Fariseísmo de izquierda
Integridad
es la coherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace. – Carlos Alberto Montaner
En
política, la hipocresía moral reconoce a los izquierdistas como sus
abanderados. Es verdad que, en cualquier sitio del planeta, ellos acostumbran
distinguirse por las tonterías. Los hombres de ideas se han divertido gracias a
esos disparates que, aunque resulte desconcertante, defienden con
apasionamiento. Ejercitar la razón es viable cuando proposiciones tan
desatinadas son expuestas ante nosotros. En consecuencia, su dogmatismo ha
propiciado la oportunidad de forjar teorías que desacrediten las aseveraciones
del colectivismo. Resumiendo, hubo momentos en que fue posible, así sea
fugazmente, discutir sobre la necedad de todo determinismo, incluyendo aquél
planteado por Karl Marx. Empero, hace mucho tiempo, se desistió de mantener una
pugna que, en un principio, pretendía tener base científica. Por ello,
apartando pocas salvedades, ya no es factible debatir con socialistas que, como
Georg Lukács, abominen del irracionalismo. La disputa debe librarse en un campo
que sea diferente.
Derrotada
su interpretación del mundo, así como el deseo de transformarlo, ellos han
optado por utilizar la ética para obtener alguna supremacía. Dado que los
juicios morales pueden ser discutidos hasta la saciedad, pues cada hombre
racional cuenta con un parecer al respecto, ese ámbito es explotado sin
comedimiento. Por supuesto, su concepción del mal fue fraguada con el objetivo
de condenar a los que promueven un sistema en donde sus majaderías no son
consentidas. De acuerdo con lo que sostienen, nadie más podría ser un
bienhechor del prójimo. El tránsito a la vida ejemplar es aquél que ha sido
inaugurado por su ideología. Cualquier otra ruta que se tomare no conduciría
sino a la perdición. Sólo ese bando habría aceptado la tarea de oponerse a las
vilezas y comportamientos ofensivos que, desde su nacimiento, acompañarían al
liberalismo. Más que nunca, su proselitismo anhela un aire de religiosidad.
Tristemente,
esa indignación frente a las miserias de nuestra época no puede considerarse
genuina. Con frecuencia, las reacciones que se presentan son vulgares
manifestaciones de impostura. Han sido demasiados los sujetos que, tras
expresar angustia por la situación del semejante, a quien ofrecen caridad
ilimitada, dispusieron la eliminación de sus colaboradores. Pasa que, si
alguien no está conforme con adoptar sus boberías como lo único cierto, merece
arder durante toda la eternidad. En su criterio, las críticas provendrían
siempre de los individuos que, impulsados por móviles demoniacos, quieren
oprimir al débil. Pese a esto, cuando un compañero es el que subyuga, mortifica
e impide la felicidad de las personas, los reproches se cambian por
justificaciones descabelladas. De este modo, habría motivos para perpetrar esas
calamidades, las cuales abonarían el terreno que será bendecido por su reino.
Los apologistas del mercado, esa presunta invención del infierno, no tendrían
cabida en el jardín que creen.
En
un número importante de casos, las contradicciones marcan la existencia del
moralista que declara su filiación izquierdista. Sus extensos discursos que
atacan a los empresarios, cuyas fortunas suelen ser legítimas, no concuerdan con
las prácticas personales. La exaltación de los pobres es instrumental; en
realidad, como lo pregonó Nikita Jruschov, lo que desean es vivir con las
mayores comodidades. Cuando los bienes llevan su nombre, no hay ninguna
esclavitud que denunciar. Aun ceder a los encantos del consumismo menos
tolerable se vuelve adecuado. Por otro lado, tampoco parece creíble su lucha
contra la ignorancia, una enfermedad que se sugiere combatir sin tibiezas.
Afirmo esto porque, debido a sus sistemas de adoctrinamiento, el oscurantismo
crece sin cesar entre quienes los han secundado en ese delirio. Su aversión al
análisis de otras teorías y el rechazo del cuestionamiento interno contribuyen
a perpetuar la infamia. Mientras les sea favorable, el panorama permanecerá
inmutable. No faltarán las excusas que intenten la santificación de su
proceder.
El autor es escritor, filósofo y abogado.
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