Las rodilleras de Santos
El
Tiempo, Bogotá
No
cabía esperar nada distinto. Los dos se inclinaron y besaron la mano del nuevo
monarca latinoamericano. Santos y Piñera comprendieron que a rey muerto, rey
depuesto, que la monarquía que impuso Chávez tiene sus propias reglas
hereditarias y a ellos solo les cabe el papel de humildes cortesanos.
Hubo
un tiempo en que ambos soñaban liderar el Hemisferio Sur, convencidos de tener
carisma y credenciales para contrarrestar el poder del fallecido coronel
golpista. Pero Piñera no supo trasladar a la política sus enormes quilates como
empresario y Santos tampoco posee el magnetismo necesario. Con el pasar de los
meses, y pese al esfuerzo realizado, ambos se fueron diluyendo en el contexto
latinoamericano.
Llegó
luego el momento en que Santos creyó que el chavismo era esencial para su
proceso de paz y se convenció de que tenía que hacerle la ola al patán de al
lado. De ahí que dejara el camino libre a los bolivarianos para hacer y
deshacer a su gusto en los organismos regionales.
Hace
unas semanas, Piñera y Santos permitieron la ignominia de que un dictador en
activo, Raúl Castro, los presidiera en Celac. Y el jueves avalaron la mascarada
en Unasur, donde posaron de defensores de la democracia.
Filtraron
a los medios de comunicación que fueron ellos los que presionaron al Comité
Nacional Electoral venezolano para que auditara la totalidad de las mesas, como
quería la oposición, pero, sin esperar el resultado, proclamaron la victoria de
Maduro. Es decir, nos tomaron por idiotas y abofetearon la democracia.
Escudado
en la farsa, Santos se sintió libre para viajar a Caracas y asistir a la
bananera entronización de Su Majestad Maduro a fin de mostrar su lealtad al
nuevo monarca y a los Castro.
Hay
quienes alegan que lo ocurrido en las elecciones es asunto interno venezolano,
olvidando que cuando Paraguay y Honduras patearon sus Estados de Derecho, les
impusieron duras sanciones, azuzados por Hugo Chávez.
Santos
y Piñera saben que a Capriles le robaron las elecciones con el cúmulo de
irregularidades que se produjeron antes, durante y después de la jornada
electoral, pero optaron por mirar para otro lado.
Lo
siento por Venezuela, que deberá soportar por unos años a un grotesco y
agresivo pandillero que sólo gobierna para su parche. Mientras que en cualquier
país civilizado un jefe de Estado tiende la mano a los vencidos, Maduro tildó
de “cobarde asesino”, “fascista” y otros insultos a su contrincante, y amenazó
a los millones que no le votaron.
Acabo
de leer la biografía de ese personaje, mediocre y dogmático, tan apreciado en
la Casa de Nariño, titulada De verde a Maduro, del periodista Roger
Santodomingo, y es evidente que fue designado sucesor de Chávez por los Castro
y que cumplirá su palabra de ejercer una presidencia de “mano dura” contra la
mitad del país que no le traga. Esa otra mitad valiente, digna, que le gritó al
mundo que la mayoría de Venezuela rechaza la dictadura.
Porque,
pese a la grosera utilización de los fondos públicos, a las intimidaciones
contra quienes piensan distinto, a la permanente incitación a la violencia, a
la captura de instituciones y poderes públicos y a la aplanadora mediática,
Maduro y su banda solo lograron un amañado y pírrico triunfo. Por eso, creo que
más pronto que tarde el chavismo será un sombrío recuerdo del pasado.
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