Revoluciones no tan revolucionarias
Douglass
North, Premio Nobel de Economía, junto con William Summerhill y Barry
Weingast escribieron un estudio analizando las distintas fortunas que
tuvieron las colonias de Latinoamérica versus las colonias de
Norteamérica. Hace ocho años se inició en Ecuador un experimento
constructivista llamado Revolución Ciudadana, que prometió librarnos de
males que han afligido al país desde la colonia, como la corrupción y la
pobreza.
Quienes pensaron (o piensan) que estaban llevando a cabo una
revolución en Ecuador olvidan que las reglas formales –como una
Constitución nueva junto con todas las leyes y el aparato burocrático
que de ella han surgido– son solo una porción de la matriz
institucional. North, quien ha dedicado gran parte de su carrera a
investigar las instituciones detrás del éxito y fracaso económico de
naciones alrededor del mundo y a lo largo de la historia, en otro ensayo
especifica que “lo único que sabemos es que las reglas formales deben
complementarse con restricciones informales”. North define las segundas
como las “rutinas, costumbres y tradiciones”.
Volviendo al estudio que compara las colonias españolas con las
inglesas en el Nuevo Mundo, los autores señalan que es esencial para que
surja un orden político estable que haya un consenso acerca de los
derechos individuales y el papel del Estado. Para que este consenso se
mantenga, explican los autores, es necesario que haya límites creíbles
al poder de quienes gobiernan. Además, indican que las constituciones
exitosas limitan a un mínimo lo que es determinado mediante el proceso
político en una sociedad. Si no se limita todo lo que se decide a través
de la política, se crean abundantes oportunidades para la “búsqueda de
rentas”: los individuos y grupos gastarán recursos para capturar los
activos y/o privilegios, siendo distribuidos mediante el proceso
político en lugar de dedicarlos a actividades productivas.
Aquí es donde surge la gran diferencia entre las colonias de
Inglaterra y aquellas de España: a las primeras se les permitió
experimentar con un sistema federal, representativo y limitado que ya
imperaba en la madre patria, pero a las segundas se les impuso un orden
político autoritario. Mientras que en las colonias inglesas se permitió
el libre comercio entre ellas, un alto grado de autonomía a los aparatos
judiciales y gobiernos locales; en las españolas se obstaculizó el
comercio entre ellas y se limitó la autonomía de los gobiernos locales.
En otras palabras, EE.UU. tuvo la suerte de haber sido colonizado por
una Inglaterra en la que imperaban las ideas liberales de un Estado
limitado como un corolario esencial para la protección de los derechos
de los individuos, mientras que América Latina tuvo la desgracia de
haber sido colonizada por una España en la que dominaban las ideas
antiliberales que propugnaban que el orden solo se podía obtener a
cuesta de limitar el crecimiento económico y lo que es peor, la libertad
individual.
Los autores concluyen que “comprender los intereses políticos creados
bajo el imperio entonces ayuda a explicar la continuidad entre el
sistema español y aquel que surgió luego de la independencia con firmes
límites a la actividad económica”. La “Revolución Ciudadana”,
profundizando el intervencionismo estatal en la economía y politizando
todavía más la vida de los ecuatorianos, es la continuación de esta
vieja tradición latinoamericana.
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