¿Regresan los golpes “tolerables”?
(Puede verse tambén Egipto: el dilema liberal por Álvaro Vargas Llosa)
El sorprendente apoyo al golpe militar de Egipto
en algunos círculos políticos de Estados Unidos, Europa y Medio Oriente
podría ser un mal precedente para Latinoamérica: podría ayudar a
legitimar una vez más la idea de que hay golpes militares “buenos”.
Es
difícil no llegar a esa conclusión después de ver a políticos como el
presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el
republicano John Boehner, y a diarios como The Wall Street Journal
aplaudiendo el golpe del 3 de julio que derrocó al ex presidente de
Egipto, Mohamed Morsi, o al ver que el gobierno del Presidente Obama –
si bien expresó su “preocupación” por los hechos – ha hecho piruetas
retóricas para evitar describir como un golpe lo ocurrido en Egipto.
Y
es difícil no temer un nuevo retroceso de la defensa colectiva de la
democracia en todo el mundo después de ver que Arabia Saudita, Kuwait y
los Emiratos Árabes Unidos celebraron el golpe, y le prometieron al
nuevo gobierno militar de Egipto 12 mil millones de dólares en ayuda
económica.
Poco después del golpe, el presidente de la Cámara de
Representantes, Boehner, declaró que el ejército egipcio es “una de las
instituciones más respetadas” de ese país, y que “creo que sus
militares, en nombre de los ciudadanos, hicieron lo que debían hacer al
reemplazar al presidente”.
En su editorial del 4 de julio, The
Wall Street Journal llego al extremo de decir que “los egipcios serían
afortunados si sus nuevos generales gobernantes siguieran el ejemplo del
chileno Augusto Pinochet, quien asumió el poder en medio del caos, pero
reclutó a reformistas partidarios del libre mercado y generó una
transición hacia la democracia”.
Muchos partidarios del golpe de
Egipto señalan que el propio Morsi había violado las reglas democráticas
imponiendo a todos los egipcios la voluntad de su movimiento, los
Hermanos Musulmanes, convirtiéndose así en un autócrata electo, de
manera muy similar a lo que ocurrió en Venezuela con el presidente Hugo
Chávez.
Tras ser elegido en 2012, Morsi trató de imponer a todos
los egipcios reglas islámicas fundamentalistas, permitió la persecución
de los cristianos coptos y de los musulmanes chiitas, y trató de asumir
poderes absolutos. Y encima de todo eso, su incompetencia administrativa
hundió aún más en el caos la economía de Egipto.
Los defensores
del golpe también argumentan que fue un golpe “popular”. En efecto,
millones de egipcios habían salido a las calles para pedir la
destitución de Morsi.
Y los partidarios del golpe en Egipto
rechazan el argumento de que la destitución de Morsi podría ayudar a
legitimar los golpes militares en todo el mundo. Dicen que la última
oleada de glorificación de los golpes militares en Latinoamérica ya
había comenzado hace más de una década gracias a Chávez, en Venezuela.
Efectivamente,
Chávez, un ex militar golpista, tras ganar su primera elección en 1998
convirtió en feriado nacional la fecha de su fallido golpe militar del 4
de febrero de 1992. La fecha se celebra hasta el día de hoy con
desfiles militares en Venezuela.
Mi opinión: Salvo en casos de
genocidios (estoy pensando en la Alemania de Adolfo Hitler) no hay tal
cosa como un golpe militar “bueno” contra un presidente electo. Por malo
que este ultimo sea, los generales que asumen el poder se convierten en
dictadores, violan los derechos humanos, y convierten en víctimas a los
líderes depuestos, cuyos partidarios tarde o temprano terminan
regresando al poder.
Eso ocurrió con diferentes variantes tras los
golpes militares de Pinochet en Chile, y de los generales en Argentina y
Brasil en la década de 1970. Y es probable que lo mismo ocurrirá en
Egipto, especialmente después de la muerte de 51 militantes islámicos
producida esta semana. Eso creará nuevos “mártires” y le dará a los
Hermanos Musulmanes de Morsi una causa que pronto eclipsará los
recuerdos de lo malo que fue su gobierno.
Entonces, ¿qué habría que hacer con los presidentes democráticamente electos que abusan de sus poderes?
No
hay una respuesta fácil, pero la menos mala a largo plazo probablemente
sea enfrentar a los dictadores electos con la regla de las tres “P”:
protestas, presión y paciencia.
La oposición de Egipto debería
haberse unido para ganar las elecciones parlamentarias en octubre, y las
elecciones presidenciales dentro de tres años. Morsi hubiera tenido que
dar marcha atrás en su autoritarismo o convertirse en un dictador mucho
más represivo, y menos tolerable para el resto del mundo. En cualquiera
de ambos casos, le hubiera sido difícil aferrarse indefinidamente al
poder.
Ya sé, no es fácil pedirle paciencia a los pueblos que
viven bajo gobernantes desastrosos. Pero a la larga, las protestas, la
presión y la paciencia son una mejor solución que los golpes militares
para impedir un baño de sangre, y el eventual retorno de los malos
gobernantes derrocados.
- 28 de diciembre, 2009
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