Los Piñera boys and girls
El legado del gobierno de Sebastián Piñera tendrá muchas aristas. Sus
logros son notables en términos de reconstrucción, crecimiento, empleo,
reformas educacionales, promoción del emprendimiento, políticas pro
mujer y lucha contra la pobreza. Además, al haber liderado un gobierno
de centroderecha que dejará un buen recuerdo, habrá normalizado la
política chilena sentando las bases para la alternancia en el poder. Por
ello, no me cabe duda que Eugenio Tironi tiene razón cuando dice que
“al presidente Piñera los chilenos lo vamos a despedir con un aplauso”.
Esto
es lo evidente a simple vista, pero pasa por alto lo que a mi juicio
será su legado más trascendente: la formación de una generación de
jóvenes que no sólo transformará la derecha chilena, sino que marcará
los destinos de Chile por muchas décadas. Son los Piñera boys and girls
que han llegado para quedarse en la política y el servicio público. Lo
harán por cierto con idas y venidas, ya que otras posibilidades y
vocaciones no les faltan. Serán la contrapartida histórica de la
generación izquierdista de 2011 y la mejor opción para que Chile no
pierda el rumbo hacia el progreso.
Antes de conocer más de cerca
a muchos de ellos los había considerado como un hecho anecdótico del
gobierno de Piñera. Y esa ha sido en general la opinión sobre estos
cientos de jóvenes profesionales que desde marzo de 2010 le han dado
nuevos aires a La Moneda, los ministerios y otras reparticiones
públicas. Llegaron donde nunca habían pensado llegar, al sector público,
respondiendo a un impulso altruista por servir pero atraídos también
por el desafío de ser parte de un gran equipo de profesionales y
emprendedores exigentes, liderado por el más exigente y exitoso de
todos: Sebastián Piñera. Por ello dejaron, o al menos suspendieron,
carreras más lucrativas, se arremangaron las mangas y se metieron de
lleno “en corral ajeno”.
El aprendizaje de estos jóvenes talentos
no ha sido fácil. Venían del mundo empresarial, profesional o académico
y tenían mucho manejo técnico, pero poca muñeca política y una
impaciencia por hacer cosas que chocaba con los protocolos y la
parsimonia tradicional del sector público. Por ello, no es nada
sorprendente que muchos hayan retornado al sector privado o a la
academia. Lo que sí llama la atención es que tantos sigan todavía al pie
del cañón y que tantos otros hayan estado dispuestos a llenar las
vacantes producidas. Y lo más sorprendente de todo es el entusiasmo con
que lo siguen haciendo, cuando lo que se les exige a los “sub-40” no es
poco y la travesía de la que han sido parte ha tenido una fuerte
marejada en contra. Están orgullosos de lo que han realizado. Saben que
le han hecho bien a Chile y por ello mismo seguirán en la política y,
cuando sea el momento, muchos volverán al servicio público.
Ahora
bien, su acercamiento a la política no los ha hecho menos
“antipolíticos” de lo que ya eran en el sentido de rechazar el estilo
político tradicional. Son alérgicos al compadrazgo y a la verborrea, al
muñequeo y al arreglín. Además, no sienten la menor identificación con
el personalismo y el espíritu de fronda tan propio de los caudillos de
la vieja derecha. Han llegado donde han llegado por sus méritos, no por
ser amigos o protegidos de algún jerarca. Esa es su señal de identidad y
su capital más preciado y por ello mismo serán no sólo, como se ha
dicho, “la generación del recambio”, sino del cambio y la modernización
de una derecha política que actualmente es más pasado que futuro. Con
ellos tomará finalmente cuerpo una derecha moderna. Definitivamente más
liberal y menos autoritaria, más de los Starbucks que del Club de la
Unión, menos pituca y más plebeya, más meritocrática que
(pretendidamente) aristocrática, más emprendedora que patronal, más
“progre” que conservadora. En fin, más del siglo XXI que del XIX.
La
cuestión no es ya si ocurrirá un recambio de este tipo, sino cómo
ocurrirá. Ello dependerá mucho de cómo se comporten “los viejos
estandartes” del sector. Sobre ello tenemos una experiencia
aleccionadora en la vereda opuesta. Los partidos de la Concertación
simbolizan ya desde hace tiempo la triste senectud de “la vieja
política”. Perdieron la elección presidencial del 2009-10 hablando de la
necesidad del recambio generacional, pero levantando un candidato que
en todo sentido encarnaba la antítesis de ese mensaje. Y así han seguido
hasta hoy, carcomidos por esa “contradicción vital” que consiste en
entender la necesidad de la renovación generacional, pero negarse a
aceptar sus consecuencias y a abandonar el escenario conservando al
menos la poca dignidad que les queda. Por ello es que han dejado
huérfana de hogar político a la joven generación izquierdista de 2011,
con consecuencias que aún son difíciles de prever.
La vieja
derecha puede también perder la oportunidad que le brinda la generación
de los Piñera boys and girls. Morirá entonces sola y arrinconada, como
lo está haciendo el viejo concertacionismo que sólo sobrevive gracias a
la respiración artificial que Bachelet le presta. Pero ello no detendrá
el surgimiento de una nueva derecha, por la simple razón de que, aunque
no se dé cuenta, ésta ya existe y ha probado ser capaz de hacer lo que
la vieja derecha contemporánea nunca pudo: gobernar.
El autor es integrante del academic board de la Fundación para el Progreso y ex diputado del Parlamento de Suecia.
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