¿Qué esperamos para cerrar el FMI?

Una de las primeras medidas
que tomó el infausto gobierno del Partido Popular nada más llegar al
poder fue la de vendernos una imagen de austeridad teutona suprimiendo
-a efectos meramente cosméticos- algunas sociedades públicas que ni
siquiera el más recalcitrante de los estatistas podía entender que
siguieran en pie: por ejemplo, el Barcelona Holding Olímpico o la
sociedad V Centenario, ambas dedicadas a preparar eventos para 1992 y
que seguían en pie inexplicablemente (bueno, inexplicablemente no: el
trinque político a costa del contribuyente es algo tan extendido como
entendible para sus beneficiarios).
Que el cierre de sendas compañías estatales
llevara un retraso de dos décadas escandalizó a muchos, y con razón.
Mas, lo cierto, es que existe otra burocracia internacional mucho más
cara y mucho más nociva cuyo cierre no es que se haya retrasado dos
décadas, sino al menos cuatro. Me refiero al Fondo Monetario
Internacional, una institución creada en 1945 con la finalidad de
gestionar el sistema monetario de Bretton Woods: en concreto, su
finalidad era la de conceder préstamos temporales a países con déficits
exteriores para evitar un rápido reajuste interno de sus patrones
productivos y de consumo que revertiera esos déficits; eufemismo para no
hablar claramente del sabotaje deliberado del funcionamiento
disciplinante del patrón oro clásico en aras de lograr un rampante
inflacionismo gubernamental.
Desde su origen, pues, el Fondo Monetario
Internacional fue una institución profundamente anticapitalista. No en
vano, fue diseñada por dos economistas adversos a los mercados libres:
John Maynard Keynes (el padre de los actuales sistemas económicos
copados por Estados gigantescos y por bancos centrales inflacionistas)
y, sobre todo, Harry Dexter White (un espía de la Unión Soviética
infiltrado en el gobierno estadounidense).
Extinto Bretton Woods en 1973, el FMI, sin
embargo, no desapareció: siguió engordando e incrementando su influencia
sobre las distintas economías del planeta. Es como si hubiésemos creado
una agencia estatal para combatir la peste y, desaparecida esta
enfermedad del conjunto del planeta, siguiéramos nutriéndola de recursos
y competencias para que desarrollara algún tipo de actividad, sea ésta
la que fuera. En este caso específico, el propósito del Fondo desde los
70 pasó a ser el de “estabilizar” economías en dificultades
concediéndoles asistencia crediticia (zanahoria) a cambio de un programa
de reformas y ajustes en su mayoría torpes y discutibles (palo). El FMI
es, por consiguiente, un prestamista de última instancia de manirrotos
gobiernos insolventes nutrido con los fondos expoliados a los
contribuyentes del resto del mundo: se me ocurren combinaciones menos
liberales que ésa. Lejos de permitir que cada liberticida país y cada
intervencionista gobierno sufrieran íntegramente las consecuencias de su
desastrosa actuación, el FMI trataba de prevenir las nefastas
consecuencias de sus nefastas políticas parcheando sus trazos más
disparatados: por ejemplo, frenar pasito a pasito las tasas
superinflacionarias o reequilibrar los infinanciables presupuestos
mediante todo tipo de dolorosos pero insuficientes ajustes.
Al final, muchos países o ahondaban en el
pozo o salían de él con despotismos consolidados y sin ser conscientes
de los motivos reales que los habían llevado a hundirse. Los populismos
estatistas de todo tipo comenzaron a asociar el intervencionismo del
Fondo con el liberalismo (travestido en neoliberalismo) para así
justificar un redoblamiento de sus poderes frente a las injerencias
externas del Fondo. En realidad, empero, todo era un rifirrafe entre dos
tipos de intervencionismo anti-libre mercado: el de los caciques
locales o el de una burocracia internacional que pretendía
profesionalizar el expolio al ciudadano volviéndolo políticamente
sostenible.
La actuación del FMI durante estos últimos
años no se ha distanciado de este pauperizador patrón: ha apoyado en
todo momento los rescates de la banca a costa del contribuyente, las
subidas de impuestos dirigidas a dotar de algo de credibilidad a las
finanzas estatales o los elevados déficits públicos supuestamente
pensados para “el crecimiento”. Esta semana, sin ir más lejos, la
directora gerente del FMI, Christine Lagarde, repetía incansable el
dogma keynesiano de que “no existe razón objetiva para apresurarse a
realizar una reducción drástica del déficit” en España o que nuestro
país “puede crecer en 2014 si no se le fuerza a realizar más ajustes”.
También el economista asesor del Fondo, Philip Gerson, pedía hace unos
días más tiempo para que nuestro gobierno complete su estabilización
presupuestaria. Ni una buena idea ni una buena acción.
En suma, ayer y hoy el FMI ha pretendido
socavar el funcionamiento del mercado libre, dándole más cuerda al
deudor manirroto gubernamental para que siga avanzando con paso firme
hacia la insolvencia, pero sin descuidar por un momento las abusivas
subidas de impuestos que tiendan a consolidar su hipertrofia. Ayer y
hoy, el FMI sobraba: no por ser el ariete del liberalismo, sino por
convertirse en uno de sus principales corruptores. Tras cuatro décadas
de retraso (en realidad seis: jamás debería haberse creado) procedamos a
enterrarlo de una vez por todas.
Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.
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