Cuba: Nunca más, 26
El golpe militar del 10 de marzo de 1952 desencadenó en Cuba una serie
de acontecimientos que derivaron en un proceso insurreccional, que
culminó con el establecimiento de un sistema político que situó al país
en pleno escenario de la Guerra Fría.
El golpe, de una manera u otra,
afectó la vida de todos los ciudadanos al extremo que es posible que si
Fulgencio Batista y sus acólitos no hubiesen producido el “cuartelazo’’,
Fidel Castro no habría tenido las oportunidades que le brindó un
régimen que interrumpió un proceso constitucional, en el que hubieran
sido elegidos democráticamente cuatro presidentes de manera consecutiva.
Pero
Fidel Castro, que desde sus tiempos de pandillero contó con una pequeña
corte de incondicionales, nunca disfrutó de la confianza popular para
lograr una de las muchas posiciones electas a las que siempre aspiró.
Por
lo que es de suponer que recibió con agrado el golpe militar. Sus
muchos fracasos en las lides electorales le convencieron que era más
fácil luchar con las armas que participar en una contienda electoral en
la que el perdedor desaparecía sin gloria y el ganador, tenía que
someterse periódicamente a la voluntad popular.
Las nuevas
condiciones políticas del país fueron el caldo de cultivo para que
Castro se proyectara a dimensiones que ni sus asociados más íntimos eran
capaces de imaginar. Su ambición desmedida, un aguzado sentido de la
oportunidad, la audacia que le caracterizaba, una absoluta falta de
lealtad a los compromisos contraídos, su tenacidad y talento político,
maduraron y fortalecieron en la medida que demandó el liderazgo que él
mismo se impuso y que logró gracias a su naturaleza cruel y despiadada.
Evaluando
el ataque y la personalidad del individuo que lo gestó y condujo, se
puede concluir que fue una jugada arriesgada de todo ó nada, un escalón
en procura de una imagen de héroe que todo lo podía y todo vencía y a
quien la derrota solo servía como trampolín para otro combate.
Castro,
que se había fogueado entre gánsters, actuaba como “guapo de
pandilla’’, peleaba, corría riesgos pero estaba listo para salvar la
vida; su audacia era complementada con un aguzado sentido para cambiar
de bando en el momento oportuno, que nunca le falló en las traiciones
que le infligió a grupos como el MSR o a la UIR.
A pesar de que el
ataque al Moncada fue un rotundo fracaso por lo mal planeada y
organizada que estuvo la operación por quien después se autotitularía
Comandante en Jefe, y cuyos sus sicarios han gustado de presentar a
través de los años como un excepcional estratega militar, los
sobrevivientes del asalto han logrado imponer un régimen que ha llevado a
Cuba a la destrucción moral y material.
La crisis política que
padecía la nación fue la coyuntura ideal para que se estableciera una
dictadura carismática-ideológica, al extremo que sería irracional negar
que el 1ro. de enero de 1959 y los meses siguientes, fueron jornadas
luminosas para la mayoría de la población, mientras las minorías eran
victimizadas.
Pero el terror y sus consecuencias, el miedo y la
parálisis social, no tardaron en difundirse. El país se fue hundiendo
económicamente. Se escindieron amistades y familias. La miseria, la
cárcel, el exilio y la muerte, fueron derivaciones que afectaron a toda
la sociedad.
Sesenta años después del Moncada y a cincuenta y
cuatro del triunfo de la revolución, hay muy poco de lo que se pueda
enorgullecer el castrismo.
En la isla se ha establecido una
nomenclatura que ha disfrutado sin interrupción del poder absoluto, que
ha degradado tanto a la nación que el propio Raúl Castro, el otro
arquitecto de la dictadura, no tuvo otra alternativa que criticar
públicamente.
Raúl, el hermano de Fidel, el hombre que ponía más
argamasa en cada ladrillo sobre el que se sostiene la estructura del
totalitarismo, dijo: “Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más
de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores
morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el
decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”.
La
realidad es que la vagancia, la irresponsabilidad, la vulgarización del
lenguaje, las costumbres y la masificación exterminaron al ciudadano.
La corrupción, el abuso de poder y el cisma provocado por el sectarismo
moral e ideológico impulsado por el castrismo han alcanzado niveles
nunca imaginados.
El totalitarismo es el principal responsable de
la casi generalizada corrosión moral de la nación, en consecuencia no se
puede confiar que en un proceso de sucesión comandado por el dictador
designado pueda conducir al país a la libertad y la democracia.
No
hay cambios posibles bajo la férula de Raúl Castro, porque han
construido una sociedad que salvo excepciones, ha perdido las
esperanzas.
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