Estimular el gasto = producir lo que sea
Libre Mercado, Madrid
Tras los éxitos del Plan E, la izquierda patria
–ayer el PSOE, hoy IU– no ceja en su empeño de promover políticas
expansivas de la demanda. Se nos dice que el problema está en que los
consumidores no compran lo suficiente debido a la incertidumbre y al
paro (en realidad, el problema real es otro: que los empresarios no invierten, no que los consumidores no compran,
pero da igual) y que, por tanto, hemos de estimular el gasto por la vía
del déficit público (subir el gasto sin subir los impuestos o bajar los
impuestos sin bajar el gasto).
Qué bien les vendría a algunos políticos entender correctamente la Ley de Say; no la caricatura que presentó Keynes,
sino el exquisito razonamiento tal como lo presentó el fabuloso
economista francés: básicamente, se trata de no olvidar que estimular el
gasto equivale a estimular ciertos patrones específicos de producción.
Dicho de otro modo, en lugar de que sean los empresarios quienes, sobre
el terreno y jugándose su futuro, descubran en qué industrias concretas
debemos especializarnos dentro de una economía dinámica y abierta, serán
los políticos quienes teledirigirán el "nuevo modelo productivo de
España". Si el aeropuerto de Castellón se les quedó pequeño, imaginen
qué pueden hacer con estímulos de la demanda todavía mayores a los
actuales.
La proposición es muy sencilla de entender: una organización estatal
puede estimular el gasto interno de tres formas: bajando los impuestos
sin bajar el gasto público, aumentando el gasto público sin subir los
impuestos o bajando los tipos de interés. Es evidente que el gasto
público determina patrones productivos concretos: el político gasta para que
se produzcan ciertos bienes: por tanto, más gasto en algo es más
producción de ese algo. Ahora, ¿son esos los bienes que demandan los
contribuyentes? ¿Se hace alguna estimación entre los beneficios y el
coste de oportunidad que acarrean esas producciones? Ni se hace ni se
puede hacer: los políticos gastan a ciegas y por eso son pésimos
provisores de bienes. Por otro lado, reducir artificialmente los tipos
de interés implica estimular artificialmente el gasto de aquellas
personas con mayor predisposición a endeudarse y, por tanto, a estimular
artificialmente la producción de los bienes que demanden con esa deuda
(por ejemplo, viviendas burbujísticas). Y, por último, bajar impuestos
sin bajar el gasto supone sufragar los adicionales gastos específicos de
aquellos que se beneficien de las reducciones fiscales (que tampoco son
neutras) a costa de los impuestos de los contribuyentes futuros.
La cuestión de fondo, por consiguiente, es: ¿los patrones de
producción que alumbrarán esos distorsionadores estímulos políticos son
los patrones que permitirán a España generar sostenidamente riqueza en
una economía mundial abierta y dinámica? Permítanme dudarlo. Un ejemplo
muy sencillo: se habla mucho de promover el consumo mediante algún
estímulo que dure un par de años (reducciones transitorias de impuestos
sin minoración de gastos, subvenciones, obra pública, prohibición de
despidos…). Imaginemos que se aprueba cualquiera de estas medidas y
que, en consecuencia, el gasto de los consumidores crece y la producción
de las industrias a las que compran también lo hace. ¿Qué sucederá
cuando se retiren los estímulos (porque asumo que todos asumen
que en algún momento tienen que retirarse)? Pues que, en un país donde
los consumidores están hiperendeudados, el aumento de la capacidad
operativa de esas industrias de consumo no podrá mantenerse: repunte
transitorio y artificial de la producción como consecuencia del repunte transitorio y artificial del gasto.
En suma: el problema subyacente de nuestra economía es mucho más complejo. No es que gastemos poco per se, es que gastamos poco porque
no producimos lo que debemos (nuestra economía sólo sabe fabricar
bienes que nadie quiere y, por tanto, no puede emplear a millones de
personas). Nos toca proceder a una amplia reestructuración de nuestros
patrones productivos y de nuestros patrones financieros en el contexto
económico en el que ahora mismo nos encontramos. Una reestructuración
que debe acaecer de manera armónica entre todos los agentes económicos y
no enchufando excepcional y descoordinadamente una milmillonada de
gasto por ciertos canales. Decir que la respuesta a la crisis se halla
en estimular en general el gasto equivale a decir que hay que estimular en general
la producción. ¿En general? ¿Sea lo que sea? ¿De verdad alguien puede
sostener seriamente que da igual lo que produzcamos? Sí, sé que parece
sorprende, pero los hay que incluso se conforman con promover el gasto burbujístico o el gasto para hacer frente a invasiones alienígenas ficticias. Por desgracia, nuestros políticos llevan años haciéndoles caso, y ahora algunos de ellos se proponen pisar el acelerador.
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