Líderes latinoamericanos abandonan la democracia en Venezuela
The Wall Street Journal Americas
Mientras los gobiernos de América Latina corrieron a respaldar la
supuesta elección de Nicolás Maduro, acólito de Hugo Chávez, como
presidente de Venezuela la semana pasada, el espíritu de Augusto
Pinochet seguramente se estaba arrepintiendo de no haber regido como
estalinista. Los líderes de América Latina aparentemente están de
acuerdo con los gobiernos militares, siempre y cuando sean dictaduras
comunistas.
Incluso el Consejo Nacional Electoral de Venezuela, controlado por el
gobierno, le dio a Maduro un margen de victoria de menos de 2% en los
comicios llevados a cabo el domingo, 14 de abril. Para el jueves, dudas
series sobre la veracidad de una victoria tan estrecha obligaron a
Maduro a aceptar una revisión del conteo y de las irregularidades
denunciadas por el candidato de la oposición, Henrique Capriles.
Brasil ahora sugiere que jugó un papel importante en la aceptación de
la auditoría. Pero eso no detuvo a la Unión de Naciones Suramericanas
(Unasur) —que incluye a todos los gobiernos de América del Sur pero es
dominada por Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela— para que
reconociera a Maduro como el ganador el viernes en una reunión de
emergencia y a puertas cerradas en Lima. México ya lo había hecho.
Mientras tanto, en Caracas, el líder del congreso unicameral había
anunciado que ningún miembro de la oposición podría hacer uso de la
palabra hasta que reconocieran a Maduro como el nuevo presidente.
Se les puede perdonar a los venezolanos por dudar que el recuento
producirá un resultado justo, o que a Unasur le interesa conseguirlo.
Durante 14 años en el poder, Chávez privó a las personas de sus derechos
de libre expresión y del debido proceso, y casi eliminó a los medios
independientes. También puso a Cuba a cargo del sistema de inteligencia y
de seguridad estatal. Decenas de miles fueron asesinados en el caos que
inspiró, y hay bastante evidencia para sugerir que la intimidación del
gobierno influyó en los últimos comicios.
En un mundo mejor tal represión habría provocado objeciones de la
Organización de los Estados Americanos. Su Carta Democrática es un
compromiso de todos los miembros a respaldar los principios democráticos
en todo el hemisferio. Pero desde que la carta fue ratificada en 2001,
la OEA no ha hecho nada para poner alto a la destrucción del equilibrio
de poderes por parte de caudillos izquierdistas como Chávez. La
organización ha empleado su poder, bajo el liderazgo del secretario
general José Miguel Insulza (un socialista chileno) desde 2005, para
golpear a países que se resisten a lo que Chávez llamó "el socialismo
del siglo XXI".
Honduras, que retiró constitucionalmente a su presidente por un
intento de acaparar más poder en 2009, es un buen ejemplo. En lugar de
respetar la soberanía de la nación y su cumplimiento de la ley, la OEA
suspendió la membresía de Honduras e intentó aislarla. El máximo traidor
fue el entonces presidente de México, Felipe Calderón, quien invitó al
depuesto Manuel Zelaya a México y lo agasajó como el legítimo jefe de
estado.
Los líderes regionales también trabajan tiempo extra para alentar la
dictadura cubana, uno de los infractores más notorios de los derechos
humanos. En 2011, en Caracas, formaron su propio club de 33 naciones
llamado Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños para poder
excluir a Estados Unidos y Canadá. Celac nombró a Raúl Castro como su
presidente en la reunión de enero en Santiago.
El presidente chileno Sebastián Piñera celebró esa decisión. Una
ironía es que solo un mes antes, Castro le negó a Rosa María Payá —la
hija del famoso disidente cubano Oswaldo Payá— el permiso para viajar a
Chile para un seminario. Otra es que Piñera, un multimillonario, nunca
habría disfrutado las oportunidades que ha tenido en Chile si las
ambiciones de Castro se hubieran hecho realidad allí hace 40 años.
Ahora, los venezolanos luchan por su libertad, este triste conjunto
de ideólogos izquierdistas están encantados con Maduro, y los
pragmatistas de centro-derecha —principalmente en México, Colombia y
Chile, a los que parece solo importarles cómo posicionarse mejor para
otros seis años de chavismo— no aportan nada. Los venezolanos merecen
algo mejor.
La contienda del 14 de abril no ofreció ni una transparencia mínima.
El equipo de Capriles nunca pudo inspeccionar los resultados de la
auditoría parcial realizada la noche de las elecciones. La oposición
también dice que sus testigos electorales fueron expulsados de cientos
de centros de votación, y que en muchos lugares los electores eran
seguidos a las urnas por supervisores del gobierno.
Más de 100.00 venezolanos cumplieron 18 años en los últimos seis
meses pero no recibieron la oportunidad de registrarse para votar. La
oposición asegura que a más de 500.000 venezolanos que viven en el
exilio también les fue negado el registro electoral al que tienen
derecho por ley.
Maduro probablemente no cederá desde el Palacio de Miraflores. Su
gobierno —y Cuba— tendrían mucho que perder. Pero aún así vale la pena
encender una vela para desafiar la legitimidad del proceso en lugar de
simplemente maldecir la oscuridad. En algún momento, el sistema actual
colapsará y Venezuela intentará reconstruir una sociedad libre. Sería
bueno si los vecinos de Venezuela conservan al menos una pizca de
autoridad moral cuando llegue ese momento.
- 28 de diciembre, 2009
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