Chavismo sin Chávez
chavismo sin Chávez. La historia está repleta de ejemplos en que, una
vez muerto o desaparecido el caudillo o dictador, se acaba su régimen y
su
legado. Pero el experimento chavista en Venezuela no parece haber
muerto con Chávez el pasado 5 de marzo y lucha por su sobrevivencia en
las elecciones del próximo 14 de abril.
El chavismo venezolano se
está comportando como el viejo PRI (Partido Revolucionario
Institucional) mexicano. Está tratando de demostrar que el partido y sus
ideas pueden superar cualquier obstáculo, incluyendo la muerte de su
líder. Chávez, como todos los presidentes priístas desde 1929 al 2000,
escogió a su sucesor con un dedazo. Y el escogido –Nicolás Maduro– no
tuvo más mérito que haberle caído bien a su jefe.
Maduro,
aclaremos, no es Chávez. Pero sabe que la única manera de ganar es
presentándose ante los electores como más chavista que Chávez.
Chávez
era mucho Chávez. Para bien o para mal pero tenía una fuerza política
pocas veces vista en un líder. Nunca pasaba desapercibido. Vivía el
momento pero tenía una idea muy clara de cómo transformar la historia.
Chávez no cabía en sí mismo y su abrumadora personalidad arrolló a
Venezuela y a muchos países que se dejaron.
Maduro, en cambio, es
un político muy chiquito. Lo poco que tiene a favor es que se ha
arropado de Chávez. Además, Maduro le quiere hacer creer a los
venezolanos que él aún tiene una comunicación con el fallecido hombre
fuerte de Venezuela.
En declaraciones que primero dan risa (y
luego hasta vergüenza ajena), Maduro ha dicho que Chávez, desde el
cielo, influyó para escoger al primer Papa sudamericano. Luego, su
gobierno autorizó la difusión de unos dibujos animados en los que Chávez
se va al paraíso a reunirse con Simón Bolívar, el Ché y Salvador
Allende, entre muchos otros. (Aquí está la liga de ese increíble video
bbc.in/163O9RO). Y lo último fueron sus declaraciones de que Chávez se
le había aparecido como un “pajarito chiquitico”, que le había hablado y
dado instrucciones, y que él, Maduro, “había sentido el espíritu” de
Chávez en ese animal.
Un doctor, amigo mío, me dijo que eso se
llaman “alucinaciones”. En Twitter alguien lo describió como un “delirio
místico”. Pero Maduro no es tan tonto. El sabe perfectamente que Chávez
no escogió al Papa Francisco, ni sabe si se fue al cielo y desde luego
que no habla con pajaritos. Maduro, conscientemente, está creando una
narrativa político-religiosa que lo ligue a un Chávez santificado y que
le ayude a ganar las próximas elecciones.
Maduro –quien era
seguidor del líder religioso de la India, Sai Baba, a quien visitó en
varias ocasiones– quiere vender el cuento de que el espíritu de Chávez
le habla a él desde el más allá y, por lo tanto, lo ha ungido para ser
el próximo presidente. Maduro quiere hacerles creer a los votantes que
Henrique Capriles, el candidato único de la oposición, no tiene
contactos tan altos ni tan bien colocados. Maduro es como un globo: solo
el recuerdo de Chávez lo infla; sin él, está aplanado y en el piso.
Pero
ciertamente Maduro parece un candidato desesperado a pesar de aún estar
adelante en las encuestas. Las bromas y torpezas de Maduro son el clic
de cada día en la internet; hay sitios dedicados a burlarse de él. Y
cuando un candidato compara a su opositor con Hitler, como lo hizo
Maduro, uno sabe que ha llegado al extremo de su creatividad.
Pero
para que gane Capriles tiene que darse un escenario parecido al de
Nicaragua en 1990 cuando Violeta Barrios de Chamorro le ganó con un
amplísimo margen a los sandinistas. Una elección muy cerrada, con todos
los organismos del gobierno apoyando a Maduro –incluyendo el que cuenta
los votos– no desembocaría nunca en una victoria de la oposición.
¿Es
posible el chavismo sin Chávez? Parece ser que sí. Los que vivimos en
Miami, por muchas décadas nos creímos el dogma de que la dictadura
castrista moriría con la desaparición o la enfermedad de Fidel Castro.
Pero Fidel se enfermó, casi desapareció del mapa político y no pasó nada
en Cuba.
Lo mismo ha ocurrido en Venezuela (ante el horror de su
exilio en el sur de la Florida). Por años estuvieron esperando la
muerte de Chávez. “No”, me aseguraban, “ese gobierno no se sostiene sin
Chávez; no hay quien lo reemplace”. Pero vino la sorpresiva muerte de
Chávez y el dramático cambio que tanto habían estado esperando no llegó.
Maduro tomó el poder; el líder de la asamblea, Diosdado Cabello, bajó
la cabeza y espera su turno, los militares mordieron fuerte y no se
movieron, y todo sigue igual.
Lo único que puede cambiar a
Venezuela es que la oposición salga a votar el domingo 14 de abril de
una manera contundente y masiva. Pero, antes, se tienen que sacudir de
la cabeza esa terrible sospecha de que nunca le podrán ganar a Chávez,
vivo o muerto.
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