Sin perdón
Ya era de noche cuando recientemente escuchaba en
el automóvil de camino a casa el programa radiofónico de la periodista
Michel Martin en NPR. Como suele suceder con la programación de esta
magnífica cadena pública, el trayecto después de una larga jornada se me
haría informativo y ameno con una de las siempre interesantes
entrevistas de su espacio Tell me more.
De
inmediato el estrés del tráfico desapareció, centrada en un tema, el
del perdón, que pocas veces se explora a pesar de estar tan presente en
muchas situaciones de nuestra existencia. El invitado era Frederic
Luskin, a cargo del Forgiveness Project de la Universidad de Stanford. O
sea, un psicólogo especializado en enseñar a perdonar incluso los
mayores agravios: padres, familiares o parejas abusivas. El engaño.
Hasta actos terroristas que cobran y desbaratan vidas.
La
periodista le presentaba a Luskin escenarios en los que parecería
imposible el margen del perdón, pero éste aseguraba que siempre se puede
tener misericordia con el victimario porque no hay mayor infierno que
el de estar perennemente atrapado en el rencor, incapaz de pasar página y
exorcizar los demonios. Si se lo propone, una víctima podría ejercer la
clemencia que su verdugo nunca tuvo con ella.
Confieso que me
turbaron las palabras de Luskin, tan convencido de que siempre hay una
avenida para el indulto, quizás porque, como la mayoría de los mortales,
en alguna ocasión me he tropezado con un victimario, capaz de hacerle
un daño feroz a sus congéneres a causa de la falta de empatía que define
a las malas personas. ¿Deberíamos, como recomienda el terapeuta de
Stanford, estar dispuestos a perdonar a quien o quienes nos han herido a
propósito? Pensemos en los dictadores que atropellan sin piedad a los
pueblos o en personas desconsideradas y malsanas en el ámbito
sentimental y afectivo. ¿Vale perdonar a los grandes canallas y a los
miserables de corazón?
Pero en la segunda parte del programa Martin introdujo al psiquiatra Richard Friedman y a la columnista de la revista Slate Emily
Yoffe, ambos con una perspectiva diferente a la de Luskin. En su
popular sección de consejos llamada Dear Prudence, Yoffe acababa de
publicar una columna poniendo en tela de juicio lo que los hijos puedan
deberle a progenitores que de un modo u otro hayan sido abusivos (desde
el castigo físico a la manipulación y el chantaje sicológicos). En su
artículo citaba un escrito de Friedman publicado en el New York Times en 2009 titulado When parents are too toxic to tolerate.
Friedman, que es profesor de psiquiatría clínica, reconoce que estamos
configurados para crear lazos afectivos, incluso con padres que resultan
nocivos a pesar de los puentes que tienden los hijos, aquejados estos
últimos del síndrome de la trasmisión de la culpa. No obstante, el autor
llega a la conclusión de que, por el bien de las víctimas, el único
camino posible es alejarse de aquellos padres o madres cuya presencia es
como una nube tóxica que erradica la autoestima.
¿Quiere decir
que Friedman y Yoffe no ven cabida para el perdón? No exactamente. Lo
que sucede es que, a diferencia de Luskin, consideran que si no hay un
arrepentimiento genuino de quien causa daño ex profeso, entonces no
tiene sentido perdonar porque sería someter de nuevo a la víctima a la
arbitraria insensibilidad de su victimario. Llegar a la conclusión de
que hay seres irredimibles (tan cercanos como un familiar o la propia
pareja) de los que hay que huir como de la peste, puede ser tan o más
sano que estar dispuesto a perdonar sin condición alguna.
Cuando
llegué a mi destino me pregunté si, como yo, otros oyentes habían tenido
la oportunidad de reflexionar sobre la benevolencia hacia aquellos que
no siempre se la merecen. Si hay quienes enseñan a perdonar es porque
sobran los que necesitan aprender a pedir perdón y arrepentirse de todo
el mal que han hecho.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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- 29 de febrero, 2016
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