Desbocados e impotentes
El filósofo Daniel Innerarity afirmó: "Sufrimos una economía desbocada y una política impotente". Quizá debería prestar más atención a lo que dicen y hacen los propios políticos. El líder de los socialistas españoles, sin ir más lejos, dijo: "Lo que se privatiza se desprivatiza". Aquí tiene usted la noticia en ABC, en la voz y la imagen del propio Alfred l’Écoutant.
El lenguaje es tan brutalmente claro en su contenido como errado en su diagnóstico. Empecemos por este último: "La sanidad nunca puede ser un negocio, nunca". Oiga, ¿qué tienen de malo los negocios?
Los negocios se relacionan con la libertad, y por eso los socialistas de todos los partidos los odian. Pero un negocio responde a la voluntad de los ciudadanos de intercambiar sus bienes, y lo hacen porque juzgan que les conviene hacerlo, porque su utilidad esperada es mayor después del negocio que antes.
Esto no solamente no tiene nada de malo sino que es claramente bueno. ¿A qué viene, entonces, la solemnidad de Alfred l’Écoutant? Dirá usted: es que la sanidad es muy importante. Pues claro, como el pan o el vestido, y sin embargo a los socialistas (o al menos a algunos, quizá a la mayoría) no les parece mal que el pan se venda en panaderías privadas a un precio libre, y que compremos nuestra ropa en tiendas privadas a precios también libres. Si las camisas y las chapatas pueden ser un negocio y está muy bien, ¿por qué no la sanidad?
La explicación habitual pasa por diversos fallos del mercado y problemas con la agregación de preferencias, pero su solidez es mucho menor de lo que habitualmente supone el pensamiento único, siempre renuente a dejar atrás la cómoda edad de la inocencia a propósito del Estado.
Sospecho que más ajustado a la realidad es que los socialistas de todos los partidos han decidido que la sanidad debe ser suministrada por el Estado y financiada a la fuerza con impuestos. Según ellos, el negocio del pan es bueno pero el de la sanidad malo, pero es un razonamiento tan arbitrario como los demás campos de la intervención política y legislativa.
Ahora bien, sea esto como fuere, lo que no se puede argumentar es lo del señor Innerarity, porque la política es cualquier cosa menos "impotente". Es justo lo contrario. El propio lenguaje de Alfred l’Écoutant lo demuestra hasta en el tono mafioso que utiliza: "Te tendremos que quitar el negocio". ¿Cómo es eso de que "tendremos"? No es un deber, es una decisión unilateral y arbitraria del poder, que puede, efectivamente, quitarle el negocio a cualquiera. Y lo hace.
Pero si lo hace, y no hay duda de que lo hace, resulta absurdo hablar de la política como si fuera un inerme títere. No lo es. Y cuando nos cuentan el camelo del poder político sometido al poder económico es precisamente eso. Un camelo.
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