#LoveIsLove: El Matrimonio Gay toca a la puerta de Latinoamérica
Movimiento Libertario de México
Las recientes decisiones de la Suprema Corte norteamericana en
relación al matrimonio gay tendrán hondas implicaciones a futuro, sobre
todo en lo que significa a la “legitimación” de dicho instrumento legal,
particularmente en países opuestos a aplicarlo o que no se lo han
planteado aún siquiera. Al respecto, el tribunal norteamericano declaró
inconstitucional la Ley DOMA promulgada por William Clinton en 1996, que
definió el matrimonio como la unión sólo entre un hombre y una mujer;
no impone dicho matrimonio a nivel federal ni en los estados que no
quieren aplicarlo, simplemente reconoce a nivel federal las uniones
homosexuales de los estados donde sí se aplican, y les reconoce el mismo
estatuto y respeto que a los matrimonios entre hombre y mujer. El
Supremo también volvió a legalizar el matrimonio gay en California, tras
su prohibición por el electorado californiano mediante referéndum en
2008, apoyando la llamada Propuesta 8 que pedía modificar la
constitución del estado para definir el matrimonio sólo como la unión
entre hombre y mujer, y que por primera vez denegó derechos que ya
habían sido reconocidos por la cámara legislativa estatal.
Ambas decisiones, tanto en lo que compete a la derogación de la DOMA,
como a la legalización del matrimonio gay en California, fueron
producto de la esforzada lucha de personas de carne y hueso contra
decisiones que les implicaban la limitación de sus libertades y
derechos. En estos, como en muchos otros casos, el silencio y la
pasividad sólo habrían perpetuado un estado de evidente injusticia y
discriminación. Son también una limitación impuesta al poder omnímodo y
omnívoro del gobierno y el electorado: gobernantes y electorales no
pueden decidir ni imponer contra sus conciudadanos cualquier cosa que se
les antoje o les venga a la mente.
Pero la decisión del Supremo norteamericano también coincide con un
cambio de mentalidad entre los norteamericanos. Por primera vez en la
historia de los EEUU, quienes aceptan el matrimonio gay son mayoría:
Ahora lo consiente el 53% y lo rechaza el 45%, según la encuesta de
Gallup de mayo pasado. Repárese que en 1996, cuando se aprobó la ley de
Clinton, sólo estaba a favor el 27% de la población: Hubo un aumento de
26 puntos porcentuales en diecisiete años. Un resultado visible de este
cambio es que una cuarta parte de los estados norteamericanos respaldan
ya el matrimonio gay. Este vasto movimiento de las mentalidades también
lo vemos todos los días en nuestras propias pantallas de revisión: Sólo
este año, fueron un sinfín las series norteamericanas protagonizadas por
entrañables personajes gays: Glee, Lost Girls, Scandal, Modern Family, Pretty Little Liars, Degrassi, The Following, True Blood…
Esto también es el fruto de la lucha de miles de personas comunes que
salieron de las sombras para cambiar las actitudes en sus propias
comunidades, vecindarios, escuelas, oficinas, templos.
Sería muy raro que esta gradual revolución mental en nuestro vecino
del norte no tuviera un impacto en América Latina, particularmente en
México y Centroamérica, por los fuertes lazos migratorios, económicos y
de todo tipo en la región. Sería bueno ir tomando conciencia frente a
este fenómeno. Y los primeros que debemos revisar nuestras ideas y
posiciones frente a ello son quienes nos decimos liberales. Al menos
para distinguir a quienes se dicen “liberales” sin serlo.
Si usted se dice “liberal” y no quiere ser visto como un homófobo
ruin, generalmente basará su oposición al Matrimonio Gay en dos ideas:
Una, que no quiere dar más poder al estado entrometiéndolo en el
reconocimiento de la relación amorosa de dos personas. Y la otra,
distinta, en que el matrimonio gay atenta contra tradiciones seculares,
piedra de toque la civilización occidental, las cuales se verían
afectadas seriamente por un intento de planificación social.
La primera idea ya la traté con cierta amplitud anteriormente, y sólo
ratificaría lo dicho, respecto a que el papel que los liberales
asignamos al estado es el ser, precisamente, garante de contratos libres
y voluntarios, que no entren en conflicto con la libertad de otras
personas. Y precisamente, a mi parecer, el matrimonio gay cumple
enteramente con dichas condiciones, por lo que la argumentación para
negarlo no tiene un sustento válido ni suficiente.
El segundo argumento en realidad es el más pernicioso e hipócrita de
todos, por cuanto es la cobertura para tanto conservador vergonzante:
Los “liberales” que lo apoyan olvidan convenientemente muchos otros
cambios que modificaron de raíz el concepto original de matrimonio en
los últimos siglos, y que le cuestionaron con mayor severidad incluso
que el matrimonio gay, tales como el divorcio; el reconocimiento de la
propiedad por parte de la mujer, con independencia del esposo; la
igualdad jurídica de la mujer respecto a su esposo; la abolición de la
poligamia; la eliminación de la dote femenina; la prohibición de los
esponsales en la infancia; la eliminación del derecho de los padres a
elegir cónyuges para sus hijos o para vetar sus decisiones; la
legalización del matrimonio interracial; la legalización de la
anticoncepción; la criminalización de la violación por el cónyuge, y por
supuesto el propio concepto de matrimonio civil. Sin duda, sería
injusto decir que el matrimonio puede ser reformado por el bien de todos
y de cada uno, excepto de los homosexuales, que deben respetar los
dictados de la tradición. Pero implícitamente muchos “liberales” lo
hacen.
Prácticas como el divorcio, la del reconocimiento de la propiedad por
parte de mujeres casadas o el matrimonio por libre elección o por amor,
por supuesto que han ido contra “tradiciones seculares”, piedras de
toque de la civilización occidental, y ayudaron a transformar el
matrimonio de una condición de mera servidumbre de las mujeres para
alinearlo más en consonancia con los principios liberales de igualdad
jurídica de las personas y la ciudadanía. Y sí, no sólo removieron las
bases ideológicas del mundo occidental, sino incluso las leyes de Dios. Y
todos seguimos tan campantes.
Por eso confío en que llegará la hora de que en Latinoamérica se
repare, también, el agravio de que una mayoría imponga sus dogmas
religiosos sobre una minoría, limitando sus libertades.
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