O momento brasileiro
Fue
predecible la derrota de la selección mexicana contra la brasileña en el
partido del miércoles; es comprensible que el año entrante, en el
Mundial con sede en Brasil, a los mexicanos nos vaya igual que siempre:
octavos de final y ya. También es perfectamente lógico que ahora resulte
que la supuesta edad de oro del gigante sudamericano no sólo fue
efímera y superficial, sino que desembocó en protestas sociales, sobre
todo de jóvenes, como nunca se habían visto en Sao Paulo, Río de
Janeiro, Belo Horizonte y otras desde mediados de los 80.
Lo
incomprensible estriba en el error que cometieron muchos brasileños al
creerles más a los medios internacionales, a las corredoras de Bolsa y a
los supuestos analistas de los grandes bancos de Wall Street y de la
City en lugar de confiar en sus instintos y conocimientos. Cuando todas
estas fuentes de sabiduría y de presunta recopilación de informes y
datos cantaban extraordinarias loas al desempeño de la economía
brasileña, del Banco Central, del gobierno de Lula, del programa Bolsa
Familia, del surgimiento del gigante verde amarelo, los magníficos
estudiosos y comentaristas brasileños de las grandes universidades,
medios de comunicación y think tanks, como la Fundación Getulio Vargas,
debieron haber detonado señales de alarma explicando que no era así de
sencillo.
También debieron haber escuchado a aquellos que les
dijeron que realizar a dos años de distancia los eventos del Mundial y
los Juegos Olímpicos no es nada del otro mundo; más aún, el último país
latinoamericano que lo hizo, a saber, México 1968 y 1970, lo único que
conserva en su memoria colectiva al respecto es la matanza de
Tlatelolco. Pudieron haberles preguntado a los sudafricanos, a los
ingleses y a muchos más, quienes les habrían confesado con cinismo y
resignación que esos acontecimientos no traen inversión extranjera; no
atraen un mayor número de turistas de modo duradero, y que, sobre todo,
la infraestructura no suele servir de nada más tarde. Sólo puede sacarle
verdadero provecho a un evento de este tipo un país como China, que
puede canalizar enormes esfuerzos y recursos a un evento de Estado, y
reprimir si es necesario a quien se oponga al mismo. Eso no lo puede
hacer el gobierno de Dilma Rousseff, afortunadamente, pero sin eso, este
tipo de eventos no suelen prosperar.
Las protestas en Brasil
contra el aumento en transporte público, la mala calidad de la
educación pública, las deficiencias del sector salud y las inmensas
inversiones en los nuevos estadios, caminos, aeropuertos, etcétera,
necesarios para el Mundial y los Juegos Olímpicos, seguramente llegarán a
su término pronto. Brasil es una auténtica democracia, y existen muchas
manerasde canalizar ese descontento por vías institucionales.
El autor es analista político y ex canciller mexicano.
- 23 de julio, 2015
- 25 de noviembre, 2013
- 7 de marzo, 2025
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