Estreno de una revolución
Se cumplen 80 años exactos, mientras escribo, de los
dramáticos sucesos del Hotel Nacional de La Habana, que vinieron a
consolidar el golpe de Estado ocurrido casi un mes antes (el 4 de
septiembre) cuando un grupo de sargentos, apoyados por el Directorio
Estudiantil Universitario y algunos intelectuales, se apoderaron de los
mandos militares y depusieron al gobierno provisional que se había
establecido desde el derrocamiento de Gerardo Machado el 12 de agosto.
Si el golpe había sido prácticamente incruento, lo
acontecido en el Hotel Nacional vino a ser el sello sangriento de su
reafirmación. Se producía en Cuba, aunque algunos no lo vieran así
entonces, una ruptura del orden institucional, para dar paso a la
improvisación revolucionaria que pretendería, con mediano éxito,
refundar la república. A pesar de la nueva Constitución con que, siete
años más tarde, se intentaría legitimar un origen espurio, la
estabilidad política siempre sería precaria en cualquiera de las dos
vertientes en que habría de bifurcarse aquel movimiento conforme a sus
líderes (Fulgencio Batista y Ramón Grau) y pese a haber coexistido con
momentos de gran actividad económica.
Cuba había iniciado su vida como nación independiente
en 1902 –luego de una guerra brutal y de una intervención extranjera–
de mano de los jefes separatistas (militares y civiles) que aspiraban a
la fundación de un Estado eficiente y honrado –no importa que algunas de
estas buenas intenciones se malograran luego en la práctica. Con
excepción del frustrado intento reeleccionista de Estrada Palma (en
1906) y de la llamada “brava electoral” del presidente Menocal en 1916,
el proceso democrático no había sufrido interrupciones graves ni los
cubanos habían padecido dictaduras, que ya para entonces constituían un
fenómeno típico en Hispanoamérica.
Machado es el primero que se acerca un poco a la
figura del dictador –al eludir unos auténticos comicios bajo la figura
de una coalición de los grandes partidos y una enmienda constitucional
para extender su mandato otros seis años. Este recurso, unido al
desplome del mercado internacional de valores y a la crisis
subsiguiente, hizo entrar a los cubanos en el clima de una revolución
que –en consonancia con las tendencias del momento en el ámbito
internacional– tiene un marcado acento social y antiimperialista. Los
hechos del 4 de septiembre le dan un sesgo definitivo; los del 2 de
octubre lo consagran.
El Hotel Nacional, de cuya inauguración no se habían
cumplido aún tres años, es el lugar que el recién depuesto jefe del
Ejército, brigadier Julio Sanguily, había elegido para convalecer de una
operación, acaso por ser también la residencia del embajador de Estados
Unidos, el poderoso Benjamin Sumner Wells. En protesta por el masivo
licenciamiento que le imponen los sargentos el 4 de septiembre, los
oficiales se refugian en el hotel donde los soldados –que ya no obedecen
sus órdenes– los sitian a partir del 7 de septiembre. El 2 de octubre,
los soldados atacan el hotel, empleando incluso artillería, a lo que los
oficiales sitiados responden, con sus escasos medios, como auténticos
francotiradores y les causan no pocas bajas a los asaltantes.
Finalmente, al quedarse sin municiones, se rinden y algunos son
asesinados por los soldados iracundos.
Así concluye una jornada en que se decapita a la
casta militar republicana –que se tenía por una de las mejores del
continente– sustituida por la promoción revolucionaria que encarnan los
sargentos rebeldes.
Algunos estudiosos de estos hechos, como el
historiador Herminio Portell Vilá, afirman que Batista y sus soldados
asaltaron el hotel con el visto bueno de Washington. A mí me parece una
conclusión temeraria. Habían pasado muy pocos días del golpe de Estado
que derrocara el gobierno salido de la mediación de Sumner Wells, para
que éste viera alguna diferencia real entre Batista y Grau, las figuras
principales de un gobierno que debe haber provocado –por su fracaso
personal– toda su frustración y su cólera. Que los americanos
encontraran una figura más dúctil a sus intereses en Batista y
concentraran toda su enemistad en Grau, es verdad incontrovertible; pero
eso ocurriría, a mi ver, meses después.
Sin embargo, la fractura institucional provocada por
la revolución del 4 de septiembre, consagrada violentamente el 2 de
octubre, liberó un maléfico genio que nadie podría volver a encerrar. A
partir de entonces, se hizo evidente que las instituciones podían
derrocarse, disolverse y refundarse en nombre de esa fórmula que
prometía el paraíso mediante la violencia. En ese clima vivimos por un
cuarto de siglo. Todo lo que vino después sería secuela.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
Artículo de blog relacionados
El autor presentará su último libro "El atroz encanto de ser argentinos 2"...
5 de mayo, 2007Por Armando Ribas Diario Las Americas Las próximas elecciones en Estados Unidos, en...
31 de octubre, 2008Por Kathryn Westcott BBC Mundo A las doce en punto del mediodía de...
1 de marzo, 2007- 18 de enero, 2013