Brasil y el diluvio que viene
brasileros sólo se lanzaban a las calles durante los carnavales. Ahora
lo hacen para protestar. ¿Qué ha pasado? Todo comenzó por un aumento de
las tarifas del transporte público, pero ésa sólo fue la coartada. Había
mar de fondo. La verdad profunda es que una buena parte de la sociedad
está fatigada de la corrupción, la impunidad, la intrincada burocracia y
la mala gestión que realiza el gobierno.
En Brasil se pagan impuestos
de primer mundo, pero se reciben servicios de tercero. Eso irrita
mucho. El 38% de la riqueza que crean los brasileros, el famoso PIB, va a
parar a manos del gobierno. En Canadá, donde el Estado educa, cura y
administra satisfactoriamente, es el 37.3. En España el 35.9. Los
suizos, han construido uno de los Estados más prósperos con sólo el
33.6. Pero desde la perspectiva brasilera tal vez lo más hiriente es el
vecino Uruguay: el sector público uruguayo apenas consume el 28.9 del
PIB y el país está bastante más organizado y es notoriamente más
habitable que su enorme vecino.
Claro que el PIB brasilero es
pequeño o grande, según como se mire. Brasil tiene la sexta fuerza
laboral del planeta con 107 millones de trabajadores. Por su tamaño, es
la octava economía del mundo, pero cuando se divide la producción
(US$2374 billones, o trillones si lo decimos en inglés) entre el
conjunto de la población (201 millones de angustiados sobrevivientes),
el país pasa a ocupar el mediocre puesto 106 del mundo. Incluso, seis
países hispanoamericanos tienen mejor per cápita que Brasil, sin contar
otra media docena de islas caribeñas que también lo superan.
En
Brasil la burocracia es torpe hasta la crueldad y, con frecuencia, es
corrupta. El transporte público es malo. La justicia resulta
desesperantemente lenta. Las cárceles son un horror. En general, la
educación y la salud pública son mediocres. La seguridad es una vaga
ilusión desmentida por el acoso constante de los maleantes y el sonido
de los disparos en las favelas. No hay una sola universidad brasilera
entre las primeras 100 del planeta y sólo hallamos dos en la lista
cuando analizamos 500. Apenas se publican investigaciones científicas
originales. El país marcha a remolque de los centros creativos del
mundo.
Naturalmente, hay algunas zonas de excelencia. Por sólo citar algunos casos: Petrobrás,
donde el gobierno controla el 64% de las acciones, es la mayor compañía
de América Latina y una de las más eficientes petroleras del mundo. Embraer es una buena fábrica de aviones de mediano tamaño fundada por el gobierno y luego privatizada. Oderbrecht
es una excelente empresa de ingeniería civil que funciona a escala
mundial. Lo malo y lo grave es que el tejido empresarial, en general, se
aísla de la competencia exterior con aranceles y otras medidas
proteccionistas que van en detrimento de los consumidores locales.
Simultáneamente,
en la última década han salido de la pobreza decenas de millones de
brasileros y el gobierno ha hecho un notable esfuerzo por solucionar el
problema de la desnutrición en las zonas más desvalidas de la sociedad,
pero esos logros, que nadie discute, no compensan el horrendo capítulo
de la mala administración.
La presidente Dilma Rousseff,
demagógicamente, ha respaldado a los manifestantes, como si las
protestas no fueran contra su gobierno, pero Brasil, desde hace más de
una década, ha sido administrado por la izquierda y la sociedad comienza
a decir que el Partido de los Trabajadores –el de Lula, el de Dilma—
está compuesto por ladrones y sinvergüenzas que se las arreglan para
gozar de impunidad. Unos perfectos hipócritas que, sin abandonar el
discurso de la reivindicación de los humildes, han resultado tan
corruptos como la derecha y el centro, pero mucho menos eficientes.
El
riesgo que implica esta actitud, si se generaliza, es que en el país se
oiga un fatídico grito que destruye los partidos políticos y les abre
la puerta a la aventura y el disparate: “que se vayan todos”. A ver si
lo entienden: la democracia liberal es un sistema que sólo funciona y
prevalece si se gobierna bien y con apego a la ley. De lo contrario, un
día viene el diluvio.
©FIRMAS PRESS
El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela “Otra vez adiós’’.
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