Cuba: Los de enfrente
Por Camilo Loret de Mola
La propaganda oficial no escatima epítetos para
presentar constantemente a Carlos Alberto Montaner como un importante
miembro de "la mafia cubana de Miami", alguien con un pasado violento
—terrorista— y un presente dedicado por entero a perjudicar los
intereses de los cubanos de la isla.
Sin embargo, sorprende que, a pesar de este esfuerzo,
muchos de los artistas e intelectuales que residen en Cuba, junto a
varios funcionarios oficiales, busquen encuentros con Montaner durante
sus viajes al exterior.
Algunas de estas reuniones han trascendido
públicamente; otras se han manejado con discreción por temor a
represalias contra quienes han de regresar a la Isla.
Montaner no maneja ningún lobby de influencias
gubernamentales, ni se encuentra dedicado a una labor de proselitismo y
zapa para promover la deserción de los cubanos que visitan otros países.
Prueba de esto es que ninguna de las personalidades que han mantenido
encuentros informales con él ha terminado rompiendo sus vínculos con
Cuba o cambiando sus posiciones políticas.
Son más bien reuniones con un "amable enemigo" para
conocer el otro lado del problema cubano, o para contarle y hasta
defender con pasión sus puntos de vista.
Ningún testimonio es mejor que el de propio Montaner para tratar de identificar la causa de esta preferencia.
¿No temes perjudicar, si los mencionas, a los artistas o intelectuales que se han reunido contigo a lo largo de los años?
Por el contrario. Los intelectuales y artistas
cubanos de la Isla deben terminar con el miedo que trata de infundirles
el Gobierno. Por dignidad, deben negarse tajantemente a continuar
haciendo informes sobre las conversaciones que mantienen cuando salen al
extranjero. Tienen que recuperar el control de sus afectos sin
interferencia de los comisarios. La manera de ayudarlos a vencer el
miedo es revelando esos contactos, en los que jamás ha habido
conspiraciones ni nada ilegal, para que proclamen su derecho a tratar a
quien les dé la gana.
¿Por qué tienen que ocultar que se han reunido a
conversar con una persona que acaso tenga un punto de vista diferente al
oficial? El reciente incidente de Robertico Cascassés, la reacción de Silvio Rodríguez y, sobre todo, la de su hija, la actriz Violeta Rodríguez, demuestran, otra vez, que los artistas cubanos, y toda la intelligentsia,
están hasta el gorro de que el Gobierno les diga lo que tienen que
pensar o decir. Después de más de medio siglo de ignominia es hora de
que estos adultos, generalmente bien formados, proclamen su derecho a
hablar con quien les plazca y a tener las ideas que libremente escojan.
¿Por qué crees que te identifican como un oportuno embajador del lado del exilio?
Me imagino que el propósito es que nadie se me
acerque. ¿Por qué? Supongo que al núcleo estalinista cercano al poder le
molesta lo que escribo o lo temen. Por eso han desatado una sórdida
campaña en mi contra dentro de la modalidad llamada "asesinato de la
reputación". He participado en un libro que denuncia esas "medidas
activas" del aparato. Se llama El otro paredón. Me
acusan de "terrorista", una estúpida falsedad que desmiente todo el que
me conoce. Yo odio la violencia y especialmente el terrorismo, y ésa es
una de las razones por las que detesto a un gobierno que lleva más de
medio siglo dedicado a esos menesteres siniestros.
La otra acusación es de "agente de la CIA", mentira
que es, además, imposible, puesto que, desde hace décadas, de acuerdo
con la legislación norteamericana, y eso es muy serio en Estados Unidos,
ningún periodista que trabaje en medios de difusión en el país, y yo lo
hago, entre otros, en The Miami Herald y en CNN, puede tener vínculos con los servicios de inteligencia norteamericanos.
El aparato de difamación de la dictadura sabe que
miente, y jamás ha presentado la menor prueba en mi contra, porque no
existen, pero no le importa. El objetivo es tratar de aislarme
profesional y políticamente, algo que, felizmente, nunca han conseguido,
pues el nivel de credibilidad de ese régimen es mínimo. Nadie puede
tomar en serio los reclamos de inocencia de un gobierno al que hoy, en
nuestros días, mientras declara que exporta azúcar, le capturan un envío
clandestino de armas, explosivos y aviones nada menos que a Corea del
Norte, poniendo en peligro, incluso, al Canal de Panamá.
¿Alguno de estos encuentros ha terminado en un enfrentamiento o en una discusión violenta?
Nunca. No solo porque no es mi talante, sino porque
las personas con las que he conversado, aunque tengamos opiniones
diferentes sobre ciertos asuntos, son educadas y, en privado, suelen ser
muy críticas de los peores aspectos represivos del Gobierno. Siempre
hemos podido expresar nuestros puntos de vista francamente sin abandonar
un aspecto clave de las relaciones humanas: la cordialidad cívica. Eso,
precisamente, que la dictadura ha tratado de extirpar del
comportamiento de los cubanos auspiciando los actos de repudio y los
linchamientos físicos y morales. El gobierno de los Castro es el único
en la historia del país que ha secuestrado la libertad afectiva de los
cubanos prohibiéndoles tratar a los familiares y amigos "desafectos" o
exiliados.
Todos conocemos tu polémica epistolar con
Silvio Rodríguez. Más allá de ese intercambio, ¿te has encontrado con él
personalmente?
La polémica epistolar fue respetuosa. Eso es bueno.
Los cubanos debemos reaprender a discrepar sin insultos. También fue
útil. Me consta que en los medios intelectuales cubanos dicho
intercambio fue muy provechosamente leído. Hace muchos años Silvio y yo
cenamos en Madrid en casa de un matrimonio de escritores cubanos que
eran amigos de Silvio. Fue una cena grata, en la que los temas políticos
se tocaron muy tangencialmente, pero aquel Silvio que yo conocí estaba
más cerca del cantautor contestatario de fines de los años sesenta que
del diputado a la ANPP que fue más tarde.
Parodiando al propio Silvio, ¿la discusión entre ustedes ha tenido una segunda cita?
Así es. Y ojalá haya una tercera. Me han gustado mucho las canciones de su hijo Silvito el Libre,
y la carta que acaba de publicar su hija, la actriz Violeta Rodríguez a
propósito del incidente con Robertico Carcassés. La muchacha dice una
cosa clave que, a mi juicio, representa el sentir de la intelligentsia
cubana: los artistas e intelectuales están cansados de la "escuelita".
Es decir, de que unos comisarios les dicten lo que deben pensar y los
traten como niños o retardados mentales. Esa es una intolerable
humillación.
¿En qué condiciones te reuniste con el escritor Lisandro Otero?
Lisandro estuvo en mi casa de Madrid junto al
novelista canario Juancho Armas Marcelo, un demócrata, buen amigo de
ambos. Conversamos durante varias horas y Lisandro se mostró muy crítico
de la dictadura. Esto sucedió en medio de la debacle del mundo
comunista, cuando parecía que el gobierno cubano sería arrastrado en la
misma dirección. Realmente, no hubo discrepacias. A él todo lo que
sucedía en la Isla le parecía un horror. Era una persona muy gentil y
aguda. Tuvo palabras muy críticas contra Fidel y Armando Hart. Fidel le
parecía un monstruo y Hart un idiota. Fue muy halagador cuando habló de
Cabrera Infante y Reinaldo Arenas. Luego volví a verlo en México para
entregarle un libro y conversamos brevemente. En ese momento su postura
ya era más temerosa. Era obvio que el gobierno cubano había pasado su
peor momento.
¿Es cierto que te has reunido hasta con ministros del gobierno cubano?
El único ministro de Castro con el que me he reunido
fue José Luis Rodríguez, el titular de Economía y Planificación, y lo
hicimos públicamente en un seminario organizado por una universidad en
Halifax, Canadá. Fue durante la perestroika, a fines de los ochenta, y
el mismo Rodríguez, con cierta gracia, subrayó la paradoja que los dos
estuviéramos en el mismo panel, pero yo defendiendo la perestroika de
Gorbachov y él atacándola. Yo a favor de esos rusos y él en contra. En
ese evento supe que Rodríguez tenía su escritorio lleno de planes
reformistas paralizados por Fidel Castro. Debo decir que fue una persona
muy correcta.
Pero en esa multitudinaria conferencia tuve varias
gratas sorpresas. Una noche se me apareció en la habitación Raúl Gómez
Treto, un dirigente católico que venía en la delegación oficial cubana.
La conversación fue para mí muy útil. También era un duro crítico del
gobierno de Fidel. Aparentemente, defendía el socialismo desde el
catolicismo, pero el hombre con el que yo conversé despreciaba
profundamente no solo el Gobierno, sino también el sistema.
No era el único. En la sauna del hotel coincidí con
un científico muy agradable de apellido Limonta. No hablamos de
política, sino del desarrollo de ciertos fármacos en Cuba. Por el tono
de la conversación podía inferirse que no se tomaba en serio las
instrucciones de ser ríspido y sectario con el "enemigo". Yo no era su
enemigo. Él tampoco era mi enemigo. Éramos dos cubanos que hablaban
civilizadamente.
Esa fue también la actitud de quien entonces era
diplomático del regimen, Juan Antonio Blanco, y hoy dirige un centro de
estudios internacionales en el Miami Dade College. Nos pasamos varias
horas conversando distendidamente. Diez años más tarde Juan Antonio
desertó y desde entonces hemos mantenido una buena amistad.
¿Es cierto que Pablo Milanés se te presentó como un convencido defensor del pensamiento de izquierda?
Conocí muy brevemente a Pablo Milanés, cuyas
canciones me encantan y, en efecto, creo recordar que me dijo,
cortésmente, que él era un revolucionario crítico o algo así. Fue un
encuentro corto y amable. Esto no es nuevo. Desde hace muchos años Pablo
Milanés ha tenido esa posición de criticar los peores aspectos de la
dictadura sin romper del todo con el proceso. Supongo que no olvida que,
cuando era muy joven, lo internaron en los campos de la UMAP para
"reeducarlo". Vive entre Cuba y España y sostiene sus criterios sin
miedo. Es un revolucionario crítico que ya no acepta excusas absurdas.
Me parece una posición muy válida. No es la mía, porque estoy convencido
de que el marxismo y el colectivismo son disparates que inevitablemente
conducen al empobrecimiento y a los calabozos, pero creo que en una
Cuba plural hay espacio para todas las posturas que se defiendan dentro
de la ley. La democracia es eso. Milanés me parece una persona mucho más
diáfana, transparente y comprometida con la verdad que Silvio
Rodríguez.
Pedro Luis Ferrer es conocido como alguien muy bueno buscando pretextos para polemizar. ¿Qué tal te fue con él?
No recuerdo claramente la conversación con Ferrer,
pero me encantan sus canciones irónicas, y, a juzgar por las letras, no
creo que hayamos discrepado excesivamente. Disfruté mucho el concierto
que dio en Miami. Creo que a los cubanos les gusta esa posición de
francotirador musical sin miedo que no hace concesiones.
¿Es cierto que en tu juventud conociste al tío de Pedro Luis, el poeta y comunista histórico Raúl Ferrer?
Raúl Ferrer era amigo de mi padre y en cierto momento
de mi bachillerato me enseñó matemáticas. Nadie debe sorprenderse de
que los viejos comunistas del PSP fueran amigos de personas de
diferentes ideologías. Hubo épocas en que Nicolás Guillén, Juan
Marinello, Blas Roca y el resto de la cúpula del Partido, eran personas
amables que no odiaban a los adversarios políticos ni eran odiados por
ellos.
A mi juicio, fue Fidel Castro el que impuso ese tipo
de relación hostil cuando secuestró la afectividad de los cubanos y la
puso de manera obligada al servicio de su gobierno. Fue Raúl Ferrer
quien, al principio de la revolución, cuando yo era un adolescente, me
advirtió, sin odio, quizás con simpatía, que el país iba hacia el
comunismo y que yo, como todos los jóvenes, tendría que decidir si me
sumaba o me oponía. Yo me opuse, aunque no se lo dije, claro.
¿En que se diferenciaron las reuniones con los cantautores Carlos Varela y Polito Ibáñez?
Con Carlos Varela me reuní en Madrid en un almuerzo
propiciado por Andy Blanco, un amigo común. También fue una relación
fluida, grata y pública, porque Varela tampoco tenía miedo, aunque no
descartaba que lo vigilaran. Hablamos del sentido crítico de sus
estupendas canciones y tuvo palabras de elogio para Willy Chirino,
Gloria Estefan y el resto de los buenos artistas exiliados. Me gustaron
su actitud abierta y su generosidad.
Con Polito Ibáñez la relación ha sido diferente. Yo
conocía algunas de sus canciones y me parecían muy buenas, pero no
coincidimos hasta un programa reciente de televisión,
al que fuimos convocados por María Elvira para comentar el incidente
del censor con Robertico Carcassés. En general, me gustó lo que dijo
Polito. Me pareció sincero y abierto. Es, como casi todos los artistas
cubanos, un espíritu inconforme y reformista. El mundo artístico es el
talón de Aquiles de ese régimen desde el conflicto con Orlando
Jiménez-Leal a propósito del documental PM.
Ahí comenzó un enfrentamiento que no terminará hasta que ese disparate desaparezca.
¿Te has visto con otros del régimen?
Bueno, no sé si del régimen, pero sí oficialmente
vinculados al Gobierno. Entre ellos, por ejemplo, mi viejo amigo
Guillermo Rodríguez Rivera, un notable poeta. Guillermo y yo estudiamos
en el Instituto del Vedado. Recuerdo que me repasó Sociología para el
examen final, una de las asignaturas del quinto año de bachillerato.
Siempre fue un tipo ocurrente e inteligente. Él se quedó junto a la
revolución y yo me opuse a ella, pero los lazos personales creo que se
mantuvieron intactos. Lo vi en Madrid hace unos cuantos años, y luego en
Miami, y fue muy agradable.
Recuerdo que discutimos sobre el embargo comercial
que le mantiene Estados Unidos a Cuba, pero como dos amigos que tienen
posiciones encontradas. No me pareció dogmático ni sectario. Defendía
sus posiciones cordialmente, como debe ser.
Hay otro sector de la sociedad civil que no
suele mencionarse, pero que es importante: la jerarquía católica. ¿Has
visto a los jerarcas de la Iglesia?
Por supuesto. La Iglesia hace muchos años que está
intentando desempeñar un rol de puente entre el Gobierno y la oposición.
La Iglesia cree en la necesidad de un diálogo constructivo que conduzca
a la apertura. No creo que lo haga porque desee el mantenimiento del
sistema comunista, sino porque quisiera que el régimen evolucionara
pacíficamente hacia la democracia y las libertades. De distintas
maneras, con más o menos pasión, eso se lo he oído al Cardenal Ortega, a
Carlos Manuel de Céspedes, a Dionisio [García, arzobispo de Santiago de
Cuba], al valiente sacerdote José Conrado, incluso a Dagoberto Valdés,
un dirigente laico con gran prestigio entre los católicos que ha sido
injustamente orillado por el Cardenal. Todos ellos saben que yo soy
agnóstico, pero eso no les importa, de la misma manera que a mí todas
las creencias religiosas me parecen igualmente respetables, mientras no
se impongan por la fuerza.
La última carta pastoral de los obispos, aunque
pudiera haber sido más enérgica, y acaso debiera haber denunciado los
atropellos físicos a las Damas de Blanco y solicitado una investigación
imparcial sobre la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero, pide cambios
sustanciales y es importante que la voz de la Iglesia se haga oír.
Algunas personas me han dicho que Raúl Castro agradece ese tipo de
presión porque lo obliga a bascular hacia los cambios, pero no estoy
seguro de que sea cierto. La evidencia apunta a que cada día dan más
palos y maltratan más a los demócratas.
¿Qué le aportan a Carlos Alberto Montaner estos encuentros?
Me aportan varias cosas, que son, precisamente, las
que el Gobierno desea ocultar. Me aporta la oportunidad de debatir cómo
puede llevarse a cabo la transición hacia un tipo de gobierno similar al
de las 25 naciones más prósperas y felices del planeta. Me aporta un
modo muy sencillo de probar que la oposición está llena de personas
sensatas y moderadas. Me aporta la vía para que los interlocutores
visualicen su propio futuro en esa Cuba democrática y diferente.
Has sido criticado por algunos sectores del
exilio por mantener este tipo de encuentros y conductas. ¿Qué le
respondes a estos críticos?
Les respondo que me muestren otra manera de procurar
la transición. Desde fines de los años ochenta y principios de los
noventa, cuando desaparecieron Pinochet, el primer sandinismo y el mundo
comunista europeo, prácticamente todas las transiciones a la democracia
se han hecho mediante negociaciones y procesos electorales. Los
resultados han sido desiguales, pero lo que ha salido de esos cambios ha
sido infinitamente mejor que lo que había. Cuba no se merece la
ineficaz y cruel dictadura dinástica que ha sufrido por 54 años.
Supongamos que mañana un miembro histórico de la cúpula del gobierno de los Castro te propone reunirse, ¿aceptarías?
Por supuesto, aunque he abandonado las actividades
políticas para dedicar la tercera edad a redactar unos cuantos libros
que me apetece escribir "antes que anochezca", como tituló Arenas sus
memorias. Cuando abandoné la presidencia de la Unión Liberal Cubana y la
vicepresidencia de la Internacional Liberal, es decir, cuando dejé las
actividades políticas, en la ULC eligieron al Dr. Antonio Guedes para
que me reemplazara, una persona honorable y muy competente. La lucha
sigue. Te digo más: cuando desapareció la URSS y parecía muy improbable
que Cuba persistiera en el error, tuve una reunión en Madrid con un
viceministro. ¿Lo mandaron a que conversara conmigo? ¿Lo hizo motu proprio?
No lo sé, pero él estaba más convencido que yo de que no había forma de
sujetar al régimen. Evidentemente, los dos estábamos equivocados.
Si esta hipotética reunión debiera realizarse en La Habana, ¿aceptarías viajar a Cuba?
Si fuera una reunión libre y sin condiciones lo
aceptaría, pero carecería de sentido. En Cuba hay docenas de opositores
valiosos con los que el Gobierno debería hablar, si en efecto tuviera
una actitud realista y quisiera cambios. ¿Para qué va a conversar con un
escritor exiliado si en la Isla hay muchas personas y organizaciones
representativas de la oposición democrática? Además, dado el aumento de
la represión, por ahora parece obvio que el régimen quiere perpetuarse
sin hacer concesiones.
La brutal golpiza a la actriz Ana Luisa Rubio
es una muestra del contumaz estalinismo del régimen. Otra es el
probable asesinato impune de Oswaldo Payá y de su colaborador Harold
Cepero. Los cambios que trata de introducir el raulismo no son de
carácter político. Raúl solo quiere que su Gobierno se mantenga en el
terreno material con las prácticas del capitalismo. Como dicen los
españoles, "quiere la misa con sexo, sangre y violencia". Eso es
imposible.
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