Argentina: El clientelismo del Sur
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El País, Madrid
En la España de la Restauración, el fraude electoral era tal que
hasta los muertos —literalmente— votaban. Analfabetos en vida llenaban
sus boletas con letra prolija luego de muertos; usualmente apoyaban al
Partido Conservador, pero también al Liberal. Los comités formados para
fiscalizar los resultados solían dejar el número de votos final en
blanco, para que los gobernadores pudiesen insertar la cantidad que les
convenía a su gusto. Incluso algunos periódicos llegaron a publicar los
resultados electorales antes de que se celebraran las elecciones.
Lo que no era fraude era clientelismo —un término que surgió en la
Roma antigua y que en nuestro tiempo se refiere a la “compra” de votos
de una u otra manera—. Hoy España es diferente. Pero al margen de los
métodos más obscenos, muchas de estas prácticas transaccionales todavía
dañan la democracia en América Latina.
Este domingo se celebraron en Argentina las PASO —primarias abiertas,
simultáneas y obligatorias—. Cuando las crearon, el Gobierno de los
Kirchner presentó la idea de primarias como una reforma para revitalizar
la política local. Pero aparte de servir como una encuesta obligada
antes de las elecciones el 27 de octubre, las del domingo fueron casi
inútiles.
Solo algunos partidos utilizaron las PASO para elegir candidatos. La
gran mayoría —incluido el oficialismo kirchnerista y los principales
referentes de la oposición— habían elegido ya sus candidatos a dedo.
Las primarias son un ejercicio necesario cuando existen estructuras
partidarias fuertes, pero lo que queda del bipartidismo en Argentina
todavía no se ha recuperado de la profunda crisis de 2001. En medio de
una recesión que terminó convirtiéndose en una suspensión de pagos, la
Alianza del entonces presidente implosionó sin que se revitalizara la
Unión Cívica Radical, antagonista histórico del peronismo que hoy solo
le hace frente a nivel regional.
El kircherismo ya no centraliza al peronismo como lo hacía hace cinco
años. Y las listas “peronistas” se multiplican. La oposición está lejos
de estar unificada. Esto creará un problema para promover una verdadera
alternativa en las presidenciales del 2015, ni que hablar en octubre.
El domingo fue una derrota para el Gobierno, pero solo una parcial. Es muy prematuro hablar del “fin de una era”.
Para unas primarias casi inútiles, el kirchnerismo no dejó de
utilizar el poder del Estado para promover a sus candidatos. Las usuales
“cadenas nacionales” \[los mensajes del Gobierno de transmisión
obligatoria en radios y televisión\] de la presidenta ya tienen un nuevo
personaje: Martín Insaurralde, el candidato oficialista en la provincia
de Buenos Aires, donde se pelean el 38% de los votos del país.
La verdadera campaña comenzó ayer —y el Gobierno solo profundizará su
estrategia—. Insaurralde y otros candidatos oficialistas aparecerán con
la presidenta. Y se puede esperar una continuación de la ola de buenas
noticias: crecimiento tan alto que parece tan irrisorio como las
estadísticas oficiales de la inflación, una sospechosa y sorpresiva
caída del desempleo, apertura de fábricas, y muchas obras públicas
mágicamente planeadas en las zonas electorales más disputadas.
No bastó inventar romances entre Insaurralde y famosas modelos
locales o llevarlo a ver al Papa en Brasil con la comitiva presidencial.
Los 75 días que quedan de campaña son una eternidad política en
Argentina. Kirchner hará más, nunca menos.
Este es el clientelismo moderno: la implícita transacción de votos en
dádivas, obras, y subsidios promovidos desde el Estado mientras se usan
las instituciones para el proselitismo propio. Al Gobierno poco le
importó el uso de recursos oficiales para viajes o anuncios en las
primarias. Menos le importará ahora.
La historia del peronismo sugiere que los herederos políticos nunca
respetan a sus padres, así que el plan kirchnerista es no buscarlos. Los
ataques contra la libertad de prensa, la independencia judicial, la
propiedad privada y hasta la independencia estadística sugieren que, en
la teleología kirchnerista, las instituciones son maleables ante la
“santidad” de un proyecto político.
Es por eso por lo que, como ya anunciara la misma presidenta, este
Gobierno “va por todo”. En vez de promover cambios, los fieles el
domingo prometían “profundizar el modelo”. Hoy la reforma constitucional
que desean para “la Cristina eterna” parece lejana. Pero creer que un
Gobierno como el argentino podría dejar que los resultados electorales
cambien sus objetivos es confundir la esperanza con la realidad.
El error filosófico del autoritarismo —y de la lógica que perpetúa al
clientelismo— es creer que una persona o un ideal está por encima de
las estructuras republicanas. Quizá los que lograban la alquimia de que
los muertos votasen pensaban que protegían a España. Pero lo único que
lograban era quitar legitimidad a un Estado políticamente débil,
socialmente fragmentado y económicamente atrasado.
Eran la propia enfermedad de la que proponían ser la cura. Que el
principio del siglo XXI en Argentina no sea como el principio del siglo
XX en España.
Pierpaolo Barbieri es fellow de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro Hitler’s shadow empire será publicado por Harvard University Press este año. Su próximo proyecto se centra en la historia económica de América Latina.
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