Perú avanza sin grandes discursos
Cuando entrevisté al presidente peruano Ollanta
Humala hace unos días, me dio la impresión de ser un líder menos
carismático que la mayoría de sus colegas sudamericanos, pero que
posiblemente esté haciendo un trabajo mejor que la mayoría de los
parlanchines que gobiernan en su vecindario.
A diferencia de los
presidentes populistas de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela, que
pasan buena parte de su tiempo hablando en cadenas de televisión y
prometiendo “revoluciones” utópicas, Humala tiene un discurso menos
estridente y le apuesta a la continuidad. En vez de querer cambiarlo
todo, dice que quiere construir sobre lo que ha heredado.
Y los
resultados están a la vista. Mientras sus vecinos populistas están
destruyendo sus economías y sus instituciones democráticas
—despilfarrando el mayor boom económico de la historia reciente,
generado por los altos precios de las materias primas—, Perú sigue
creciendo y reduciendo la pobreza con mayor rapidez que casi todos los
países de la región.
Este año, se calcula que la economía de Perú
crecerá un 5.4 por ciento, comparado con un promedio latinoamericano y
del Caribe de un 2.7 por ciento, según proyecciones del Fondo Monetario
Internacional. Y lo que es más importante, la economía de Perú ha estado
creciendo sostenidamente durante casi 15 años.
La inflación está en un 2.5 por ciento, comparado con un 25 por ciento en Argentina y un 50 por ciento en Venezuela.
La
pobreza ha disminuido a la mitad en los últimos años, desde el 53 por
ciento de la población en el 2000 al 26 por ciento en la actualidad, más
que en casi todos los países vecinos, según datos gubernamentales.
Le
pregunté a Humala, un ex militar que en el pasado coqueteó con el
radicalismo autoritario del difunto presidente venezolano Hugo Chávez,
qué fue lo que lo convenció a no seguir el camino chavista.
Humala
respondió que “en las decisiones políticas debe primar una realidad,
una dosis de pragmatismo, porque la gente no come discursos”. Evitando
cualquier crítica directa de los presidentes de Venezuela y los otros
países “bolivarianos”, dijo que —al menos en el caso de la historia del
Perú —tratar de cambiarlo todo y de inmediato muchas veces hizo más mal
que bien.
Para él, el pragmatismo significa no dar golpes de timón
violentos que pueden desequilibrar el barco. “Acá no podemos pensar de
que cada gobierno que entra desatienda lo que ya se hizo, y empiece todo
de nuevo, de cero”, me dijo.
Cuando le pregunté por la reciente
afirmación del presidente Evo Morales de que el bloque de la Alianza del
Pacífico —el ambicioso grupo constituido por Chile, Perú, Colombia y
México— es una “conspiración” orquestada por Washington para dividir a
Latinoamérica, Humala sonrió y dijo que “obviamente, no es una
conspiración de nadie”.
¿Pero se quejó ante su colega boliviano por semejante declaración?, le pregunté.
“No.
Yo creo que algo que he aprendido es a resaltar las cosas positivas,
las que nos unen, y las declaraciones de esa naturaleza hay que tenerlas
en un costado, porque al final hay que seguir avanzando”, respondió.
Cuando
le pregunté si tratará de cambiar la Constitución para permitir que su
esposa Nadine —que es más popular que Humala y que muchos dicen es el
verdadero poder tras el trono— sea candidata en el 2016, respondió “No”.
Cuando le insistí, dijo que “es un no categórico”.
Pero cuando le
pregunté si eso también será válido para las elecciones siguientes, las
del 2021, sugirió que tal vez su esposa podría presentarse como
candidata. “Tomaremos esa decisión más adelante. Ella es la número 2 del
partido gobernante, y no solamente la esposa del presidente”, agregó.
Mi
opinión: Estuve demasiado poco tiempo en Perú como para poder hacer una
evaluación seria sobre la gestión de Humala, pero por las cifras
económicas y sociales resulta claro que el pragmatismo de Humala está
ayudando a Perú a seguir creciendo y reducir la pobreza.
Es cierto, muchos lo critican por tomar decisiones y luego echarse atrás, y por darle demasiado poder a su mujer.
Pero
lo que realmente importa es que la pobreza se ha reducido a más de la
mitad en los últimos años, y que el progreso económico de Perú está
basado en cimientos sólidos. Hace pocas semanas la agencia calificadora
Fitch elevó la calificación crediticia de Perú, situándola por encima de
las de México y Brasil, y solo debajo de Chile en la región.
Mientras
muchos “capitanes del micrófono” en otros países están ahuyentando las
inversiones nacionales y extranjeras, Perú las está recibiendo, por lo
que está mejor preparado que muchos de sus vecinos para resistir la
actual caída de los precios de las materias primas.
Las
estadísticas sociales hablan por si mismas: la silenciosa “evolución” de
Perú está probando ser mucho más eficaz para reducir la pobreza que la
ruidosa “revolución” de Venezuela.
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