Si esto es una mujer
Después de sobrevivir a los horrores del campo de
concentración de Auschwitz Primo Levi escribió Si esto es un hombre,
una minuciosa crónica de la desesperanza diaria de las víctimas del
nazismo. Vejados como animales apaleados, el escritor italiano se
preguntaba si acaso “esto es un hombre”.
Seguramente a lo largo de la
década que duró el espeluznante cautiverio de Amanda Berry, Gina de
Jesús y Michelle Knight, las tres muchachas que presuntamente secuestró,
torturó y violó repetidamente Ariel Castro, debieron hacerse una
pregunta similar. Reducidas a ser las esclavas de un depredador sexual,
muy pronto se transformaron en juguetes rotos al servicio de una mente
malvada y enferma.
Ahora, tras haber conseguido escapar de la
siniestra casa situada en un barrio modesto de Cleveland, Amanda, Gina y
Michelle pueden recomponer lentamente las piezas lastimadas de sus
vidas. No será tarea fácil, pero si reciben la ayuda adecuada y el amor
incondicional de sus seres queridos, tienen posibilidades de salir
adelante. Está comprobado que el ser humano es capaz de revertir el daño
que pueden infligir las circunstancias más adversas. De lo contrario,
no podría explicarse la recuperación física y anímica de la mayoría de
los supervivientes de la Shoah.
Además de los detalles
truculentos que poco a poco se van conociendo sobre el caso particular
de Ariel Castro, si hay algo que llama poderosamente la atención de
estas odiseas de mujeres esclavizadas sexualmente, es la capacidad de
mantener intacto el instinto maternal. A pesar de que se trata de
escenarios en los que hay niños que han sido concebidos de la manera más
perversa, que es por medio del ultraje y la violación, el amor entre
madre e hijo se cristaliza en medio del páramo afectivo.
En la
cárcel que aparentemente Castro construyó a conciencia para mantener
aisladas a sus rehenes, hace seis años nació una niña que es de Amanda.
Sucedió un 25 de diciembre y la comadrona improvisada, que actuaba bajo
la amenaza de su captor de que la ejecutaría si el bebé moría en el
parto, fue Michelle Knight, la más frágil y maltratada de las tres
prisioneras. Aquel día frenético, en el que el terror se mezcló con la
dicha del nacimiento, tal vez Michelle recuperó el inconfundible olor
del recién nacido que todavía podía recordar de su propio bebé, de quien
le habían arrebatado la custodia poco antes de que un desconocido, que
resultó ser Castro, la secuestrara cuando apenas tenía 20 años.
Ahora
sabemos que Michelle arrastraba las heridas de un hogar fracturado, de
un embarazo al parecer producto de una violación que sufrió en el
colegio, de un padrastro que pudo haber abusado de su pequeño. El día en
que la desgracia la llevó a tropezarse con su victimario, aquella
muchacha no podía imaginar que había más cabida para la injusticia y el
dolor. No obstante, gracias a su valor y destreza aquel mes de diciembre
fue menos sombrío con la llegada de un bebé en la oscura mazmorra donde
habitaban las víctimas de Castro.
Ahora también sabemos que hace
exactamente una semana Amanda, la más resuelta de las tres y que había
logrado preservar su identidad en lo más hondo de su ser, salió en
volandas de aquel presidio llevando consigo a su hija. La niña a la que
sus dos compañeras de padecimientos, Michelle y Gina, ayudaron a traer
al mundo en un alumbramiento digno de un cuento de terror. Atrás
quedaban las cadenas de un hombre, otro más, que nunca había amado a las
mujeres.
Amanda Berry fue madre en su encierro como también lo
fue Jaycee Duggard, que en los dieciocho años de su infierno particular
presa de las garras de Philip Garrido, tuvo dos hijas con su captor. Hoy
sabemos que Jaycee, a pesar de ser prácticamente una mocosa, enseñó a
sus pequeñas a leer y las protegía de las inclemencias de aquella
existencia.
Si hubiera que señalar el triunfo de la maternidad
frente a la situación más degradante, es preciso recordar a la hija del
austriaco Josef Fritzl, conocido como el monstruo de Amstetten, que
permaneció secuestrada 24 años en un sótano donde parió en silencio a
siete hijos, fruto del incesto. Elizabeth Fritzl, angustiada al ver que
uno de sus retoños estaba gravemente enfermo, convenció a su padre de
que le permitiera llevar al chiquillo a un hospital para evitar su
muerte. De ese modo salió a la luz uno de los casos más horribles de
abuso sexual de los últimos tiempos.
En la casa de la cual Amanda,
Gina y Michelle creyeron que nunca saldrían vivas la fuerza de la
oxitocina, que es la hormona que consolida la ternura y el afecto,
escapó al espíritu exterminador de su verdugo. Era Navidad y una niña
había nacido.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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