Si yo fuera Fidel
Escribo estos papeles con un pie en la sepultura.
Supongo que es el izquierdo, pero no estoy seguro. No tengo la menor
experiencia en este incómodo trámite de morirme. En todo caso, quiero,
antes de que tal cosa ocurra, aclarar ciertos aspectos de mi vida que
merecerán la atención de los historiadores. Les voy a facilitar la
tarea.
El primero tiene que ver con mi barba. ¿Por qué me la
he dejado? Nunca la utilicé hasta que subí a la Sierra Maestra, pasados
los 30 años, y allí estuve hasta los 32. En su momento, me había dejado
un bigotillo fino de galán malvado del cine italiano, pero en las
montañas cubanas, en los años 1957 y 1958, encontré, finalmente, mi
imagen definitiva, mi rostro esquivo, mi personaje,y desde entonces lo
habito fielmente.
Los periodistas y los ingenuos piensan que la barba y
el uniforme verde oliva son el producto de un tenaz esfuerzo por
consagrar para siempre la imagen épica del guerrillero feroz y
triunfante, pero no es cierto. Son producto de la papada y de la
celulitis.
Tengo una papada natural que parece diseñada por la
CIA. En Sierra Maestra descubrí que un rostro hirsuto, además de
conferirme carácter, ocultaba esa desagradable rosca de tejido adiposo
que me nimbaba el rostro como una especie de babero. La desaparecí con
mi barba. No era copiosa, pero sí suficiente.
La guerrera verde oliva se ocuparía de escamotear el
vientre prominente. Es probable que tenga una predisposición natural a
acumular grasa en el abdomen, pero sospecho que es producto del apetito.
La verdad es que siempre he comido
pantagruélicamente. Por lo menos, así fue hasta que los intestinos se me
rebelaron en el verano de 2006 (no los fusilé porque no pude. Es la
única rebelión que ha quedado impune).
Raúl, mi hermano, solía decirme que esa manera de
ingerir alimentos no se compadece con el socialismo. El socialismo es
una cosa de flacos y para flacos. Es un sistema concebido para generar
escasez con el objeto de no dañar el medioambiente y evitar la obesidad
de las masas. Y yo tenía que ocultar esa desviación estética del
marxismo-leninismo. El uniforme militar cumplía esa función de
escamotear mi vientre, mis caderas, mis nalgas. Me adelgazaba
revolucionariamente.
Revelado este secreto, paso a otro más trascendente.
¿Quién soy yo? ¿Cómo me veo en mi fuero interno? Estudié —es un decir,
iba muy poco a clase— Derecho y me preparé para ser congresista en las
elecciones que se llevarían a cabo en junio de 1952, pero el bobo de
Batista dio un golpe militar y ese hecho me dio la oportunidad de
mostrar mi faceta como cabecilla de una insurrección.
Pero ¿para qué hacer una revolución? Mis enemigos
insisten en que todo lo que deseo es ocupar el poder, al extremo de
haber creado una dinastía que ha mandado durante más de medio siglo,
pero no es eso.
Aquí viene mi secreto. Hice una revolución para desplegar mis habilidades de genetista.
Yo quise hacer un hombre nuevo, una fauna nueva, una
agricultura nueva. Quise corregirle la plana a Dios, que suele
equivocarse. No en balde Woody Allen insiste en que, si Dios existe, es
mejor que tenga una buena excusa para explicar los errores que comete.
Me empeñé en hacer una criatura abnegada, dispuesta a
trabajar sin las vulgares recompensas materiales, inequívocamente
heterosexual, fieramente antiimperialista, valiente en la lucha armada
contra la burguesía, frugal hasta la indigencia, estudiosa y refractaria
a la banalidad del baile y la diversión.
Fracasé. Los cubanos se empeñaban en ganar dinero y
vivir bien. Algunos disfrutaban del sexo por las aberturas más
estrafalarias. Media sociedad deseaba irse a vivir a la casa del enemigo
en Estados Unidos y les disgustaban las gloriosas guerras africanas.
Insistían, además, en cantar y bailar desconsideradamente. Yo les
proponía el retrato del Che Guevara. Ellos colgaban el de Celia Cruz. Un
horror.
Como fracasé en la creación del hombre nuevo, me
refugié en el diseño y desarrollo de la vaca nueva. Primero importé un
glorioso semental canadiense al que se le dio, no sé por qué, el nombre
de Rosafé. Mi propósito era crear una vaca que diera ríos de leche y
toneladas de carne.
Rosafé murió en acto de servicio. Se había
tuberculizado eyaculando revolucionariamente con la ayuda fraternal y
socialista de los mamporreros del Partido. Pero sus 50.000 emisiones de
semen no fueron suficientes. Nunca se materializó el vástago esperado.
Tal vez la CIA saboteó el proyecto.
Luego vino Ubre Blanca. Ubre Blanca, más que una
vaca, era una industria lechera. Más que blancas, sus ubres eran
inagotables torrentes de leche. Pero el cuadrúpedo, también optó por
morirse. Parece que la ordeñaron más de la cuenta. Murió rumiando —nunca
mejor dicho— su dolor. Le hicimos una enorme estatua a la escala de su
gloria inmortal. Cuba es el único país que le ha hecho una estatua a una
vaca. Le he pedido a Silvio Rodríguez que le haga un himno. Parece que
está en eso.
En todo caso, la experiencia de las vacas enormes me
llevó al otro extremo del razonamiento. Finalmente, entendí que lo que
los cubanos necesitaban, y lo que yo traté de procurarles, fue una vaca
enana. Una vaca que pudieran tener en sus casas, ordeñarla familiarmente
y quererla como se quiere a un perro.
A principios de los noventa reuní a mis genetistas y
les pedí que diseñaran las vacas enanas. Se rieron. Uno de ellos, muy
insolente, se atrevió a decirme que yo estaba inventando la cabra, la
chiva, y no me hicieron caso. Eso me dejó muy triste.
Afortunadamente, en el ocaso de mi vida, he
encontrado la solución a todos los problemas de la humanidad. Se trata
de la Moringa. La Moringa olifeira, porque tiene apellido, es un árbol
que da más proteínas, minerales y vitaminas que cualquier otro vegetal.
Una maravilla de la naturaleza originada en la India que solucionará la
mayor parte de nuestras desventuras, sin que Washington pueda impedirlo.
Ya me puedo morir en paz. Les dejo la Moringa. Pueden
ingerirla, inyectarla por vía intravenosa o introducirla en forma de
supositorio. Ustedes decidirán libremente. Ya no estaré para indicarles
lo que tienen que hacer. No obstante, supongo que en el más allá tendré
que seguir luchando. Dios se ha equivocado excesivamente. Voy a arreglar
sus desaciertos. Es mi destino.
- 23 de julio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
- 5 de noviembre, 2015
- 16 de junio, 2012
Artículo de blog relacionados
El 25 de enero es el vigésimoquinto día del año del Calendario Gregoriano....
25 de enero, 2008Editorial – ABC El Gobierno socialista se equivoca al pretender ignorar la...
5 de marzo, 2010- 9 de noviembre, 2022
- 18 de mayo, 2022