El otoño en Moscú
Barack Obama le ha dado calabazas a Vladimir Putin. La Casa Blanca ha
anunciado que, contrario a lo previsto, el Presidente no se reunirá con
su homólogo ruso este otoño. Y es que a las crecientes diferencias en
las relaciones bilaterales, que incluyen desde defensa a tratados
comerciales, se añade la presencia en Moscú del “filtrador” Edward
Snowden, donde se le concedió asilo temporal tras asociarse con
Wikileaks para diseminar información de espionaje de la Agencia Nacional
de Seguridad.
A primera vista el mayor escollo que ahora separa a los Estados Unidos de Rusia es el affaire Snowden, pero uno quisiera creer (por aquello de que los principios a veces se imponen a la Realpolitik)
que lo que verdaderamente le resulta incómodo a Obama es el cada vez
más vergonzante récord de Putin en lo referente a derechos humanos y
libertades civiles. De hecho, no ocultó su desagrado la semana pasada,
cuando en el programa de Jay Leno dijo que no tiene “paciencia” con
gobiernos que intimidan y persiguen a minorías como los gays y transexuales.
Lo
cierto es que sería penoso tenderle la mano al líder ruso en un momento
en el que las voces disidentes corren peligro de acabar en la cárcel,
tal y cómo les ha sucedido a algunas de las integrantes del grupo punk
Pussy Riot, y cuando han aprobado leyes que son una auténtica caza de
brujas contra los gays y lesbianas. Leyes
que han sido impulsadas por el propio Putin, quien al fin y al cabo en
el pasado fue un oficial de la KGB y hoy en día no se avergüenza de
posar exhibiendo sus musculosos pectorales, como una suerte de Madel Man
aquejado de exceso de testosterona.
En la Rusia de hoy, donde se supone que atrás quedaron los gulags
y las desventuras políticas de los Ivan Denisovich que le valieron un
Nobel de Literatura a Solchenitsyn, los homosexuales pueden ser
castigados si despliegan muestras de afecto en público; los extranjeros
que vienen de países donde es legal el matrimonio entre personas del
mismo sexo no pueden adoptar huérfanos rusos; de cara a las Olimpiadas
de Invierno de 2014, el gobierno ha advertido que estas leyes medievales
se aplicarían a atletas y turistas abiertamente gays que osen asomarse al evento deportivo.
Coincidiendo
con el anuncio de la Casa Blanca, se publicó la noticia de que grupos
rusos neonazis han colocado en las redes sociales vídeos en los que
aparecen vejando a un joven supuestamente gay.
Hoy resulta chocante la era Putin, alejándose a años luz del proyecto
de una transición que se esforzó en dejar atrás décadas de totalitarismo
comunista. Entonces, es inevitable preguntarse qué gana Obama
reuniéndose con un jefe de Estado que presume abiertamente de despreciar
la dignidad de los individuos.
Es verdad que las últimas
Olimpiadas se celebraron en otro país, China, donde los opositores
también se pudren en celdas y al mundo, incluido Estados Unidos, le
importó poco si aquel extravagante espectáculo ocultaba la podredumbre
de un régimen opresivo. Pero al menos ahora la tensión que ha provocado
el caso de Snowden puede servirle a Obama de coartada para no tener que
regalarle una sonrisa a quién sólo despierta una mueca de desagrado.
La
gran ironía de este último desencuentro entre las dos potencias es que
el “filtrador” estadounidense se ha refugiado en los brazos de un
enemigo de la libertad y la transparencia. Por mucho que los admiradores
de este whislteblower se empeñen en
mostrarlo como un “mártir”, Washington sabe que se ha aliado con un
gobierno al que los grupos pro-derechos humanos denuncian por los
atropellos que comete.
Este otoño Obama no abrazará a Putin y
Edward Snowden verá las hojas caer en Moscú. Esperemos que no acabe
siendo la mascota de las Olimpiadas de 2014. Más que una ironía sería
una burla.
© FIRMAS PRESS
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