El dilema sirio

El ejército sirio exterminó a centenares de sus
ciudadanos como si fueran cucarachas. Muchos de ellos eran niños.
Prácticamente todos eran civiles indefensos. La crueldad de ese gobierno
no tiene límites. Los muertos ya exceden de cien mil.
Una de las
hipótesis es que los generales de Assad utilizaron gas sarín para
aterrorizar a sus adversarios. Ese compuesto comenzó como un devastador
insecticida. Cuando los alemanes, en 1939, al año de haberlo
descubierto, se percataron de que era 500 veces más poderoso que el
cianuro, se apresuraron a convertirlo en un arma de guerra. En esa época
el señor Hitler estaba más interesado en matar personas que insectos.
Eventualmente,
todas las potencias lo fabricaron, pero en la década de los setenta
decidieron prohibirlo. Sus efectos eran demasiado horripilantes. Mataba
por asfixia en medio de crecientes dolores y el descontrol total de las
funciones vitales. Las gentes morían convulsionadas, dando gritos y
encharcadas en su orina y excremento.
Por eso, hace exactamente un
año, el presidente Obama declaró que el uso de armas químicas, como el
sarín, era la frontera de las atrocidades permitidas. A partir de ese
punto, amenazó, Estados Unidos tomaría represalias directas contra el
régimen de Assad.
Pero tal vez no haya sido gas sarín. Algunos
expertos opinan que la muerte de estas víctimas se debió a una alta
concentración de otros gases letales utilizados contra personas que
estaban encerradas. Pudiera ser. No es un consuelo, pero acaso es un
amable detalle que te asesinen con un gas permitido en vez de que
recurran a otro que ha sido proscrito.
El horror es tanto que el
canciller francés Laurent Fabius quiere entrar en combate para desalojar
del poder a Assad y a su gobierno de criminales. Es la misma reacción
de Sarkozy cuando se produjo el conflicto en Libia. Fueron los
franceses, aliados de los ingleses, quienes alentaron la operación de la
OTAN que terminó con el régimen (y con la vida) de Gadafi.
Francia
es un país curioso. Hace un siglo dejó de ser potencia, pero conserva
sus reflejos imperiales y actúa decididamente en lo que fue su zona de
influencia. Los paracaidistas franceses han puesto orden (o algo
parecido) en Gabón, Chad, Zaire, Costa de Marfil, República
Centroafricana y en Mali. Es el gendarme africano.
París no manda
los paracaidistas a Siria porque no es África. Es un hueso demasiado
duro de roer. Sin embargo, es difícil que el presidente François
Hollande se cruce de brazos. Siria y el Líbano, al fin y al cabo, fueron
inventos franceses construidos con los escombros del Imperio Otomano
tras el fin de la Primera Guerra.
¿Qué puede hacerse frente a los
truhanes del gobierno sirio? Ya se sabe que Assad y sus secuaces son
terribles, pero una parte de la oposición no le va a la zaga. No hay
garantía de que quienes hereden el poder en Siria no basculen hacia
alguna forma de fundamentalismo, incluido el manicomio de Al Qaeda.
Como
no hay ninguna opción buena, habrá que elegir la que parece menos mala:
salir del régimen de Bashar al-Assad y arriesgarse a explorar la
posibilidad de contribuir a instalar en Siria un gobierno del que se
esperarían al menos los cinco objetivos primarios que me enumeró un
experto en la región que prefiere el anonimato para que no lo expulsen
de su cargo en la ONU:
1. Que no asesine y torture a sus ciudadanos, renunciando a las incomprensibles matanzas entre chiíes y suníes.
2. Que rompa su alianza con Irán.
3. Que abandone sus lazos con Hezbolá, una organización justamente calificada como terrorista.
4. Que respete la soberanía del Líbano.
5. Que haga las paces con Israel y admita el derecho a existir que tiene ese país.
¿Cómo
ganar esa guerra? Esto es lo que me dijo el diplomático: “Ayudando
abundantemente a la oposición siria con armas y pertrechos canalizados
por medio de los franceses y pagados por los saudíes. Nadie es tan
ingenuo de esperar que se establezca en el país una democracia
respetuosa de los derechos civiles. A estas alturas, el mundo se
conformaría con que se detuviera la carnicería”. Tal vez tenga razón.
El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela Otra vez adiós.
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