Bill de Blasio, de Managua a Manhattan
The Wall Street Journal Americas
La reciente revelación de que Bill de Blasio, candidato a la alcaldía
de Nueva York, apoyó al gobierno militar sandinista de Nicaragua en la
década de los ochenta sirve como un recordatorio del alto precio que
paga América Latina por ser el laboratorio de la izquierda
estadounidense. También debería iluminar a los neoyorquinos sobre las
preferencias políticas del hombre que lleva la delantera en la carrera
para conducir su ciudad.
Las ideas de la izquierda radical no tienen una buena acogida en
Estados Unidos, así que los colectivistas las llevan al sur de la
frontera, donde creen que el terreno es más fértil. Su paternalismo
arrogante no toma en cuenta los derechos de las personas que pretenden
redimir.
Para 1988, cuando De Blasio viajó a
Nicaragua a hacer trabajos sociales en apoyo a la causa revolucionaria
marxista, los sandinistas llevaban casi una década en el poder. Su
brutalidad estaba ampliamente documentada. De Blasio, que también
realizó actividades para recaudar fondos para los promotores del
gobierno militar, o desconocía la represión sandinista o no le
importaba.
Cuesta creer que haya sido lo primero. Su campaña no contestó mis
pedidos de comentarios. Sin embargo, en una entrevista con una estación
de radio de Nueva York el mes pasado, dio ciertos indicios sobre su
postura cuando le preguntaron sobre su decisión de pasar su luna de miel
en Cuba en 1994. De Blasio dijo que no justificaba el régimen
"antidemocrático", pero sostuvo que había conseguido "algunas buenas
cosas" como "en salud".
Pretendamos que eso no es parte de la propaganda castrista que ya
lleva décadas, aunque todos los informes independientes sobre la isla
describen un sistema de salud que ha colapsado completamente e incapaz
de proveer elementos tan básicos como vendas y aspirina. El problema
mayor es que las declaraciones del candidato sugieren que la falta de
libertad es compensada con atención médica. ¿Debería el encarcelamiento y
la tortura de disidentes, el robo de propiedad y el terror provocado a
generaciones de cubanos ser considerados menos terribles porque los
ciudadanos tienen chequeos anuales? Así parece.
El dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle fue derrocado en
1979. Muchos habían luchado para liberar al país de su autoridad
absolutista y una junta de gobierno fue instalada tras su exilio. La
junta debía organizar elecciones. Daniel Ortega, líder del Frente
Sandinista de Liberalización Nacional que derrocó a Somoza, tenía otras
ideas. Quería replicar la Cuba de Castro en América Central.
El primer paso de Ortega fue purgar a los elementos moderados de la
junta sandinista, mediante el uso del miedo y la intimidación. En 1980,
sus secuaces en los cuerpos de seguridad asesinaron a Jorge Salazar, un
empresario nicaragüense popular y carismático que se había opuesto a la
dictadura de Somoza, pero también a la instalación de un gobierno
militar marxista-leninista. Funcionó. Los miembros de la junta, que
habían creído inocentemente que eran parte de una nueva Nicaragua
democrática, estaban aterrorizados. Renunciaron y la junta se volvió
totalmente castrista.
La represión que siguió fue despiadada y contó con la colaboración de
personeros cubanos. Se confiscaron casas, haciendas, ranchos y empresas
y los medios de comunicación independientes fueron amordazados. La
planificación centralizada significó la imposición de controles de
precios para todos. Incluso las campesinas que llevaban sus verduras y
frutas a los mercados eran arrestadas por especuladoras.
Los campesinos de las zonas montañosas que lucharon para derrocar a
Somoza se rebelaron. No querían ser gobernados por un dictador de
izquierda más que por uno de derecha. Organizaron los "contras". Los
indígenas misquitos también se resistieron. En retribución, el ejército
quemó sus aldeas y llevó a cabo ejecuciones. Miles huyeron a Honduras
para vivir en campos de refugiados.
En la nación sandinista, algunos cerdos eran más iguales que otros.
Por alguna razón, las propiedades confiscadas por el Estado nunca iban a
parar a los pobres, pero los comandantes se hicieron ricos. Cuando una
década de retroceso económico obligó a realizar elecciones monitoreadas
por la comunidad internacional en 1990, la candidata opositora Violeta
Chamarro obtuvo la presidencia. Pero los fuertemente armados comandantes
se rehusaron a devolver el motín a sus legítimos propietarios. Los
críticos lo apodaron "la piñata". Desde entonces, Ortega ha retomado el
poder.
Es posible que De Blasio no estuviera bien informado cuando se juntó
con los sandinistas. Después de todo, sólo había terminado estudios de
postgrado sobre la región en una universidad estadounidense (Columbia),
una experiencia que ha producido más que su cuota de gringos santurrones
ansiosos por revertir las injusticias en lugares lejanos. Es más
difícil creer que no sabía que eran respaldados por el gobierno
soviético, lo que podría haberle dado una pista sobre hacia dónde se
dirigían las cosas.
La explicación más probable de por qué De Blasio respaldó el gobierno
militar sandinista es que creía que la brutalidad podría ser
justificada con buenos resultados. De hecho, el candidato aún conserva
un recuerdo romántico de sus camaradas armados, como informó el 23 de
septiembre The New York Times, después de revisar una serie de
entrevistas con De Blasio. "Hasta hoy", reportó el diario neoyorquino,
"habla con admiración de la campaña de los sandinistas, destacando
avances en el alfabetismo y la salud".
El que los camaradas de De Blasio se hayan transformado en
totalitarios codiciosos que se quedaron con el botín de la guerra no
parece revestir mucha importancia.
- 28 de diciembre, 2009
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