Por qué la NSA espía a Brasil
The Wall Street Journal Americas
Barack Obama y Dilma Rousseff en Brasília en marzo de 2011.
Los líderes europeos pusieron el grito en el cielo cuando trascendió
que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus
siglas en inglés) había estado espiando en su continente así como en sus
propias actividades. Aseguraron estar conmocionados, aunque desde
entonces ha quedado claro que, en su mayor parte, la reacción era puro
teatro.
Sin embargo, en ninguna parte esta indignación fingida contra la NSA
ha sido más falsa que en el caso de Brasil, que también ha sido blanco
del espionaje estadounidense. La presidenta Dilma Rousseff ha señalado
que se trata de una violación de los derechos humanos y propone que
Naciones Unidas asuma "un rol de liderazgo" en la regulación de
Internet. No se ría.
Los países europeos pueden, por lo
menos, sostener que son aliados de EE.UU. Sin embargo, los mejores
amigos de Brasil durante la gestión del Partido de los Trabajadores de
Rousseff y su antecesor en el cargo, Lula da Silva, son Cuba, Irán y
Venezuela. Si los espías de EE.UU. no están prestando atención a Brasil,
entonces no están prestando atención.
La retórica que emana de Europa bajó de tono la semana pasada. Los
líderes del Viejo Continente empezaron a solicitar la colaboración de
EE.UU. para hallar una forma de restaurar la "confianza" entre los
aliados.
¿Se debió eso a la revelación de que otros países que son parte de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) habían reunido
parte de la información en poder de la NSA? ¿O fue tal vez porque, como
indicó el ex director de los servicios franceses de inteligencia Bernard
Squarcini en una entrevista con Le Figaro, "los servicios de
inteligencia franceses saben muy bien que todos los países, sean o no
aliados en la lucha contra el terrorismo, se espían entre ellos todo el
tiempo"? El ex canciller alemán Helmut Schmidt corroboró tales
declaraciones al señalar que durante sus ochos años en el poder siempre
asumió que su teléfono estaba intervenido.
La canciller alemana, Angela Merkel,
necesita cubrirse las espaldas en su país y EE.UU. debe hacer todo lo
que esté a su alcance para ayudarla. Pero no hay nadie que crea que si
EE.UU. disminuyera sus operaciones de espionaje, ni Merkel ni cualquier
otro jefe de Estado o de gobierno podría sentirse seguro acerca de la
privacidad de sus comunicaciones. Todos los países europeos
probablemente seguirían espiando tal y como lo han hecho desde que se
tiene memoria. Además, el espionaje cubano, ruso, chino, venezolano e
iraní seguiría rampante, dándoles a sus gobiernos la posibilidad de
sacar ventaja de esta información.
Lo que nos lleva de nuevo a Brasil. No es ninguna coincidencia que
algunos de los países menos libres del mundo figuren entre los
principales socios en política exterior de la presidenta Dilma Rousseff.
En una columna publicada en septiembre en el Miami Herald titulada "Por
qué Estados Unidos Espía a Brasil", el escritor oriundo de Cuba Carlos
Alberto Montaner transcribió una conversación con un embajador
estadounidense cuyo nombre no fue revelado. "Los amigos de Luiz Inácio
Lula da Silva, de Dilma Rousseff y del Partido de los Trabajadores son
los enemigos de Estados Unidos: la Venezuela chavista, primero con
Chávez y ahora con Maduro, la Cuba de Raúl Castro, Irán, la Bolivia de
Evo Morales. Libia en época de Gadafi, la Siria de Bashar el-Asad". El
diplomático resaltó que "en casi todos los conflictos, el gobierno de
Brasil coincide con la línea política de Rusia y China frente a la
perspectiva del Departamento de Estado (de EE.UU.) y la Casa Blanca".
La relación de Brasil con Cuba causa particular preocupación. En
lugar de mostrar solidaridad con la víctimas de la opresión en Cuba,
manifestó el embajador, "el expresidente Lula da Silva suele llevar
inversionistas a la Isla para fortalecer la dictadura de los Castro. Se
calcula en mil millones de dólares la cifra enterrada por los brasileros
en el desarrollo del super puerto de Mariel, cerca de La Habana".
El apoyo a Cuba, cuya adoración del totalitarismo donde sea que se
encuentre en el mundo sigue siendo inclaudicable, deja a Brasil en el
lado equivocado de la geopolítica. Panamá interceptó en julio un buque
de Corea del Norte que había salido de Cuba en dirección a Asia. La
embarcación transportaba armas que no habían sido declaradas,
combustible y dos aviones caza MiG-21. Cuba se defendió diciendo que se
trataba de equipo militar viejo que necesitaba reparaciones. El 10 de
octubre, sin embargo, la empresa de diarios McClatchy informó que
funcionarios panameños dijeron que los aviones estaban en buenas
condiciones y que "habían volado hace poco y estaban acompañados de dos
motores de avión 'completamente nuevos'".
El espionaje de EE.UU. es, por lo tanto, lógico, aunque no es difícil
ver las razones por las que Rousseff quiere aumentar el cociente de
indignación. Bajo la tutela de su partido, que ha gobernado desde 2002,
el país ha pasado de ser una estrella en ascenso a una economía cuyo
mejor momento ya quedó atrás. Brasil está creciendo a una tasa anémica
para un país en desarrollo que necesita sacar a su población de la
pobreza.
John Welch, analista de CIBC Macro Strategy, subrayó la semana pasada
que las advertencias de las calificadoras de crédito sobre rebajas
inminentes a la clasificación de la deuda de Brasil se basan en el
deterioro de las cuentas fiscales y un aumento de la deuda y la
inflación. Los brasileños están disconformes, pero el equipo económico
de Rousseff parece estar mal equipado para mejorar la política
económica.
La filtración de la NSA es, por ende, útil. Luego de haber
desperdiciado la oportunidad de transformarse en un importante actor
económico en los mercados internacionales en un futuro cercano, el
gobierno brasileño se comporta como si su relevancia global dependiera
de elevar la reputación del país como uno de los niños malos de
Sudamérica.
Suena como un plan del Partido de los Trabajadores y un buen motivo para que la NSA siga en alerta.
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