Venezuela: Una “app” para encontrar papel higiénico
Según parece, alguien ha desarrollado una "app" que, instalada en tu
dispositivo móvil o en tu tableta, te facilita localizar supermercados
que dispongan de productos de primera necesidad, entre ellos papel
higiénico.
La aplicación, que ha sido desarrollada en Venezuela y para los
venezolanos, se llama "Abastéceme" y ya ha tenido varios miles de
descargas. Consiste en una especie de red social en que la gente
identifica los locales comerciales que, en un momento dado, disponen de
bienes básicos, como puede ser el papel higiénico ya citado, pero
también azúcar, leche, arroz o café.
No es momento aquí de analizar las causas de tan terrible
desabastecimiento. El imaginario popular tiende a culpar de estas
carencias a las sequías, las guerras u otras catástrofes. Sin embargo,
todo buen economista sabe que las causas siempre tienen que ver con los
controles de precios que imponen los gobiernos en esas y otras
circunstancias. Y seguro que la democrática Venezuela de Chaves y ahora
Maduro, algún control de precio tiene. Porque, que se sepa, no ha habido
ninguna catástrofe natural o guerra a la que culpar de tan nefasto
acontecimiento.
Más interesante, o al menos original, me parece reflexionar sobre la
circunstancia que revela la existencia de esa app, que podemos resumir
de la siguiente manera: en Venezuela es más fácil tener una tableta o un
smartphone que hacerse con leche o papel higiénico. La
tecnología más puntera se utiliza para tratar de cubrir las necesidades
más básicas. Los dispositivos más caros, al servicio de los productos
menos elaborados. Aquí hay algo que no funciona.
La primera conclusión que se podría sacar, y al hilo con lo dicho en
el penúltimo párrafo, es que existen controles de precios para los
bienes básicos, y no para los teléfonos móviles. Es típico de gobiernos y
políticos preocuparse por las necesidades básicas de los individuos, y
establecer para su correcta satisfacción todo tipo de controles
regulatorios. Ello conlleva siempre mala calidad, listas de espera y
continuas amenazas de desabastecimiento. Así que cuanto más importante
sea la necesidad, menos debería dejarse al gobierno intervenir en ella. O
en otras palabras: con las cosas de comer no se juega.
Además de este primer análisis, cabe otro relacionado con la
distorsión de las preferencias de los individuos, en este caso
producidas por las políticas de bajos tipos de interés que están
llevando a cabo desde hace varios años los distintos bancos centrales,
como infructuoso remedio contra la crisis económica.
En efecto, el tipo de interés consiste también en una relación de
intercambio, el precio de cambiar bienes presentes por bienes futuros.
Como explica Böhm-Bawerk[1], los individuos preferimos un bien presente al mismo bien en el futuro, por al menos tres razones:
- Los bienes futuros solo pueden satisfacer necesidades futuras,
mientras que los bienes presentes pueden satisfacer tanto las
necesidades presentes como las futuras, si se opta por posponer su uso. - Los seres humanos sistemáticamente infravaloran sus necesidades futuras.
- Los bienes presentes son técnicamente
superiores a los futuros, pues su posesión permite desarrollar procesos
productivos más largos y más productivos, por tanto, de mayor utilidad
marginal.
Si se interviene sobre el tipo de interés bajándolo artificialmente
respecto al que sería su nivel de mercado, el efecto es que se
infravaloran los bienes presentes respecto a los bienes futuros. Dicho
de otra forma, a los empresarios y productores se les está dando la
señal errónea de que la gente prefiere posponer su consumo. Ello les
impulsa a actuar con inversiones a mayor plazo, esto es, en productos
más sofisticados y con tecnologías más complejas, que supuestamente
tienen tiempo para desarrollar habida cuenta de las preferencias de los
individuos por bienes futuros.
Así, las bajadas artificiales de los tipos de interés impulsan a los emprendedores hacia la fabricación de productos como los smartphones,
las tabletas o las apps para estos aparatos, atrayendo recursos desde
las etapas de fabricación más cercanas al consumo, como puedan ser la de
azúcar, leche o papel higiénico.
Comparativamente, ello hace que tienda a ser más fácil o más barato
en términos de costes relativos, comprarse un iPad que un kilo de
azúcar. Y esta tendencia proseguirá mientras los tipos de interés se
mantengan artificialmente bajos. Venezuela ya está allí, como revela la
noticia comentada, aunque haya que reconocer el rol desempeñado por los
controles de precios implantados[2].
La cuestión es cuánto tiempo nos queda a nosotros. Disfrutemos
entretanto de iPads, televisiones planas y consolas de última
generación, y esperemos que no llegue el momento en que deseemos que
sean comestibles.
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