Reforma Migratoria: Vender el alma al diablo
Washington. – Estábamos a punto de grabar un
programa especial de televisión sobre la reforma migratoria y no
podíamos empezar porque el senador Chuck Schumer de Nueva York no
colgaba el celular. Pero ninguno de los otros tres senadores que lo
acompañaban –Bob Menéndez, Dick Durbin y Michael Bennet– se atrevían a
interrumpirlo. Yo tampoco. Schumer estaba contando por teléfono el
número de senadores que apoyarían una nueva enmienda para “militarizar”
la frontera de Estados Unidos con México y el asunto era demasiado
importante como para pedirle que colgara. Cuando por fin lo hizo, nos
enteramos de la negociación que había ocurrido a puertas cerradas.
A
cambio de conseguir suficientes votos republicanos para la legalización
de la mayoría de los 11 millones de indocumentados, los demócratas
tendrían que venderle su alma al diablo, como dice el dicho en México.
El acuerdo incluye aumentar el número de agentes de la patrulla
fronteriza de 21 mil a 41 mil, terminar la construcción de 700 millas de
muro entre los dos países, poner en práctica a nivel nacional el
programa de verificación de empleos conocido como e-verify y usar la
última tecnología (como los drones o aviones no tripulados) para vigilar
la frontera.
La palabra “militarización” no es exacta porque no
se trata de enviar soldados estadounidenses a patrullar la frontera con
México. Pero sí incluye algunas duras tácticas que solo se utilizan con
naciones enemigas. De hecho, varios contratistas privados que trabajaron
para el ejército norteamericano en las guerras de Irak y Afganistán
ahora están buscando nuevos contratos en la frontera con México. Ahí
está el dinero y ahí se están desplazando.
Se trata, sin duda, de
la más drástica serie de medidas en la historia para separar físicamente
a los dos países. Por eso sorprende tanto el absoluto silencio del
presidente mexicano Enrique Peña Nieto en este debate. La pasividad y
negligencia de su gobierno es incomprensible; es como si esto no tuviera
nada que ver con él, como si esto no fuera a afectar seriamente a
millones de mexicanos.
Esto no se hace entre vecinos. México no
está siendo tratado como uno de los principales socios comerciales de
Estados Unidos. Con este acuerdo parecería que las dos naciones están
peleadas. Es terrible regresar a la época de la construcción de muros.
Al
gobierno de Peña Nieto le falta imaginación para proponer acuerdos
migratorios como el de la Unión Europea o, al menos, el atrevimiento y
temeridad de Vicente Fox de pedir un nuevo tratado migratorio a Estados
Unidos. Lo que México necesita son más visas para sus trabajadores en el
norte, no más agentes norteamericanos que detengan a los mexicanos más
pobres en los desiertos y montañas.
Los senadores estadounidenses
que idearon este acuerdo fronterizo, claramente, no quieren que la
narcoviolencia en México cruce a su país, ni correr el riesgo de que un
terrorista se cuele por ahí. Y tampoco quieren que después de una
complicada, larga y dura negociación para una reforma migratoria, su
territorio se vuelva a llenar de inmigrantes indocumentados en unos
años.
Entiendo por qué hicieron esto los senadores
estadounidenses. El mensaje que recibieron de la comunidad latina en las
pasadas elecciones presidenciales es que había que sacar adelante la
reforma migratoria y un camino a la ciudadanía para millones de
indocumentados, costara lo que costara. Y eso es exactamente lo que
hicieron. Ahora no se los podemos echar en cara. Así, los demócratas
están sacrificando casi todo para que los republicanos en el Senado
aprueben una reforma migratoria y el proyecto pase a la Cámara de
Representantes.
Los senadores Schumer, Menéndez, Bennet, Rubin y
el republicano de Arizona, Jeff Flake, fueron muy francos conmigo. No,
ese no era el acuerdo que ellos hubieran querido. Pero la reforma
migratoria es una negociación, no el dictado de un solo partido.
Lección: no se gana lo que uno se merece sino, simplemente, lo que uno
negocia.
Claro, todos estos acuerdos pueden cambiar o, incluso,
hasta rechazarse en el momento de la votación. Pero la intención ya está
marcada y el mensaje está escrito sobre la pared (digo, sobre el muro):
en la frontera es mano dura, no cooperación.
Al final, el
principal perdedor de todo esto es México. Les están cerrando la puerta
en la cara y no han reaccionado. Sus secretarios y diplomáticos no
parecen entender cómo funcionan las cosas en Estados Unidos. Aquí se
tocan puertas, se hace lobby en el Congreso, se busca influencia, se
hace propaganda, se sale en los medios y se hace ruido. Nada de eso hizo
el gobierno de Peña Nieto y ahí están las consecuencias: más millas de
muro y miles agentes más para detener a mexicanos.
Y los
ganadores, creo, son los inmigrantes indocumentados. ¡Ni se imaginan
cuánta gente está luchando por ellos! La reforma avanza y estos
inmigrantes están más cerca que nunca de la legalización. Por fin, a un
costo altísimo y con consecuencias binacionales durante décadas, pero su
voz se está escuchando.
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