Venezuela: La nueva dictadura perfecta
Tras incumplir
los plazos que el propio Consejo Nacional Electoral (CNE) se impuso, los
rectores del CNE declararon que el ganador de los comicios de este domingo en
Venezuela fue el presidente en funciones Nicolás Maduro (con 7.505.338 votos,
el 50,66% del total), con una diferencia de sólo el 1.6% de los votos respecto
a Henrique Capriles (7.270.403 votos, el 49.07% del total), el líder de la
oposición, es decir, apenas una diferencia de 235 mil votos, muy lejos de los
millones de votos que el chavismo y la mayoría de las encuestadoras
anticipaban. Esto, nótese, en un proceso que se caracterizó por las masivas
denuncias de irregularidades electorales y con una autoridad electoral (el CNE)
cuestionada en su honradez e imparcialidad desde el inicio y hasta el final del
proceso.
Las primeras
reacciones eran las previsibles: En un largo y anticlimático discurso, Maduro
declaró que el ajustado resultado debía ser aceptado por la oposición; para
sustentarlo, habló de los muchos triunfos electorales del chavismo en el pasado
y hasta comparó su triunfo con el de George W. Bush contra Al Gore (2000) y
mintió innecesariamente, al afirmar que una diferencia tan corta es legítima
como mostró el caso de México en 2006, cuando Felipe Calderón ganó por una
diferencia menor que, según él, fue aceptada por la oposición (¡!). En el borde
de la incoherencia, habló de que aceptaría una auditoría del 100 por ciento de
los paquetes electorales, como lo había pedido un miembro del CNE, para
inmediatamente después recriminar que esa auditoría es innecesaria y asegurar
que él tomará posesión el viernes próximo ante la Asamblea Nacional. Pocas
veces me ha tocado presenciar un discurso de triunfo con tanto sabor a derrota.
Derrota moral mayor aún, incluso, ya que en sus primeras declaraciones tras la
elección, Diosdado Cabello, el rival de Maduro dentro del chavismo, le humilló
públicamente al hablar de la necesidad de realizar una “profunda autocrítica”
tras los resultados: Fue el aviso anticipado a Maduro de que, para imponer su
resultado, necesitará el apoyo de la facción derrotada dentro del chavismo y
que ésta le cobrará dicho apoyo a un precio político alto, muy alto.
Inmediatamente
después, Henrique Capriles afirmó que contabilizó 3,200 irregularidades
electorales y habló de que no aceptaría el resultado del CNE, por lo que pidió
efectuar una auditoría del 100 por ciento de las cajas de votación. “El
derrotado hoy es usted y su Gobierno, señor Maduro”,
recalcó. Señaló que si Maduro antes era un presidente ilegítimo, ahora lo era
mucho más. Su discurso fue breve, sereno, sin llamar a la confrontación pero
poniendo contra las cuerdas a Maduro y al CNE con su exigencia del recuento
voto por voto. En buena medida, la nota de este domingo dentro y fuera de
Venezuela, no fue el triunfo de Nicolás Maduro, sino la no aceptación del
resultado por parte de Henrique Capriles, junto con la constatación del
meteórico crecimiento de sus preferencias entre el electorado.
¿Qué seguirá a
continuación? Nadie duda de lo profundamente inequitativo que fue el proceso
electoral recién concluido. Como ejemplo, basta señalar que Capriles sólo pudo
tener un máximo de cuatro minutos diarios de televisión, cantidad que fue
multiplicada varias veces en el caso de Maduro, que tuvo acceso ilimitado a los
canales de la televisión pública y uso las cadenas nacionales para presumir sus
logros como presidente/candidato, incluso el mismo día de la jornada electoral;
la sola imagen de la papeleta electoral, con Maduro apareciendo 14 veces en
lugares destacados de la misma, y Capriles sólo una vez, hasta abajo en ella, es
una buena metáfora de tal inequidad. Repárese también en la inexistencia de
observadores electorales, cuya función fue suplantada por una más reducida de
“acompañamiento electoral”, circunscrita sólo a la jornada electoral y por
invitación del CNE; también considérese como Maduro pagó hasta a sus
“invitados” para apoyarlo. En tal sentido, no sería de dudar que el chavismo
haya cometido graves irregularidades para asegurar el triunfo, más allá de la
conocida compra de votos mediante dádivas y subsidios, tales como la práctica
del “voto asistido”, que fue todo un escándalo en las redes sociales. Pero
muchas de ellas no podrán comprobarse mediante la sola auditoría de las cajas
de votación, ni podrá determinarse su real impacto en la posible modificación
de los resultados.
Incluso, habrá que seguir de cerca el concepto de “auditoría del 100 por
ciento” que tratará de imponer la oposición y la definición que por su parte
concibe el oficialismo. Al respecto, no habían pasado minutos desde la
solicitud de Capriles, cuando el jefe del Comando de Campaña chavista, se
apresuró a aclarar que “auditoría no significa contar las papeletas una por
una”. Así que lo que veremos en los próximos días, será una lucha política más
que jurídica por parte de los contendientes para hacer valer sus posturas y
exhibir a su contrario.
Será previsible que Maduro siga con sus planes de tomar posesión el viernes
próximo, incluso con la auditoría en curso, para lo que seguramente contará con
la complicidad de las instituciones internacionales creadas por el chavismo,
como ya dejó ver la primera reacción de UNASUR a la solicitud de auditoría, a
riesgo de convertirse, a ojos de todo el mundo, en la nueva dictadura perfecta
de la que habló Mario Vargas Llosa hace años con relación al PRI (sólo que la
del PRI mexicano era una “dictablanda” que resistió múltiples cambios de
mandamás en 71 años y el chavismo parece que no resistirá su primer cambio de
capataz, evidenciando así el tino de Hegel, quien afirmó que la historia se
repite: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa). Por su parte,
probablemente la oposición destacará, todo lo más que le sea posible, las
variadas irregularidades que se han documentado, aunque no pueda determinarse
su real peso en los resultados finales. En tal sentido, el tiempo apremia para
ambos bandos, pero más para Maduro, cuya credibilidad, ante sus aliados
internos y a nivel internacional, irá disminuyendo con el paso de los días,
junto con su capacidad de imponer sus decisiones a los otros bandos del chavismo.
Por ahora, el chavismo ha sido el gran derrotado de la jornada de este domingo,
por mucho que proclame su victoria. Con todas las instituciones públicas y los
recursos del erario a su servicio, un aparato de propaganda sin límites y los
beneficios del cadáver aún tibio de Hugo Chávez en su regazo (a quien Maduro
citó siete mil 255 veces durante la campaña), Nicolás Maduro no fue capaz de
derrotar a su rival con la paliza que prometió durante la campaña, con el
agravante de que ha dejado la sombra no de un pajarito, sino del fraude
planeando sobre todo el proceso electoral. Además, por último, este domingo
dejó constancia de que la figura de “Santo Hugo Chávez” no durará para siempre
ni puede dar órdenes desde su tumba. Ahora el chavismo está desnudo y todo el
mundo lo comienza a ver.
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