Capriles dio la sorpresa
La impresionante demostración de fuerza del
candidato opositor venezolano Henrique Capriles en las elecciones del
domingo —a pesar de un injusto proceso electoral en el que su rival
disfrutó de todas las ventajas— ha convertido al ganador oficial Nicolás
Maduro en un presidente electo políticamente débil.
De acuerdo con
los resultados oficiales anunciados por la oficialista directora del
Consejo Nacional Electoral, el presidente en funciones Nicolás Maduro
—heredero político del presidente Hugo Chávez— ganó con el 50.6 por
ciento del voto, mientras que Capriles recibió un 49 por ciento.
Pero
incluso si ese resultado fuera correcto —Capriles no lo reconoció y
esta exigiendo un recuento—, Maduro fue proclamado ganador con un escaso
margen de victoria del 1.6 por ciento, que fue significativamente menor
que el de un 10.8 por ciento que obtuvo Chávez en las elecciones de
octubre.
Esto significa que casi 700,000 de los que votaron por
Chávez en las elecciones pasadas lo hicieron en esta ocasión por
Capriles, o que Capriles fue capaz de atraer a cientos de miles de
votantes que se habían abstenido en los pasados comicios.
El poder
de convocatoria de Capriles fue impresionante, si consideramos que tuvo
que lidiar con una formidable maquinaria estatal al servicio de Maduro,
y que tuvo que hacer campaña con reglas electorales que el gobierno
hizo a la medida para asegurar la victoria de Maduro. No fue en vano que
Capriles dijo que esta era una contienda de David contra Goliat.
El
gobierno de Maduro convocó a estas elecciones casi inmediatamente
después de la muerte de Chávez para beneficiarse del sentimiento de
solidaridad nacional hacia el fallecido presidente. Maduro no sólo usó
los enormes recursos estatales del monopolio petrolero estatal PDVSA
para financiar su campaña, sino que controló la mayoría de los medios de
comunicación.
Bajo las reglas de la elección, el candidato de
oposición sólo podía usar cuatro minutos diarios de propaganda
televisiva pagada por canal de televisión, mientras Maduro podía
utilizar 14 minutos, sin contar las interminables cadenas nacionales que
hacía casi a diario en su calidad de presidente en funciones.
También,
el gobierno presionó a los empleados públicos —cuya cifra ha crecido de
los 800,000 cuando Chávez asumió la presidencia en 1999, a 2.4 millones
hoy en día— a votar por Maduro, e intimidó a los votantes de oposición a
que no sufragaran, al difundir rumores de que las máquinas automáticas
de votación podían identificar a quienes votaban por Capriles.
El
ministro de Defensa, Diego Molero, cuyas fuerzas armadas estaban a cargo
de custodiar los colegios electorales, dijo en una ceremonia pública el
7 de marzo que las fuerzas armadas de Venezuela “son revolucionarias,
antiimperialistas, socialistas y chavistas”, un mensaje poco velado
destinado a intimidar a los votantes opositores, o a convencerlos de que
no valía la pena votar porque los militares no permitirían una victoria
de la oposición.
Aun así, a pesar de estos y otros obstáculos,
Capriles recibió casi la mitad o más de los votos, según a quien
queramos creer. Según la oposición, recibió más del 50 por ciento.
Y
Maduro fue tan mal candidato que su propio lugarteniente, Diosdado
Cabello, concedió en un tweet después de la votación del domingo que las
fuerzas gubernamentales necesitaban llevar a cabo “una profunda
autocrítica” de su campaña.
Tanto Maduro como la presidenta del
Consejo Nacional Electoral de Venezuela, Tibisay Lucena, mencionaron las
elecciones estadounidenses del 2006 ganadas por George W. Bush y las
del 2006 ganadas por el mexicano Felipe Calderón como ejemplos de
victorias por un margen aún menor, que no impidieron que los respectivos
ganadores sirvieran sus términos.
Lo que Maduro y Lucena no
dijeron es que la victoria de Bush fue aceptada por su rival demócrata
después de un recuento, y que la de Calderón fue respaldada por las
misiones observadoras internacionales que supervisaron todo el proceso
electoral durante meses, incluido el acceso a la televisión, mientras
que el gobierno venezolano sólo permitió “acompañantes electorales” de
países amigos, quienes llegaron poco antes de las elecciones en misiones
de turismo político para presenciar el voto del domingo.
Mi opinión: Hay serias dudas sobre la legitimidad de Maduro, que aumentan cada hora.
Si
Maduro está tan seguro de que ganó, ¿por qué adelantó la proclamación
oficial de su victoria, en vez de esperar el recuento total del voto que
él mismo había prometido en su discurso de victoria el lunes por la
madrugada?
Si no tiene dudas de que sacó mas votos, ¿por qué se
hizo proclamar presidente en una ceremonia “express’’ en vez de hacer el
recuento de votos que demandaba Capriles —y que apoyaron la Unión
Europea, Estados Unidos y otros países— que, de convalidar los
resultados, le podría haber dado total legitimidad a su gobierno?
El
motivo del repentino cambio de opinión de Maduro sobre el recuento de
votos podría ser que sabe que no ganó, o que teme que los 3,200 casos de
violaciones electorales que documentó la oposición podrían cambiar los
resultados oficiales.
¿Qué pasará ahora? Maduro comenzará a
denunciar diariamente presuntas conspiraciones nacionales e
internacionales contra su gobierno —como sus cotidianas acusaciones sin
prueba alguna de que Washington inoculó el cáncer a Chávez— en un
intento de desviar la atención de su cuestionada legitimidad.
También silenciará a Globovisión, la última cadena televisiva
antichavista, que según informes de prensa ha sido vendida a empresarios
cortesanos del gobierno, con la esperanza de que una censura más
estricta le permita mantenerse en el poder.
Pero el hecho es que
la oposición de Venezuela ha surgido fortalecida de la votación del
domingo, y que será difícil para Maduro imponer una dictadura al estilo
cubano en Venezuela.
A menos que permita un recuento total de la
votación, como él mismo prometió en su discurso después de la votación,
Maduro comenzará su mandato con un aura de ilegitimidad, y su gobierno
populista podría implosionar pronto bajo la presión de una economía que
está colapsando, divisiones internas dentro del chavismo y una oposición
revitalizada.
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