Protestas en América Latina: La reprobación moral al intervencionismo
América Latina se agita. No es una versión latinoamericana de la
Primavera Árabe (y está lejos de serlo), pero se agita con múltiples
movilizaciones callejeras y reclamos de diverso tipo. Estos días, por
ejemplo, volvieron con más virulencia (aunque en estricto sentido nunca
se han ido) las protestas en Brasil, reprimidas fuertemente por la policía en Río de Janeiro y Sao Paulo, tras las fuertes manifestaciones en pleno desfile militar por la Independencia del país. En Colombia, en tanto, va y viene un paro agrario nacional que ha carcomido los índices de popularidad del presidente Santos. Y en Ecuador, las protestas por la explotación petrolera de la reserva del Yasuní apenas comienzan, a pesar del exabrupto intimidatorio inicial del presidente Correa. Y protestas similares, pero más intermitentes y/o limitadas, se mantienen en México, Chile, Perú, Bolivia, Nicaragua, Venezuela…
Es difícil establecer qué une a protestas tan amplias y diversas,
incluso con algunas de ellas, como las de Brasil, sin demandas bien
especificadas y actores más bien difusos. Y otras, como las de México,
hasta ahora muy minoritarias, lastradas por la incompetencia moral de
sus patrocinadores. O las de Chile, donde grupos en busca de ganancias
electorales de corto plazo, están a punto de estatizar y echar por la
borda el mejor sistema educativo de la región, segun los resultados de los exámenes PISA.
Recientemente, el Banco Mundial comenzó una campaña en medios (videos incluidos)
para fundamentar el que tales protestas, en lugar de mirarse como un
fracaso de los gobiernos, debieran verse como el resultado del reciente
engrosamiento de las clases medias en los países latinoamericanos, las
cuales demandan más y mejores servicios públicos, no sólo una mayor
sobrevivencia. Desde la óptica del Banco Mundial, los gobiernos deben
invertir más en infraestructura y en el mejoramiento de los servicios,
tales como vialidad, transporte público, calidad de la educación y
atención a la salud, aire limpio y seguridad ciudadana, entre muchos
otros.
El diagnóstico probablente acierte en cuanto a la emergencia de
nuevas clases medias menos tolerantes e impacientes. Pero el punto débil
de la explicación omniabarcante del Banco Mundial es que pide más de lo
mismo que hemos tenido en el pasado reciente. Y más allá. Es decir,
pide más estado, más gasto público, más impuestos, más burocracia, y con
ello, más opacidad y discrecionalidad en el gasto público, captura del
estado por intereses especiales, politización, clientelismo, corrupción,
ineficiencia, escepticismo, descrédito de los actores políticos y del
estado…
En realidad lo que no observa el Banco Mundial es que, con las
características propias de cada país, y atravesando las diferencias
ideológicas de los gobiernos, existe un creciente divorcio de vastos y
variados sectores sociales con sus clases políticas y, especialmente,
sus gobiernos, lo que comienza a ser un dato recurrente en la región. La
constante caída en las encuestas de prácticamente todos los mandatarios latinoamericanos (con recientes y escasas ganancias, que no implican solidez alguna, como en los casos de Dilma Rousseff, de Brasil, y Juan Manuel Santos,
de Colombia) abonaría en ese sentido. Hoy es el estado intervencionista
el que es puesto en cuestión de manera generalizada en América Latina,
que parece no dejar satisfechos ni a sus propios beneficiarios.
Los gobiernos no han sido lentos. Y han ido desde la amenaza hasta la represión, pasando por la negociación “política”, la mera propaganda y la incorporación de las demandas al proceso político.
Han ganado tiempo. Pero las protestas siguen. Y no tienen visos de
terminar. Quizá se mantengan durante cierto tiempo. Porque la respuesta
que esperan grandes grupos sociales, de mayor bienestar y
representatividad, no se las puede dar el tradicional estado
intervencionista latinoamericano, cuya divisa ancestral ha sido dar palo
o “favores” a cambio de votos o sumisión. Simplemente los diversos
estados en la región no está preparados para el desafío que hoy se les
presenta, frente a clases medias díscolas y exigentes, con justificada
razón. Por lo que debemos estar preparados para un entrampamiento largo y
penoso, que no tiene visos de acabar ciertamente mediante la
revalorización del estado intervencionista y sus actores. Para ello, el
estado latinoamericano debería dejar de ser lo que ha sido, y conjuntar
acciones y jerarquías con mercados, organismos sociales, redes… Y nomás
no se ve cómo pueda hacerlo.
- 28 de diciembre, 2009
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