El despertar político de la clase media
Los disturbios masivos que sacudieron a Brasil y otros países
suramericanos en junio de este año cogieron al mundo por sorpresa por lo
poderosos y extensos que fueron, porque sus militantes no eran
proletarios sino de clase media, porque se armaron contra un gobierno
que siempre ha pretendido estar del lado de los que arman las protestas y
no del de los que las reciben, y por los tres temas que eventualmente
emergieron de ellas.
Uno era el exceso de inversión en el
fútbol. Otro era la grotesca ineficiencia de los servicios públicos.
El tercero era la corrupción. El factor que unificaba estos tres temas
era la rebeldía del que ha aguantado por mucho tiempo y decide de pronto
que no debe ni puede aguantar más el grotesco populismo de politicones
de barriada. Este nuevo factor está cambiando el panorama político de
Brasil, no en términos de quién puede o no ganar las siguientes
elecciones, sino en los de definir cuáles son las prioridades que los
políticos tienen que tener. Ha sido un llamado de atención a todos los
políticos, no sólo a los que están en el poder.
La más dicente
fue la protesta contra la excesiva inversión en fútbol. El mensaje fue
clarísimo. No es que a los brasileños ya no les guste el fútbol. Fue
"Ya no nos pueden seguir dando circo para distraernos y que no veamos la
corrupción y la negligencia en el manejo del gobierno". Más
ampliamente, la demanda decía que los ciudadanos ya no están para que se
les maneje como hatos de ganado.
Hay muchos precedentes
históricos para este tipo de incendios espontáneos. Todos ellos han
tenido significativos efectos en la política de los países. Y en todos
ellos ha habido la misma afirmación del nuevo poder de unas crecientes
clases medias, los disturbios que llevaron a la reforma electoral de
1832 en Inglaterra, que amplió el voto a grandes sectores de la clase
media; los grandes conflictos de 1848 que sacudieron a toda Europa y
resultaron en el derrocamiento de varios monarcas, entre ellos Luis
Felipe, Rey de los franceses, y avanzaron la causa del
constitucionalismo; la gran agitación que desestabilizó a Europa en 1968
y modernizó muchos gobiernos, y la primavera árabe, que aunque todavía
volátil, ha cambiado los términos en los que se desarrolla la política
en el Medio Oriente.
Estos y otros casos muestran que los que
cambian los países y los ponen en el camino del desarrollo no son los
proletarios, sino las clases medias, que siendo más educadas y solventes
económicamente, pueden actuar con más independencia y criterio en su
demanda por el poder. El desarrollo económico y democrático sostenible
comienza cuando la clase media se vuelve la mayoría.
América
Latina está en esa etapa histórica. En las últimas décadas, nuestros
países han pasado de tener una mayoría de pobres, fácilmente oprimibles y
engañables con populismo barato, a una mayoría de clase media que está
comenzando a demandar gobiernos responsables.
Nuestra clase
media, que ya es 69 por ciento de la población (igual al promedio de
Latinoamérica, ver artículo de ayer en la columna de Observadores en
este mismo periódico), todavía es muy tímida, quizás por el impacto
sicológico de la guerra, y por la idea generalizada de que la calle es
del FMLN. Esto es lo que ha permitido que los gobiernos se abandonen
progresivamente al populismo, y que no hagan ni siquiera el intento de
resolver los graves problemas del país. Esto, sin embargo, no va a
durar. Eventualmente la gente se va a hartar, como se hartaron los
brasileños, y los europeos antes que ellos, y van a comenzar un proceso
en el cual van a apartar a los políticos populistas y corruptos, y van a
buscar manejar las instituciones como debe ser, dando servicios
eficientes como contrapartida de los impuestos-desarrollando al fin esta
sociedad. Los partidos políticos que no realicen esto no van a
sobrevivir como fuerzas importantes.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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