Maduro y sus prejuicios trogloditas
Henrique Capriles se ha presentado en el Miami
Dade College para hablarles a los asistentes sobre el difícil panorama
político que se vive en Venezuela. Le basta como carta de presentación
ser el principal líder opositor en su país natal, donde estuvo muy cerca
de arrebatarle el triunfo electoral a Nicolás Maduro en unas elecciones
generales cuyos resultados todavía hoy quedan en entredicho.
No
obstante, en los últimos tiempos el candidato de Primero Justicia y
actual gobernador de Miranda se ha tenido que defender de la campaña con
la que el presidente Maduro pretende desacreditarlo, proclamando su
supuesta homosexualidad porque no se ha casado ni se le conoce novia.
Campaña que consiste en lanzar sonoras groserías en el parlamento, como
si se tratara de una pandilla de matones empeñada en amedrentar al
vecindario.
Lo lamentable es que el aparente demérito no surge por
motivos que bien pudieran indignar a los ciudadanos si se estuviera
hablando de corruptelas, fraude o malversaciones. Verdaderos delitos, de
los que, por cierto, era sospechoso el desaparecido Hugo Chávez y ahora
su sucesor, Maduro. O si hubiera pruebas de que Capriles viola los
derechos humanos y recorta las libertades civiles, faltas que comete el
actual gobierno al perseguir a la oposición, controlar los medios y
establecer un modelo de vigilancia ciudadana copiado de la dictadura
castrista.
Entonces si Capriles cuenta con el apoyo de la mitad de
los venezolanos y con el reconocimiento internacional de los gobiernos e
instituciones que lo reciben, ¿qué sentido tiene que en pleno siglo XXI
el partido en el poder lo apunte con su dedo acusador como si estuviera
sentando en el banquillo a un criminal o a un ser despreciable por la
suposición de que pudiera no ser heterosexual?
Con infinita
paciencia y resignación Henrique Capriles le ha quitado importancia a
este acto de repudio homófobo, y a los medios que le han preguntado
acerca de su orientación sexual les ha dicho que si fuera homosexual
sencillamente lo diría. Por otro lado, ha sentido la necesidad de
aclarar que si no se ha casado es porque está entregado en cuerpo y alma
a la política y no podría dedicarle a una mujer el tiempo que se
merece.
Lo cierto es que a estas alturas, con políticos y
personalidades relevantes abiertamente gays e incluso casados con
parejas del mismo sexo, resulta patético que un gobierno, el que sea,
desate una caza de brujas más propia del Medievo que de la era del
triunfo de la metrosexualidad. Hoy está de
más que una figura pública se vea en la obligación de aclarar los
motivos que la han llevado a no tener pareja, con el objeto de disipar
cualquier duda sobre sus preferencias sexuales.
Es evidente que
Maduro tiene una mentalidad vetusta y sufre de un machismo trasnochado.
Sólo el presidente ruso Vladimir Putin (abanderado de los machos alfa)
lo supera, con la imposición de leyes anti-gay que criminalizan a
homosexuales y lesbianas y despiertan el fantasma de los pogromos. Tal
para cual.
En un mundo en el que la revolución sexual ya se
estudia en los libros de texto y la lucha por los derechos civiles ha
conseguido que en muchas partes se aprobara el matrimonio gay, a nadie
debe importarle si Capriles es o no heterosexual o si tiene intención
alguna de pasar por la vicaría con una señora. Son datos anecdóticos
para las revistas del corazón.
Lo que verdaderamente debe
interesarles a los venezolanos es si sería capaz de sacar al país del
caos en el que está sumido desde que se enquistó el proyecto chavista.
El
problema de Nicolás Maduro no es que le gusten las mujeres y sea un
heterosexual declarado con pelo en el pecho, sino que sus dotes de
gobernante dejan mucho que desear. Agitar prejuicios trogloditas es otra
cortina de humo.
© Firmas Press
- 23 de enero, 2009
- 23 de julio, 2015
- 29 de febrero, 2016
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