Argentina, entre los malos y los muy malos
Libertad Digital, Madrid
Este 11 de agosto se realizará la primera parte
–primarias obligatorias– del proceso electoral que el 27 de octubre
terminará definiendo la suerte de la actual presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner.
En el mejor de los casos, se iniciará un recambio de liderato dentro
del peronismo, reagrupando a sus caudillos locales y sindicales en torno
a una nueva figura dominante. En el peor, podría abrirle las puertas a
un tercer mandato de Cristina Fernández, lo que vendría a perpetuar uno
de los peores regímenes que ha tenido el país. Así, Argentina no elegirá
entre "los buenos" (que dentro de la clase política no son muchos y
están muy fragmentados) y "los malos", sino entre los malos y los muy malos.
En todo caso, quien gane en esta pugna dentro del peronismo
deberá administrar una economía cuesta abajo y un país cada vez más
dividido que está acumulando una bronca y una desesperación
generalizadas que pueden desencadenar estallidos sociales difíciles de
prever.
Hay que recordar que el país vive actualmente la fase final del ciclo populista inaugurado por Néstor Kirchner en 2003. Los buenos tiempos, impulsados por la recuperación de la economía y una bonanza exportadora inédita, ya pasaron.
Ello permitió una expansión espectacular del Estado argentino: el valor
real del gasto público se triplicó de 2003 a 2012 y su peso pasó del 29
a cerca del 50% del PIB. Nunca antes –y eso que Argentina tiene una larguísima tradición de gobiernos cleptócratas– se había llegado a niveles semejantes de gasto fiscal.
Así se pudo crear un amplísimo sistema de clientelas, que va
desde los empresarios más adinerados hasta los piqueteros, haciéndolos a
todos dependientes del favor del ogro filantrópico kirchnerista. Nunca antes, ni siquiera durante el primer gobierno de Juan Perón, tantos habían dependido tanto del caudillo de turno.
Ahora bien, el problema de todo populismo es, fuera de distorsionar toda la economía, que tiene un hambre insaciable de recursos para mantener su popularidad y sus clientelas.
Por ello, el régimen de los Kirchner ha recurrido a apropiarse de
cuanto ha podido, pero eso no le ha bastado teniendo que recurrir a la
solución de siempre: imprimir crecientes cantidades de dinero.
De esta manera, Argentina vuelve a su vieja pesadilla: la inflación se dispara, los ahorros se dolarizan y se sacan del sistema bancario nacional (se estima en 190 mil millones de dólares la "fuga de capitales",
lo que cuadruplica las reservas del Banco Central), el aparato
productivo se estanca y el Estado debe incrementar aún más sus
asfixiantes regulaciones y controles.
Como se ve, es mucho lo que hay que corregir para que
Argentina salga del atolladero económico actual. Pero esto, con todo, no
es lo fundamental. Lo que ocurre con la economía no es más que el reflejo de los males más profundos de la Argentina: el caudillismo, el clientelismo, la corrupción y, en el fondo, una cultura depredadora que, lamentablemente, es muy vieja y va mucho más allá de la política.
Para cambiar todo ello hace falta un gran movimiento de
regeneración cívica que hoy, lamentablemente, brilla por su ausencia. En
consecuencia, lo que se puede esperar si ganan los menos malos no
es que alteren los fundamentos del repetido fracaso argentino, sino
que, al menos, frenen la deriva autoritaria actualmente en marcha así
como los despropósitos económicos mayores del kirchnerismo.
En todo caso, faltarán todavía dos años más para las nuevas
elecciones presidenciales y por ello, de perder el kirchnerismo, se
abrirá un largo período de incertidumbre y desgobierno que no permite
avizorar una interrupción de la marcha de Argentina hacia el caos. Las
pugnas y los escándalos se sucederán en la medida en que más y más de
los mafiosos actualmente en el poder empiecen a abandonar el barco,
tratando, como siempre ocurre en el bajo mundo, de comprarse la
impunidad y nuevas oportunidades de seguir con su negocio crucificando a
sus viejos patrones.
Será un espectáculo bochornoso, pero aún así sería cien veces preferible a la perpetuación del actual clan gobernante. Tal es la podredumbre del régimen actual que en este caso no se puede decir que más vale diablo conocido que diablo por conocer.
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