Héroes de papel
A-Rod es un misterio. No entiendo por qué Alex Rodríguez –uno de los
mejores y más ricos beisbolistas del mundo– puso en riesgo su carrera,
su fama, su dinero, su reputación, su legado y su historia personal por,
supuestamente, inyectarse sustancias prohibidas. ¿De verdad lo
necesitaba para ser un mejor jugador? ¿Por qué alguien tan poderoso
puede hacer algo tan tonto?
Las ligas mayores de béisbol de Estados
Unidos suspendieron a A-Rod por 211 juegos luego de acusarlo de
inyectarse esteroides en la clínica BioGenesis de Coral Gables, Florida.
La clínica ya cerró y Rodríguez apeló la suspensión. Pero la duda
queda.
Ya es imposible saber si los jonrones que metió A-Rod en
su notable carrera (con los Marineros de Seattle, los Rangers de Texas y
ahora con los Yankees de Nueva York) fueron reales o simplemente
fabricados con la ayuda de una jeringa. Tan difícil de saber cómo
cuántos tours de Francia ganó el ciclista Lance Armstrong sin
transfusiones de sangre y estimulantes ilegales.
¿Por qué lo hizo
Rodríguez? No creo que sea por dinero. Ya cobró más de la mitad de los
275 millones de dólares del contrato por 10 años que firmó en el 2007.
Aun si su suspensión culminara en su retiro del béisbol profesional, a
A-Rod nunca le harán falta viajes en jet privado, casas ni corbatas.
A-Rod,
quizás, lo hizo porque pensó que esa era la única manera de salir
adelante. Y no está solo. Los 13 jugadores suspendidos la semana pasada
son, todos, latinoamericanos o hispanos. De ese mismo grupo, nueve son
dominicanos o de origen dominicano. (A-Rod nació en Nueva York de padres
de República Dominicana.)
Hay más. Desde que las ligas mayores
prohibieron en el 2004 el uso de estimulantes y hormonas, 36 de los 67
jugadores que han sido suspendidos son latinos o latinoamericanos, según
el cálculo que hizo el diario The Miami Herald. Los hispanos o de
origen latinoamericano fueron el 27 por ciento de todos los jugadores en
las grandes ligas en la temporada del 2012, de acuerdo con el Instituto
Tides, pero son más de la mitad de todos los suspendidos por inyectarse
drogas ilegales.
¿De verdad los beisbolistas latinos se drogan
más que los que no son hispanos? Los números no mienten. Sería tentador
(y falso) decir que las investigaciones médicas se han centrado
injustamente en jugadores latinos y que, por lo tanto, han sido
identificados y acusados solo por su color de piel. La realidad es que
se ha investigado a todo tipo de jugadores y los nuestros no salieron
bien parados.
Es mucho más honesto decir que nuestros jugadores
ven al béisbol como una manera de salir de la pobreza y que sufren
presiones desproporcionadas –de agentes, anunciantes, clubes, familiares
y extorsionistas– para superar sus récords y rendimiento deportivo y,
al mismo tiempo, aumentar sus cuentas de banco y las de todos los que
los rodean. Reafirma, también, su convicción de sobresalir y buscar el
reconocimiento cueste lo que cueste. Es una cultura que tolera la trampa
y en que se vale cualquier cosa con tal de salir adelante. Eso no
justifica su conducta pero la explica.
No hay nada más
angustiante para un deportista que ya no es pobre ni anónimo que la
posibilidad de regresar humillado, e incapacitado física y
económicamente, al lugar donde salió. Esa es su peor pesadilla. Es, como
dicen en México, regresar con la cola entre las patas.
Si A-Rod
nunca hubiera utilizado sustancias prohibidas, como se le acusa, ¿podría
haber logrado la adulación, los récords y la riqueza que tiene
actualmente? Nunca lo sabremos. Pero su gran temor es regresar a ser
simplemente Alexander Emmanuel Rodríguez de Washington Heights en Nueva
York y no la estrella que, antes de este escándalo, muchos admiraban.
El
problema no es solo A-Rod sino, también, los miles de jóvenes latinos
que lo han idealizado. A-Rod, con sus sorprendentes hazañas deportivas
como bateador, short stop y tercera base, le hizo creer a muchos que el
béisbol era la manera más rápida y fácil de salir de la pobreza y
encontrar la fama. Y eso es falso. Hoy sabemos que, aunque no hay
garantías, la universidad es el camino más directo a una vida buena y
digna.
Ser héroe ya no es lo que era antes. Los héroes de mis
libros de texto cambiaron países y dieron la vida por su gente; igual
Benito Juárez y Simón Bolívar que Nelson Mandela y el Dalai Lama. Pero
ahora, en la cultura de la satisfacción inmediata, hemos improvisado
como héroes a beisbolistas, ciclistas, golfistas, cantantes, actores,
soldados, policías y personajes de la televisión que están muy lejos de
ser un ejemplo a seguir.
Me pregunto si A-Rod celebraba
interiormente sus jonrones con la misma intensidad con que sus fanáticos
lo hacían. ¿Se sentiría culpable al llegar a su casa o, por el
contrario, satisfecho de que el truco funcionó?
Los héroes que
escogemos nos definen. De alguna manera indican hacia dónde queremos ir y
qué aspiramos. Así, la caída de A-Rod es tanto su culpa como la
nuestra. Eso nos pasa por escoger a héroes de papel.
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