Ganadores y perdedores en Siria
Todo puede cambiar súbitamente. La capacidad del
bicho humano para agravar los problemas es casi infinita. También, de
vez en cuando, consigue aliviarlos. Sin embargo, cuando escribo esta
crónica las percepciones actuales del conflicto sirio permiten forjar
una lista provisional de “ganadores” y “perdedores”.
Advierto que el
juicio de la posteridad puede ser diferente. Harry Truman salió de la
presidencia americana con un enorme rechazo y hoy se le tiene,
justamente, como un gran presidente. Sin su firmeza, probablemente
Estados Unidos no hubiera ganado la Guerra Fría muchos años después de
terminado su mandato. Creyó en la estrategia de la contención y cavó las
trincheras que permitieron resistir el espasmo imperial de los
soviéticos.
Veamos la breve lista.
Pierde Barack Obama. No
castigó a los sirios cuando el dictador Bashar El Assad cruzó la “línea
roja” que el mismo presidente había trazado. Asad –si lo que afirma la
Casa Blanca es cierto, y tiene toda la pinta de serlo– utilizó armas
químicas en la guerra civil que sufre el país, Obama debió actuar. Es
verdad que la mayoría de la sociedad norteamericana no quiere participar
en ese conflicto, pero también es cierto que las vacilaciones de la
Casa Blanca y el neoaislacionismo que se advierte en el país,
especialmente entre los republicanos (muy parecido al que siguió a la
Primera Guerra mundial) va a estimular el aventurerismo de naciones como
Irán, Corea del Norte, Venezuela y la siempre temeraria Cuba, como
demuestra el clandestino embarque de armas y aviones de guerra
procedentes de la Isla detenido recientemente en Panamá a bordo de un
buque norcoreano.
Gana Vladimir Putin. Si su fórmula tiene éxito y
los sirios entregan el arsenal químico a cambio de impunidad y de
atarle las manos a Washington, el presidente de la Federación Rusa
aparecerá ante la opinión pública como un estadista constructivo e
ingenioso, comprometido con la paz. Su ataque a Georgia en el 2008 no
será tomado en cuenta. Tampoco su mano dura durante la Segunda Guerra
chechena a poco de estrenarse como Primer Ministro del gobierno de
Yeltsin. De alguna manera, Putin no sólo salva a Assad de una
confrontación con Obama, sino también salva a Obama de un enfrentamiento
que no desea. Mágicamente, el duro ex miembro de la KGB, un halcón
feroz de garras afiladas, se convierte en una dulce paloma.
Pierde
la oposición siria. El Consejo Nacional Sirio (una compleja coalición
política y religiosa) y el Ejército Libre de Siria (unas precarias
aunque muy valientes fuerzas armadas variopintas), han perdido su ímpetu
arrollador. Moscú y Damasco, hábil y pérfidamente, han logrado sembrar
dudas sobre quién, realmente, lanzó la primera piedra química cargada de
gas sarín. Tampoco ayuda la toma de Malula, un pueblo cristiano cercano
a Damasco, ocupado por la banda fanática de Al Nosra, brazo armado de
Al Qaeda en Siria, un pequeño grupo de gente rabiosa e intolerante que
genera una gran inquietud internacional suscitando una terrible
pregunta: ¿vale la pena desplazar del poder a unos asesinos conocidos
para sustituirlos por otros asesinos acaso peores?
Ganan Bashar El
Assad y su gobierno. El presidente sirio, por medio de entrevistas en
la gran prensa norteamericana, ha proyectado una imagen de persona
moderada y sensata, recordando que su padre, Hafez El-Assad, fue aliado
de Estados Unidos en la Guerra del Golfo. El Partido Baath (algo así
como resurrección), el de su gobierno, es nacionalista, panarabista y
estatista, con una gran presencia militar y una legendaria tendencia a
la corrupción y a la violación de los derechos humanos, pero no tiene
fervores religiosos y comparte con Occidente el rechazo a Al Qaeda.
Assad lo vende como “los menos malos”.
Pierden Israel y Líbano.
Israel, porque corre el riesgo de ser arrastrado a un conflicto en el
que nada tiene que ganar. Lo que a Jerusalén le conviene es un Medio
Oriente en calma. El Líbano, porque los terroristas de Hezbolá,
afincados en el país, aliados de Irán, ante la parálisis de Occidente
pueden animarse a lanzar una ofensiva final contra el débil gobierno de
Beirut.
En fin. La buena noticia es que este panorama puede cambiar en unos días. La mala, es que puede tornarse aún peor.
El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela Otra vez adiós.
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