Chile se dispone a dar un giro hacia la izquierda
Michelle Bachelet emite su voto durante las primarias el 30 de junio en Santiago.
El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg,
y el presidente de Chile, Sebastián Piñera, son multimillonarios. Ambos
hicieron campaña como candidatos de centro derecha y tienen fama de
tener un estilo de gobierno arbitrario y caprichoso.
Ahora parece probable que tengan una cosa más en común: sucesores
provenientes de la izquierda dura. El martes pasado, Bill de Blasio, un
defensor de los sandinistas, se impuso en las elecciones a la alcaldía
de Nueva York. Las encuestas sugieren que la ex presidenta Michelle
Bachelet, quien se postula nuevamente al cargo, triunfará en la primera
vuelta de los comicios de este domingo en Chile. No sólo es socialista,
sino que es la candidata de la Nueva Mayoría, una coalición que incluye
al Partido Comunista así como a una debilitada Democracia Cristiana.
El ascenso del populismo después de los
gobiernos de Bloomberg y Piñera no constituye ninguna sorpresa. Tanto
el alcalde de Nueva York como el presidente chileno se han mostrado
reacios a defender los derechos individuales cuando creen que saben
mejor. ¿Es de extrañar entonces que ambos electorados crean que las
elecciones les dan carta blanca a los mandatarios?
Bloomberg llevó sus excentricidades a extremos al hacer campaña, por
ejemplo, contra las gaseosas. También se mostró excesivamente tolerante
con las violaciones cometidas por el movimiento Occupy Wall Street
contra las libertadas civiles de los neoyorquinos, aunque restauró el
orden cuando la situación amenazaba con descontrolarse.
Los caprichos de Piñera han sido más peligrosos. Durante los primeros
días de su gobierno, puso fin a la construcción de una planta de
electricidad a carbón, tal como pedían los ambientalistas que
protestaban en las calles. GDF Suez
GSZ.FR +0.05%
había invertido US$15 millones en evaluaciones y en procesos para
superar las barreras regulatorias. Piñera, sin embargo, se puso del lado
de los manifestantes y le hizo una "sugerencia", tal y como lo explicó
en una visita a las oficinas de The Wall Street Journal en septiembre,
al máximo ejecutivo de la compañía de que trasladara la planta. El
proyecto se canceló y los inversionistas se marcharon.
No cabe
duda de que el presidente cree que salió de manera brillante de una
difícil situación política. Pero hacer caso omiso a un fallo
institucional con tal de satisfacer los deseos de la turba fue un error.
La oposición se dio cuenta de que lo podía devorar mediante
manifestaciones callejeras.
A futuro, el daño colateral podría ser más grave. Es probable que una
presidenta Bachelet encuentre que las manifestaciones sean una
herramienta útil si no cuenta con las mayorías que necesita en el
Congreso para sacar adelante su agenda.
Bachelet quiere expandir el Estado de bienestar. Para financiarlo,
busca aumentar los impuestos a las empresas y cobrar gravámenes a los
accionistas sobre las ganancias devengadas, lo que se sumaría a los
tributos sobre los dividendos que ya pagan. Su programa también
restituiría el rol del Estado en el sistema privado de pensiones y la
candidata ha solicitado una "revisión exhaustiva" del Acuerdo
Estratégico Transpacífico de Cooperación Económica que profundizaría el
compromiso de Chile con el libre comercio. Los sindicatos obtendrían un
mayor poder y el gasto en educación aumentaría radicalmente. Lo más
inquietante es que esta autodenominada admiradora de Fidel Castro
propone cambios a la Constitución que ampliarían el alcance del Estado y
no descarta convocar una asamblea constituyente.
La principal oponente de Bachelet es la candidata de la Unión
Demócrata Independiente (UDI) Evelyn Matthei. La UDI es aliada en una
coalición con Renovación Nacional, el partido de Piñera. Matthei se
desempeñó como ministra del Trabajo desde 2011 hasta julio de 2013.
A Matthei no tendría que resultarle difícil. Chile ha crecido un
promedio de 5,8% al año durante la gestión de Piñera. Cuando el
empresario llegó a la presidencia, el ingreso anual per cápita de los
chilenos era de US$15.000. Ahora asciende a US$20.000, no muy lejos de
los US$23.800 que se necesitan para calificar como un país desarrollado.
Piñera, no obstante, no ha sido ningún adalid de la libertad
económica. Su gobierno introdujo una ley que aumentó la licencia de
maternidad a seis meses, algo que, en su opinión, "no afecta la
generación de empleo porque es financiado por el gobierno. No representa
un costo para las empresas". Es absurdo. Alguien está pagando por eso y
las compañías se ven perjudicadas si un puesto debe permanecer vacante
durante medio año o deben llenarlo de forma temporal.
El gobierno de Piñera aumentó los impuestos a las empresas después de
que un terremoto de 8,8 grados azotara el país en 2010. Se suponía que
el alza iba a ser temporal. Pero cuando los estudiantes, encabezados por
activistas comunistas, salieron a las calles en 2011 para exigir una
educación universitaria financiada por el Estado, Piñera ideó un
generoso paquete de subsidios y concesiones para complacerlos, y el
aumento de impuestos se volvió permanente. Su gobierno también creó un
nuevo programa de educación preescolar para todos. Un proyecto
hidroeléctrico en el sur del país, al que los grupos ecologistas se
oponen con vehemencia, ha estado a la espera de la aprobación de su
gobierno durante dos años y medio.
Piñera parece haber considerado su paso por la presidencia como el de
un genio que sale de la lámpara y otorga deseos cuando le viene en
gana. Su populismo, no obstante, ha abierto el apetito del público para
nuevas concesiones y el debate nacional acerca del rol del Estado ha
dado un brusco giro hacia la izquierda, lo que ha perjudicado a Matthei.
Ahora, el Partido Comunista está haciendo demostraciones de fuerza y
Bachelet es una compañera de ruta. Chile cuenta con sólidas
instituciones y sus mercados abiertos reaccionarán rápidamente a una
mezcla perniciosa de políticas. Pero eso no va a atenuar la polarización
política del país.
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