religiosos.
Fundamentó su tesis en las atrocidades llevadas a cabo contra el pueblo
armenio en 1915. Gracias a sus esfuerzos consiguió que el tribunal de
Nürenberg definiera como crímenes contra la humanidad el "asesinato,
exterminio, esclavitud, deportación, persecución y cualquier otro acto
inhumano contra la población civil, por motivos religiosos, raciales o
políticos".
Los historiadores suelen fijar el comienzo de la
atmósfera que llevó al genocidio armenio en el golpe de Estado que
impusieron los llamados Jóvenes Turcos. El nacionalismo exacerbado,
empero, los indujo a canjear las tendencias modernizadoras por una
expansión del imperio otomano y "la unión sagrada de la raza turca".
Armenia, por su ubicación geográfica, por haber sido la primera nación
en convertirse al cristianismo y por insistir en sus reivindicaciones
sociales, se convirtió en un escollo. El 24 de abril de 1915 estalló la
primera y espantosa manifestación del delirio con el arresto de las 235
personalidades armenias más relevantes -científicos, escritores,
sacerdotes, docentes, líderes políticos-, conforme a una lista
previamente confeccionada. Ese número pronto ascendió a ocho centenares.
Era una decapitación que pretendía privar al pueblo de una orientación
confiable e impedir que las noticias cruzaran las fronteras. Al mismo
tiempo se organizaron "brigadas de trabajo" con hombres de 16 a 60 años,
destinados a construir caminos y trincheras en los que luego se los
ejecutaba sin explicarles el motivo. Muchos morían antes del tiro mortal
por la extenuación física, la carencia de alimentos, los castigos
brutales y la falta de higiene.
A mediados de 1915 empezó la salvaje etapa de empujar
niños, mujeres y ancianos hacia el desierto que ahora pertenece a partes
de Siria, Irak y Arabia Saudita. Los hacían marchar semidesnudos,
descalzos, hambrientos, infectados, heridos, sedientos y aterrorizados.
Iban cayendo sobre las arenas que servían de sepulcro, sin que se
necesitase gastar la pólvora de las municiones. No conformes con esta
"limpieza", buscaron a quienes se habían escondido en orfelinatos o en
el interior de las viviendas donde familias turcas decentes y corajudas
les brindaron asilo.
Después de la guerra, la comunidad internacional
condenó el genocidio armenio, en el que fueron asesinadas un millón y
medio de personas. Varios países habían advertido, ya en 1915, que los
Jóvenes Turcos serían acusados por el extraordinario crimen. En la
actualidad sólo fanáticos son capaces de negarlo. Pero aún la cuestión
sigue abierta, porque el gobierno de Turquía se resiste a reconocer su
responsabilidad. Contra esa posición se han manifestado grandes
intelectuales turcos, incluido el premio Nobel de Literatura Orhan
Pamuk.
A partir de esa masacre creció la llamada diáspora
armenia, que ha producido incontables figuras de gran prestigio en todos
los campos de la actividad humana. Cuando Franz Werfel publicó en 1933
su gran novela sobre la resistencia ejemplar en torno a una montaña, no
podía sospechar que ese pueblo era en sí mismo una montaña difícil de
abatir.
© LA NACION.
- 28 de diciembre, 2009
- 10 de abril, 2013
- 8 de junio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
Artículo de blog relacionados
Por Brian Fincheltub El Republicano Liberal Más que por sinceridad, en un acto...
4 de marzo, 2014El País, Madrid Irán y Venezuela no podrían ser países más diferentes. Piadosos...
22 de junio, 2009La Segunda Santiago.– En un primer momento, los expertos de la industria estimaron...
2 de octubre, 2009- 17 de octubre, 2008