Sobre la prohibición de las drogas
Recientemente
el papa Francisco rechazó la liberalización del consumo de drogas.
Seguramente el papa, como muchos otros católicos y demás personas que
consideran nocivas e inmorales a las drogas sostienen una postura
similar porque consideran que la prohibición es la forma más efectiva de
reducir el consumo de drogas, volver más escasa su oferta y disminuir
el daño colateral ocasionado por ellas. Pero la guerra no logra ninguno
de estos propósitos y resulta contraproducente.
Una de las principales razones por las que la prohibición no logra lo
que se propone es que la demanda de las drogas es inelástica. Un
incremento en el precio debido a los esfuerzos adicionales que los
vendedores tienen que realizar para no ser capturados, no reduce la
demanda en una proporción equivalente. Por eso vemos que a pesar del
esfuerzo continuo por erradicar las drogas a nivel internacional, según
la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC) en su reporte
del 2012, “el volumen de consumo mundial de drogas ilícitas se mantuvo
estable durante cinco años hasta finales del 2010”.
Algunos pensarán que se hubiese disparado el consumo si se hubiese
despenalizado o legalizado el consumo, pero tampoco es cierto que eso
haya sucedido en países donde se ha liberalizado la política de drogas.
De hecho, varios estudios muestran que la prevalencia del consumo de
marihuana en Países Bajos –país que legalizó hace más de dos décadas el
consumo y venta en cafés regulados por el Estado pero mantiene
criminalizada la distribución y producción del cannabis– es similar a
aquella de EE.UU. y es incluso más baja si solo se compara la
prevalencia del consumo entre adolescentes jóvenes. Adicionalmente, hace
más de diez años Portugal despenalizó el consumo de todas las drogas y
no se ha cumplido la profecía de que se dispararía el consumo. Un
estudio de Glenn Greenwald concluye que el consumo de drogas en muchas
categorías ha disminuido en términos absolutos, incluyendo para grupos
demográficos importantes, como el de personas entre 15 y 19 años.
Finalmente, hay una gran diferencia entre despenalizar o legalizar
algo y promoverlo. Afortunadamente, en casi todos los países del mundo
se ha legalizado el adulterio, removiendo al Estado de un ámbito tan
íntimo de la vida de los individuos. Esto no significa que esas
sociedades promueven el adulterio, simplemente que no le corresponde al
Estado normar esa conducta, dado que para eso están las familias, el
culto o iglesia a la cual uno desee adherirse, las tradiciones en
determinada sociedad, etc. La Iglesia católica tiene todo el derecho de
sancionarlo moralmente desde su tribuna, así como también lo tiene cada
individuo, pero de hacer eso a pedir que el Estado lo criminalice hay un
largo trecho, del cual alegremente la Iglesia hace varios siglos se ha
venido apartando.
De igual forma, la Iglesia podría continuar desalentando el consumo
de las drogas en sociedades que tengan una política más liberal hacia
las drogas. Respaldar la legalización no es promover el consumo de las
drogas sino simplemente apoyar el fin de una guerra que ha ocasionado la
muerte en el fuego cruzado de decenas de miles de personas en América
Latina y que está corrompiendo funciones tan importantes del Estado como
lo son la Policía y las cortes de Justicia.
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