De Tupamaro a presidente
Mientras el recién fallecido golpista Hugo
Chávez, el cocalero Evo Morales y el ilustrado Rafael Correa practican
la intolerancia y recurren al sectarismo y la represión para acorralar a
quienes se les oponen, hombres y mujeres que en determinados momentos
de su existencia recurrieron a la violencia extrema para imponer sus
ideas, hoy toleran las diferencias, favorecen la pluralidad ideológica y
están a favor de la no violencia.
Dos casos evidentes, que sin duda
alguna mantienen ciertos compromisos e inclinaciones a favor de sus
pasados ideales, son la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el
presidente de Uruguay, José Mujica, a quien está dedicada esta nota. Por
supuesto que los que vivimos los duros años sesenta y setenta
recordamos a los Tupamaros como la guerrilla urbana más violenta y
sangrienta de todas las que operaron en América Latina, de la que el
presidente Mujica fue uno de los líderes.
El primer acto
terrorista en Uruguay se produjo en plena democracia, 1962, cuando Raúl
Sendic comandó un ataque a la Confederación Sindical del Uruguay.
Si
un país en el hemisferio no necesitaba de la violencia para resolver
sus problemas era Uruguay. No es que fuera una sociedad perfecta y lo
suficientemente justa para no demandar profundas reformas, pero existían
los ingredientes sociales y políticos para producir los progresos que
demandaba la sociedad nacional sin tener que llegar a la violencia.
La
violencia de los Tupamaros respondía perfectamente al foquismo
guevarista en el que una vanguardia consciente y organizada conformaría
una espiral de violencia revolucionaria y represiva en la que al final
la acción del pueblo impondría la voluntad de los insurgentes.
Los
secuestros y asesinatos de los Tupamaros, entre ellos el del
estadounidense Dan Mitrione, demostraban hasta dónde estaban
comprometidos con la violencia. La guerrilla uruguaya fue la creadora de
las cárceles del pueblo, donde en condiciones inhumanas encerraban a
los secuestrados.
Cuando Mujica asumió la presidencia de Uruguay
hubo una alarma racional entre los sectores que le adversaban, a pesar
de que en los últimos años su quehacer político en alguna medida restaba
aristas a su pasado extremista.
Mujica fue uno de esos muchos
hombres y mujeres que cargados de ideales, aunque la mayoría eran
antisociales y oportunistas, quisieron apresurar los procesos sociales
para imponer una utopía que en su búsqueda les deshumanizaba tanto o más
que a sus propios represores.
Del mandatario dice Cristina Peri
Rossi: “Pepe Mujica es un presidente insólito aun para América Latina:
perteneció a la guerrilla tupamara, una de las pocas guerrillas urbanas,
llegó a la dirección del aparato militar, cayó prisionero, fue
ferozmente torturado, resistió, y una vez liberado, luego de trece años
de prisión en condiciones infrahumanas, sobrevivió, dedicándose a la
política legal y aceptó la vía democrática”.
Salió de la cárcel
cuando en el país se restableció la democracia. En la prisión quedaron
las ideas de que la violencia es un medio efectivo para alcanzar el
poder y comprendió que la vía más honorable y justa era que el pueblo
eligiera libremente a sus gobernantes.
Dejo atrás el iluminismo,
el voluntarismo mágico que caracteriza a muchos líderes del hemisferio
que creen que con solo desear los cambios, los vientos y las mareas
están bajo su control.
Mujica aprendió de sus errores. Creció respetando las opiniones, valores y la vida de los otros.
Su
madurez política se confirma cuando en la Plaza de la Independencia, en
marzo del 2010, durante su primer discurso como presidente, dijo que
reivindicaba la institucionalidad e hizo un llamado a su defensa y
expresó: “No dirán que no soy una criatura domesticada. Pero, amigos,
estas formalidades que dan garantías, podrán ser aburridas, pero son una
necesidad institucional que hay que defender”.
Cumplidos tres
años de gobierno no se avizora que Uruguay corra el riesgo de una
ruptura institucional. No hay decisiones que indiquen que el estado de
derecho está en peligro.
Una excelente manera para conocer los
conflictos internos que enfrenta un país es el tipo de liderazgo que
práctica su clase dirigente y los titulares que conquista en los medios
informativos y Mujica es sin dudas un hombre modesto que al parecer dejó
bien atrás la idea de que el mundo lo podía moldear a su antojo un
grupo de iluminados inspirados en el mesías de turno.
Todo parece
indicar que la violencia tupamara quedó en el pasado y que los líderes
políticos uruguayos no quieren experimentar con formas políticas que les
alejen de una verdadera democracia, algo que deberían imitar los
apocalípticos Castro, Correa, Morales, Ortega y Nicolás Maduro.
El autor es periodista de Radio Martí.
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