Venezuela: de mal en peor
La última etapa del gobierno de Hugo Chávez ya
vaticinaba el descalabro de un gobierno unipersonal y centrado en la
figura del fallecido dirigente venezolano. Las semanas que siguieron al
anuncio de su muerte, con un país paralizado a causa del espectáculo que
Nicolás Maduro, su sucesor, organizó para distraer la atención de los
problemas más acuciantes, multiplicaron la impresión de que la fórmula
de la revolución bolivariana había tocado fondo.
No obstante, cuando
comienza a borrarse gradualmente la impronta de Chávez en la memoria
colectiva, los venezolanos caen en la cuenta de que el modelo
continuista posee una capacidad mucho mayor de hacer tambalear aún más
una precaria situación socio-económica que está sumiendo al país en un
caos que incluye la carestía del papel higiénico.
Por supuesto,
no se trata de construir malsanas nostalgias con un injustificado
revisionismo del legado de Chávez, quien a lo largo de catorce años hizo
lo imposible por establecer el Socialismo del Siglo XXI, inspirado, en
gran parte, en las enseñanzas de su admirado Fidel Castro. A fin de
cuentas cuando Maduro ganó las elecciones del pasado 14 de abril en unos
comicios que hasta el día de hoy la oposición califica de fraudulentos,
la realidad a la que ha tenido que enfrentarse es la que construyó su
predecesor con políticas estatistas, subvenciones de petrodólares a
gobiernos amigos, una rampante inseguridad ciudadana y preocupantes
recortes de las libertades civiles.
Es evidente que Maduro, en su
empeño por emular a su mentor, está atrapado en una función abocada a
un final catastrófico, pero lo que no deja de resultar sorprendente es
la celeridad con que parece derrumbarse el engranaje del aparato
chavista. Basta con leer las transcripciones del audio de la supuesta
conversación entre Mario Silva, un portavoz del chavismo, y Aramís
Palacios, un teniente coronel de la inteligencia cubana, para tener una
idea de las fisuras en la cúpula que Chávez dejó al mando con la
esperanza de dejarlo todo atado y bien atado.
De la jugosa
conversación entre Silva y el agente del G2 se desprenden las presuntas
guerras intestinas entre Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional
Diosdado Cabello, de quien, además, los dos interlocutores mencionan la
cantidad de negocios lucrativos que maneja beneficiándose de su cargo.
En suma, Silva y Palacios destapan los tejemanejes de un sistema
corrompido y quebrado que, tal y como ha advertido el líder de la
oposición Henrique Capriles, pone de manifiesto que el madurismo podría
colapsar por una implosión.
Están dando mucho que hablar las
grabaciones de Silva, quien, a pesar de haber acusado a la oposición de
haber fabricado un montaje con las cintas, de la noche a la mañana ha
dejado de aparecer en La Hojilla, el programa oficialista que presentaba
y desde el cual se dedicaba a atacar a las voces críticas. Todo indica
que este personaje ha caído en desgracia mientras se esperan nuevas
grabaciones aún más comprometedoras para el gobierno, que podrían
arrojar luz sobre la enfermedad y agonía de Chávez, un verdadero secreto
de Estado hasta el día de hoy.
A medida que pasan las semanas y
los meses desde la muerte del dirigente bolivariano se hace más evidente
el estado de descomposición de su particular revolución, cuyo pilar era
el culto a su persona. ¿Recuerdan cuando Nicolás Maduro tuvo que
admitir públicamente la imposibilidad de embalsamar a su antecesor
porque la putrefacción de sus restos ya era irreversible? De algún modo
el gobierno que heredó también es un cadáver. Y no precisamente
exquisito.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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