El desafío paraguayo
El País, Madrid
Enclavado en el corazón de la América del Sur, adonde llegó un día de
1542 Álvar Núñez Cabeza de Vaca, después de cinco meses en que recorrió
a pie la selva y los ríos que separaban Santa Catalina de Asunción,
descubriendo para la mirada europea las espectaculares cataratas del
Iguazú, Paraguay vive hoy otro particular periodo de su historia. Esta
nos habla de largos autoritarismos: el inicial, en la independencia, del
supremo Gaspar Rodríguez de Francia (el Robespierre paraguayo), los dos
López, Carlos Antonio y Francisco Solano, y el general Alfredo
Stroessner, que gobernó desde 1959 hasta 1989. Ese largo trayecto
autoritario incluye la admirable aventura jesuística de construir un
verdadero Estado comunitario con los indígenas cristianados (1604-1767)
hasta el trauma de la más sangrienta guerra que vivió el continente
sudamericano y que enfrentó al Paraguay con Brasil, Argentina y Uruguay,
entre 1865 y 1870. Su resultado fue una destrucción de la que le costó
medio siglo recuperarse.
Todo ese pasado de enfrentamientos y personalismos todavía deja
huellas en la vida política. Sin ir más lejos, el año pasado, un juicio
político derribó al presidente Fernando Lugo, un antiguo obispo que
llegó por medio de una coalición ocasional y vivió acosado por las
denuncias de hijos naturales de sus tiempos de sacerdocio. Cayó bajo una
abrumadora avalancha parlamentaria que reveló su total aislamiento
político. Apresurado o no, desde el ángulo político, todo ocurrió dentro
de las formas constitucionales, pero el Mercosur resolvió
arbitrariamente suspender a Paraguay y, en el mismo acto, incorporar a
Venezuela, país que no había sido aceptado, justamente, por el
Parlamento guaraní. Realizada en abril una elección libre, se levanta
ahora la suspensión, pero adjudicando la presidencia del Mercosur a
Venezuela, con lo que el nuevo Gobierno paraguayo —que se instala hoy—
se siente agraviado, por tratarse de un Estado cuyo ingreso es irregular
y que nunca él había aceptado como socio.
Más allá de estas peripecias, el hecho es que hoy el Paraguay moderno
está creciendo a fuerte ritmo (la CEPAL espera este año un 12,5%) y su
exportación de carne ya es mayor que la de la Argentina. La ganadería,
la soja, el turismo, la energía y la construcción reciben en este
momento grandes inversiones y un clima internacionalmente favorable le
asegura una optimista previsión. El aflojamiento de los precios
internacionales, que ya se advierte, no es traumático; todo hace pensar
que el país mantendrá los flujos comerciales necesarios para adelantar
el proceso de modernización que necesita.
El nuevo presidente, Horacio Cartes, es un exitoso empresario que
llega representando al coloradismo (Asociación Nacional Republicana es
su nombre oficial), la vieja colectividad en cuyo nombre gobernaron
Stroessner y los cuatro presidentes que le siguieron, hasta Lugo,
justamente, que ascendió de la mano del otro partido histórico, el
Liberal. Hay quienes observan la situación como un retorno del viejo
partido autoritario. Los hechos, sin embargo, lo desmienten, porque la
propia caída de Stroessner se provocó desde adentro del partido y todos
los que le sucedieron, aun el general Andrés Rodríguez, que derrocó al
viejo dictador, se mantuvieron dentro del carril democrático. Hoy el
coloradismo llega con un hombre que no es de la estructura política, que
viene del mundo privado y que tampoco pudo beneficiarse electoralmente
de las estructuras clientelistas de viejos tiempos. Es otro partido y
son otros elencos.
El mayor desafío del nuevo presidente es preservar la estabilidad
política y aprovechar la oleada de inversiones extranjeras para mejorar
las infraestructuras, modernizar el Estado sin recargar su burocracia,
introducir innovación tecnológica en su producción y, muy especialmente,
volcar un gran esfuerzo en la educación. La cobertura ha aumentado en
todos los niveles del sistema, pero el hecho es que la mitad de los
jóvenes no termina la secundaria y los niveles de rendimiento escolar
son muy bajos. Como todo el resto de América Latina, en ese escenario se
juega el desarrollo de mediano plazo. La competencia en un mundo
globalizado requiere, aun en el medio rural, gente más capacitada. No se
trata simplemente de invertir más, sino de organizarse para obtener
mejores rendimientos.
El nuevo Gobierno tiene una enorme oportunidad. El presidente electo
ha demostrado habilidad para consolidar su mayoría parlamentaria. Si
logra administrar con paciencia ese capital y poner el acento en los
factores de modernización del país, sin enredarse en las demandas
electorales que ya le vendrán, puede pasar a la historia. Se trata, nada
más ni nada menos, de que la política no descarrile la economía.
Julio María Sanguinetti, abogado y periodista, fue presidente de Uruguay (1985-1990 y 1994-2000).
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