Chile: La educación y el cinismo
Los
estudiantes universitarios chilenos suelen protestar contra el gobierno
de su país. Lo hicieron contra la señora Bachelet, que es de izquierda,
y lo hacen contra el señor Piñera, que es de derecha. A veces las
protestas son pacíficas y, a veces, como las más recientes, devienen en
considerables actos vandálicos cometidos por minorías violentas
infiltradas en el movimiento estudiantil.
Los jóvenes chilenos
demandan buenas universidades y enseñanza de calidad, pero no quieren
pagar por esos servicios. Exigen que otros se los paguen. (Eso siempre
es estupendo). Tienen 18 años o más. Son mayores de edad. Pueden votar,
elegir y ser electos, ir al ejército, casarse sin autorización de nadie,
crear empresas, invertir, engendrar hijos a los que están obligados a
cuidar, ir a la cárcel si cometen delitos, consumir alcohol o tabaco,
pero suponen que la responsabilidad de pagar por su educación es cosa de
otros. Son, o deben ser, adultos responsables en todo, menos en eso.
Realmente, es una
conducta incoherente o, por lo menos, extraña. ¿Por qué el conjunto de
la sociedad debe pagar los estudios universitarios de una minoría de
adultos privilegiados que, a partir de la graduación, ganará una
cantidad de dinero considerablemente mayor que la media de quienes no
han pasado por esos recintos académicos? ¿No es una hiriente inmoralidad
que los trabajadores de a pie paguen con sus impuestos los estudios de
quienes luego serán sus jefes y empleadores?
Pero hay otra
incongruencia todavía peor: los estudiantes universitarios chilenos
pretenden que la educación no pueda ser objeto de lucro. Si Platón y
Aristóteles hubieran ejercido su magisterio en el Chile de estos
tiempos, y no en la Atenas de los siglos V y IV antes de Cristo, los
hubiesen acusado de codiciosos explotadores por haber creado la Academia
y el Liceo con el propósito de ganar dinero formando a sus alumnos.
Los estudiantes
chilenos no advierten que están planteando un contrasentido. No hay nada
moralmente censurable en el lucro. Lucro es sinónimo de logro, de
misión cumplida. Si ellos quieren una educación de calidad, creativa,
original, oficiada por profesores competentes, la mayor parte de las
veces tendrán que atraer a los mejores con buena remuneración, con
reconocimientos públicos y con posibilidades de enriquecimiento.
Hay algunos seres
excepcionales, dotados de una intensa vocación, generalmente religiosos,
dispuestos a enseñar por un plato de comida, una cama de tabla y dos
palmos de techo, pero son pocos. A Einstein lo reclutaron en Princeton
enviándole un cheque en blanco que él rellenó a su capricho.
¿Dónde está la falta en
que unas personas decidan crear una empresa para vender enseñanza si
hay otras criaturas dispuestas a pagar el precio que les piden para
adquirir esos conocimientos? Una de las mejores universidades de
Centroamérica es la Francisco Marroquín de Guatemala, una institución
que es y se maneja como una empresa privada. ¿Por qué es inmoral vender
educación y no vender agua, comida, medicinas o zapatos, bienes, sin
duda, más importantes para la supervivencia que los conocimientos
universitarios?
El argumento de que las
universidades privadas con fines de lucro a veces no tienen suficiente
calidad y deben clausurarse carece de sentido. Tampoco cerramos los
restaurantes malos con fines de lucro, y mucho menos los comedores
populares, que suelen servir unos platos espantosos a los indigentes.
¿Por qué no permitir que los consumidores de esos servicios educativos
decidan libremente con su dinero cuáles universidades triunfan y cuáles
fracasan?
En América Latina
muchas universidades públicas son rematadamente malas y no por eso
pedimos que las cierren. Como no se cansa de denunciar Andrés
Oppenheimer, entre las 500 mejores universidades del planeta, apenas
comparecen tres o cuatro latinoamericanas y están a la cola del grupo.
Hay algo terriblemente
autoritario e hipócrita en el comportamiento y las demandas de esos
estudiantes chilenos. Lo terrible es que ellos, que esperan que otros
les paguen sus estudios, y que condenan a quienes están dispuestos a
arriesgar su capital y su trabajo para crear instituciones educacionales
lucrativas, cuando terminan sus carreras suelen o intentan convertirse
en profesionales económicamente exitosos. Para ellos el lucro sólo es
malo cuando lo persigue el otro. Eso se llama cinismo.
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