Hace frío en España
El pasado jueves los españoles sintieron que el
invierno iba a ser más largo de lo esperado a pesar de las señales de
una incipiente primavera. El anuncio de los nuevos índices de desempleo
atravesó el país como un viento gélido del que no es posible guarecerse:
ya hay más de seis millones de personas en el paro y el 57.2% de los
jóvenes hasta 25 años no consigue encontrar un trabajo. Cifras, sin
duda, muy desalentadoras.
Al cabo de algo más de un año en el
gobierno, hasta ahora el Partido Popular no ha logrado detener la caída
libre con las draconianas medidas de austeridad que ha recetado
Bruselas. Los conservadores heredaron el desolador panorama económico
que dejó el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, pero la sombra de
la corrupción en el seno del PP y la falta de resolución por parte del
presidente Mariano Rajoy y su gabinete económico han minado aún más, si
cabe, el desánimo de una sociedad que parece no encontrar salida a un
atolladero laboral que tiene a casi dos millones de familias con todos
sus miembros en el paro.
Si bien es verdad que en las calles de
Madrid, donde siempre hay un hervidero de gente, a primera vista no se
percibe una situación de inminente estallido social, no es menos cierto
que el descontento se contiene por la fortaleza de una red de apoyo
familiar que cobija a los hijos durante años, a la espera de encontrar
un empleo que cada vez parece más una quimera que una posibilidad real.
A
los jóvenes que en los últimos años han terminado la universidad o
estudios de formación profesional ya se les conoce como la Generación
Perdida, cuyos mejores años se desvanecen ante la impotencia de no poder
salir adelante porque sencillamente el horizonte vital hoy es un túnel
lúgubre. Son legiones de chicos y chicas bien preparados que no reciben
respuestas cuando mandan sus currículum; que pasan años haciendo
prácticas sin siquiera percibir un sueldo mínimo; que están condenados a
ganar como mucho mil euros al mes; o que llegan a la conclusión de que
hay que marcharse al extranjero si no quieren instalarse en la
desesperanza.
No hay una semana que pase sin recibir un mensaje o
una llamada de algún amigo pidiendo ayuda para alguien recién graduado
que está dispuesto a trabajar en lo que sea con tal de escapar de una
inercia que está condenando a las nuevas generaciones a la desocupación
crónica. Hace un tiempo uno no le daba demasiada importancia a las
historias de un programa como Españoles en el mundo, sin reparar más
allá del espíritu aventurero de quien hace la maleta deseoso de conocer
otros confines. Ahora la mayoría de los españoles que deja su tierra lo
hace por pura necesidad. Es revivir los tiempos en los que se emigraba
para subsistir.
Pienso en los hijos de mis amigas, que todavía
son pequeños y por los que ellas (todas mujeres profesionales que hasta
ahora han mantenido sus trabajos) hacen los mayores sacrificios para
garantizarles un futuro mejor. Pienso, también, en los millones de
jóvenes a los que no les faltan ni las ganas ni el talento para abrirse
paso pero temen quedarse estancados. En esta hora tan negra para España
cuesta creer que tarde o temprano se tocará fondo para salir de una
crisis que por momentos se eterniza.
Son muchos los españoles que
ahora buscan un sitio en el mundo y con amargura protestan bajo el lema
de “No nos vamos, nos echan”. El tiempo del retorno llegará.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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