La sombra totalitaria se cierne sobre Argentina
Una sociedad no puede ser neutral al elegir entre la vida y la muerte, entre aquellos, por ejemplo, que están preparados
para trabajar dentro de los límites de un sistema democrático y aquellos
que están trabajando para su eliminación. La falta de criterio a este
respecto de mucha dirigencia política en Argentina es evidente cuando
miran al mundo de la política como a una glorificada sociedad de debates y
diagnósticos -casi siempre estériles- carentes de las soluciones concretas
que reclama su ciudadanía.
El propósito
del kirchnerismo en cuanto a
respetar e imponer ideas que han fracasado como sacrosantas, a menudo
muestra la ineptitud en organizar la
defensa eficaz de sus propias posiciones políticas y filosóficas, y marca
el desgobierno en áreas sensibles como economía, salud, educación,
seguridad y un sinfín de etcéteras.
La noble aunque
muy gastada afirmación de fe democrática: ‘puedo no estar de acuerdo con su opinión, pero moriría por su
derecho a decirla’, pierde significado si a quien se dirige es
precisamente al que se propone amordazar al orador, y el gobierno argentino se
empeña a diario en que las personas comiencen a pensar de tal manera.
Aunque no es justamente una cuestión acerca de lo que toleraremos, sino de
lo que defenderemos. En una sociedad democrática el consenso debe ser
notablemente inclusivo y tolerante. Pero la tolerancia no puede incluir a grupos y sectores que son
abiertamente antidemocráticos y capaces de manipular las libertades
y oportunidades políticas que les ofrece una sociedad libre y pacífica
ante la propia corrupción e intolerancia diaria oficialista.
La tolerancia al autoritarismo no puede ser infinitamente elástica. La medida en que puede estirarse o
circunscribirse dependerá de las circunstancias históricas, sobre todo, ante
la proximidad de la amenaza que estos grupos presentan a las instituciones
democráticas y si recurren o no a la violencia o a otros medios ilegales.
La dificultad
estriba en que si las oportunidades para que crezca una amenaza
totalitaria se mantienen abiertas demasiado tiempo y cuando esas amenazas
anidan justamente en el propio gobierno que ejerce el poder de manera
totalitaria, la ciudadanía debe
necesariamente confrontar democráticamente a ese gobierno que,
aunque electo por vías democráticas, se apartó
de las reglas políticas de la democracia en su sentido amplio.
Hay ejemplos en
la historia: el más claro y nefasto ha sido el nacional-socialismo alemán. Pero los nazis no estaban solos
en la violencia callejera y en la hostilidad a la constitución alemana,
había grupos paramilitares y patotas organizadas y armadas. Una justicia correcta e independiente
habría prohibido esos grupos y movimientos violentos. Pero la
justicia no pudo y el gobierno alemán no se preocupó en hacer tal cosa.
Ello habría significado pedirles a los dirigentes políticos de centro y
centro izquierda, generalmente inocuos e inseguros de su ideología, que
tomaran medidas necesarias y patrióticas. Algo similar a la Argentina de
hoy.
El argumento de
que los nazis debieron ser detenidos y denostados no se asienta tanto
en su camino a secuestrar la República y sus instituciones democráticas,
sino en los crímenes terribles que
cometieron luego al obtener la sumatoria del poder público. Aunque este
fue un movimiento que asumió el poder por medios democráticos es
justamente el caso en que un movimiento totalitario cultivo con éxito una falsa legitimidad dentro de un contexto
democrático.
La magnitud del
problema argentino se presenta no cuando algunos opositores recuerdan a
los nazis, sino que radica en el reconocimiento
de los otrora poderosos partidos como movimientos legítimos y aun
democráticos por las grandes masas de electores frente a fragmentadas
coaliciones o frentes en los que los egos personales de los lideres que los
integran han demostrado ser perniciosos y acabaron haciendo el juego a los
totalitarios.
Es de esperar que esa conducta y el personalismo que ha
caracterizado a la clase política opositora argentina se haya modificado y madurado lo suficiente como para
evolucionar en materia de una oferta seria de gobernabilidad de cara a las
elecciones parlamentarias de 2013 y desde luego para las presidenciales de
2015. De lo contrario, los ciudadanos
continuaran inmersos en las históricas y fracasadas internas de los
movimientos mayoritarios.
- 23 de julio, 2015
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